El nuncio de Budapest ayudó a salvar la vida de miles de judíos

Declarado «Justo entre las naciones» por Israel

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ROMA, 4 febrero 2002 (ZENIT.org).- El nuncio apostólico en Budapest durante la segunda guerra mundial ayudó a salvar la vida de miles de judíos. Esta es una de las conclusiones a las que se llega al leer la biografía de Giorgio Perlasca, un comerciante de carne italiano en Hungría.

Toda Italia se conmovió la semana pasada al conocer historia, contada por la RAI (canal público de televisión) de Perlasca, que en Budapest salvó a más de cinco mil judíos haciéndose pasar por cónsul español.

Ahora bien, la labor de Perlasca no hubiera podido tener lugar sin el apoyo de una auténtica red diplomática, encabezada por la Cruz Roja y los representantes de las embajadas neutrales de Suecia,
Portugal, Suiza, y la Santa Sede.

Monseñor Angelo Rotta, nuncio en Budapest, tuvo en especial un papel decisivo en la obra de ayuda a los judíos.

Al abandonar Budapest el embajador español, Giorgio Perlasca asumió por su cuenta la legación de España desde el 1 de diciembre de 1944 hasta el 16 de enero de 1945, cuando el Ejército Rojo entró en aquella parte de Budapest.

Ya en noviembre de 1944, el comerciante italiano participó en una reunión de diplomáticos neutrales. Al final del encuentro, Carl Ivan Daniellson, ministro de embajada sueco, Harold Feheler, encargado suizo, el nuncio Rotta y Ángel Sanz Briz, embajador español, firmaron un memorándum dirigido al gobierno real húngaro «para que impidiera la reanudación de las deportaciones de los judíos».

El memorándum denunciaba la monstruosidad de las deportaciones, pedía la suspensión de las medidas contra los judíos y el respeto total de los judíos protegidos por las embajadas acreditadas en Budapest.

El 22 de diciembre de 1944, por iniciativa del nuncio, los representantes de todas las embajadas neutrales se encontraron en la embajada de Portugal para redactar una nota diplomática común en la que se pedía al gobierno «intervenir en favor de los judíos perseguidos».

Y en especial «que los niños pudieran estar fuera del ghetto en el que habían sido recluidos los judíos». Las embajadas de los países neutrales y la Cruz Roja se ofrecieron para proporcionarles asistencia.

Monseñor Rotta ha sido reconocido por el gobierno israelí como «justo entre las naciones» y su
nombre están inscrito en el muro de honor del Museo Yad Vashem.

La actividad del nuncio de ayuda a los judíos empezó ya antes de que Perlasca llegara a Budapest. La nunciatura vaticana lanzó una enorme operación de ayuda a los judíos. Al principio, cuando las restricciones raciales eran limitadas, emitía un salvoconducto en el que se atestiguaba que la persona en cuestión trabajaba para el Vaticano. Emitía una media de quinientos documentos de este tipo al día.

El arzobispo Angelo G. Roncalli, futuro Papa Juan XXIII, entonces nuncio en Sofía, envió a monseñor Rotta miles de certificados de inmigración que había obtenido gracias a los ingleses para permitir a judíos huir a Palestina. Roncalli declaró que monseñor Rotta estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para ayudar a los judíos.

Cuando el control alemán se hizo más duro y no bastaban los salvoconductos, la nunciatura tuvo que dedicarse a esconder a todos los judíos que podrían encontrarse con una muerte segura.

El palacio de la nunciatura había sido bombardeado y no tenía espacio suficiente. Se recurrió a los sótanos. Bajo la nunciatura había una serie de pasadizos olvidados, excavados por los turcos cuando fortificaron Budapest.

Como si fueran catacumbas, comenzaron a llenarse de gente, mientras la nunciatura les procuraba víveres y les advertía antes de que llegara alguna patrulla. Miles de estas personas salvaron la vida gracias a las estratagemas del nuncio.

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ZENIT Staff

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