El «mercado de carne humana» en alza

La inmigración clandestina mueve 10 mil millones de dólares

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FRASCATI, 3 agosto 2001 (ZENIT.org).- «La reorganización de las mafias: el negocio de los clandestinos». Este ha sido el argumento de una de las mesas redondas del «Meeting sobre la Integración» que tiene lugar en Frascati (provincia de Roma) y que concluye el 4 de agosto.

El encuentro busca reflexionar y ofrecer respuestas al creciente fenómeno del abuso de los inmigrantes clandestinos en los países industrializados, un negocio que como se explicó en el congreso gira en torno a los 10 mil millones de dólares al año.

Entre los conferenciantes, se encontraba el padre Beniamino Rossi, superior para Europa de los Misioneros de San Carlo (scalabrianianos), cuyo carisma consiste precisamente en asistir a los inmigrantes en todo el mundo.

El misionero, en su intervención en el congreso, ha considerado que una legislación más directa sobre los «mercaderes de hombres» puede ser una solución a este nueva emergencia mundial.

–¿Nos encontramos ante un nuevo fenómeno?

–Padre Beniamino Rossi: La cuestión de las organizaciones que meten en el mercado del trabajo de algunos países ricos trabajadores clandestinos no es un fenómeno totalmente nuevo. Ya hace más de veinte años, varias organizaciones pasaban a Estados Unidos decenas de miles, por no decir millones, de inmigrantes provenientes de México y de América Latina.

Lo que hoy parece más peligroso es el hecho de que este tráfico de clandestinos ha pasado a ser controlado por auténticas organizaciones criminales, que podríamos llamar nuevas mafias. Es un fenómeno que se da particularmente en Europa y Asia.

–Con frecuencia, los clandestinos son utilizados como mano de obra de estas nuevas mafias. ¿Con qué papel?

–Padre Beniamino Rossi: Por ejemplo, se dice que unas 30 mil mujeres albanesas se prostituyen en Europa. Se piensa que unas 50 mil mujeres (algunos afirman que son 60 mil) provenientes del Este de Europa (en particular de Rusia y de Ucrania) son utilizadas por la así llamada «mafia rusa» para colocarlas en los mercados europeos.

Otro caso es el de la mafia turca que lleva a kurdos, marroquíes, argelinos por una ruta que pasa por Estambul y que después las embarca en barcos para hacerlas llegar a las costas italianas.

Este tráfico de prostitución y de todos aquellos que tratan de escapar de situaciones desesperadas de guerra o de auténticos atentados contra la vida produce obviamente dinero. Estas personas no van Europa o a otros países gratis, tienen que pagar cantidades muy elevadas, que oscilan entre los 2 y 4 mil dólares por personas.

Esto significa, por tanto, un nuevo negocio que es evaluado en unos 10 mil millones de dólares, y que se combina con el tráfico de la droga.

–Cuando los clandestinos llegan a Europa, ¿saben que corren el riesgo de pasar a formar parte de las organizaciones ilícitas o creen que allí el futuro será diferente?

–Padre Beniamino Rossi: Según algunos estudios, por lo que se refiere, por ejemplo, a las prostitutas, entre el 15 y el 20 por ciento sabe más o menos qué es lo que hará; mientras que entre el 60 y el 80 por ciento llega respondiendo a la promesa de un buen trabajo, un trabajo normal. Sin embargo, de este modo entran en este mundo de chantaje del que es muy difícil escapar, aunque en los últimos tiempos en Europa se están buscando soluciones.

Algo interesante y dramático es que estos «mercaderes de carne humana», como les llamaba el padre Giovanni Battista Scalabrini a finales del siglo XIX, tienen una estrategia muy sencilla: destruyen los documentos de estas personas. De este modo, en caso de que sean detenidas por la Policía no pueden ser identificadas. Esto constituye un gran problema para las autoridades, pues en caso de extradición o expulsión, no saben a qué país deben enviarles.

–¿Qué solución podría aplicarse para evitar el fenómeno de los inmigrantes clandestinos?

–Padre Beniamino Rossi: Es necesario tratar de hacer muchos más esfuerzos. No hay que considerar a los clandestinos como criminales, sino que hay que perseguir de manera mucho más seria y tenaz a los «mercaderes de carne humana». De lo contrario, es como si metiéramos en la cárcel a los que fuman cigarrillos de contrabando y dejáramos en libertad a los contrabandistas.

Los clandestinos son víctimas de este tráfico, no son criminales. Los auténticos criminales son otros que, además, sacan conspicuas ganancias. De aquí surge la necesidad de entablar una mayor colaboración y de llegar a una legislación más específica y dura sobre este tipo de mercado. ¡Éste sí que es ilegal, y no la persona clandestina!

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ZENIT Staff

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