El mercado de la insatisfacción: Pilates

El fin último del deporte es el de acercarnos a Dios (Pio XII)

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Al igual que el consumo de energía eléctrica puede representar un excelente indicador de la conflictividad laboral, especialmente en el caso de las huelgas generales, el desmedido florecimiento y auge de los centros de Pilates en nuestro país se podría considerar como un índice aproximativo de la penuria moral de nuestra sociedad.

El alejamiento de Dios está ocasionando al hombre actual un profundo embotamiento que tarde o temprano acaba por concretarse en una irrefrenable angustia. Puede que muchos se nieguen a validar este supuesto, pero bastaría con que echasen una mirada honesta en su interior para que certificaran, al menos, que “lo único que saben, es que no saben lo que les pasa”. Y lo que con frecuencia les pasa es que intentan suplantar cualquier anhelo de trascendencia con dosis homeopáticas de espiritualidad difusa y un obsesivo culto a la personalidad que acaba, a la postre, en una adoración al cuerpo.

Los usuarios del Pilates, en su gran mayoría mujeres, proceden, por regla general, de la inagotable cantera de este “pensamiento débil” que hunde sus raíces en un escepticismo generalizado hacia las grandes cosmovisiones, hasta el punto de desentenderse de cualquier norma, idea o pensamiento sospechoso del marchamo de “certeza absoluta”. En este excelente caldo de cultivo el Pilates ha sabido encontrar su segmento de mercado, convirtiéndose en poco tiempo en la veta soñada de un fructífero negocio, mercantilizando símbolos, personas y supuestos modos de entender la vida ha conquistado innumerables salas de gimnasios, hoteles, colegios y algún que otro hospital. El éxito de este método de entrenamiento físico ha sido tal que uno de los principales proveedores de aparatos para el mismo ha llegado a afirmar con presunción que “Donde hay gente, hay Pilates”.

Para todos aquellos que consideramos que el verdadero detonante de la fuerte crisis que padecemos es de tipo moral, no nos debe sorprender que actividades deportivas de carácter holístico –aquellas que en mayor o menor medida aportan un componente espiritual- sean las más demandadas por la sociedad y que, por tanto, la consideración de un deporte como el Pilates pueda constituir un estimador del tedio y desasosiego que circunda nuestras vidas.

La frustración y la desesperanza del hombre actual han servido de elemento catalizador para incrementar el interés desmedido por el Pilates, incluso entre los seres más sedentarios; presentándose en nuestros días como una boya más de salvación para esa legión de náufragos de Dios que en su huída de todo lo que suene a tradicional buscan, sin ningún ánimo crítico, lo “alternativo”.

La inmensa mayoría de los usuarios de este método deportivo, siguiendo los signos inequívocos de transitoriedad del tiempo que nos ha tocado vivir, fijarán sus emociones, tarde o temprano, en otro producto novedoso pergeñado en este dinámico y sibilino “mercado de la insatisfacción”, sin más consecuencias que la merma de su bolsillo; los menos, permanecerán fieles a esta rutina, con el consecuente riesgo que ello implica.

El método Pilates debe su nombre a su creador el alemán Joseph H. Pilates que al principio lo denominó con el término “Contrología”, debido a que en su técnica se integran tanto teorías occidentales como orientales. Dicha práctica deportiva se encuentra en la actualidad en continua evolución, generando en la misma una mezcla diversa con otros métodos orientales en los que incorpora componentes más o menos profundos de meditación y medicina oriental. No es, pues, de extrañar la importancia que el concepto de powerhouse presenta en esta disciplina, refiriéndose con ello a un centro de poder o centro de energía que se sitúa en el abdomen y cuya función es el origen y el motor de todo el cuerpo, a semejanza del dantian de la medicina tradicional china o de la aplicación que se le da en la práctica del gigong o de las artes marciales internas, como el taichí.

Pero ¿por qué debería deslizarse por este resbaladizo trampolín también un cristiano? En un momento de crisis personal o en un acontecimiento traumático como la pérdida de un familiar o el trabajo, el Pilates podrá constituir una plataforma idónea para otro tipo de ejercicios de mayor contenido oriental en donde será preciso un cuidadoso cribado para discernir los contenidos y métodos si no se quiere caer en un pernicioso sincretismo religioso. Pocos podrían justificar esta temeraria aventura.

¿Por qué renunciar a la tradicional “gimnasia sueca” que también tiene como objetivo la corrección de posturas viciosas y de refuerzo de los músculos; o al mismo aerobic, en el que se observa una preocupación por la respiración; o a la natación, uno de los deportes más completos, beneficiosos y seguros, que mejora la forma física general y, además, relaja? No es necesario recurrir a los añadidos de los sistemas filosóficos orientales para encontrar disciplinas deportivas que presenten parecidos si no mejores desempeños en lo que se refiere a evitar o atenuar las causas del sedentarismo y males posturales.

Es verdad que todos los deportes no dejan de tener un componente holístico, van más allá de la salud física. El deporte correctamente entendido tiene siempre en cuenta al hombre en su totalidad. En nuestra cultura, educar, desarrollarse y fortalecer el cuerpo puede considerarse el fin más próximo del deporte, pero podría decirse también que su fin último es el de acercarnos a Dios, tal y como recordó Pio XII en su discurso sobre la Educación Física ante el Congreso Italiano.

El Pilates, sin embargo, a diferencia de otros deportes, abre la espita a los métodos orientales enfocados a la tranquilidad y la concentración de la mente. ¿Podemos, entonces, asegurar que un método que exuda filosofías paganas contribuye de una mejor forma que otros deportes de tradicional raigambre occidental a acercarnos a Dios? Antes de respondernos a esta pregunta, no deberíamos pasar tampoco por alto el que muchas de las personas que actualmente buscan la espiritualidad oriental en occidente pasaron anteriormente por el ámbito de la fe.

En estas condiciones, no sería prudente para un cristiano exponerse a un riesgo innecesario, un peligro que además nos llevaría a engrosar las cuentas de resultados de ese poderoso “mercado de la insatisfacción” creado a rebufo de la crisis moral que vivimos.

Aprovechemos este año de la Nueva Evangelización para perfeccionar nuestra fe, aprendiendo y practicando en el deporte las verdaderas virtudes cristianas. Que podamos también decir, sin presunción, pero con alegría, que “donde hay gente cristiana no hay necesidad de Pilates” porque para nosotros Dios es nuestro verdadero powerhouse. Los que Le hemos encontrado no podemos estar a expensas de ese “mercado de la insatisfacción”, pues “quien a Dios tiene nada le falta”.

Emiliano Hernández

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