El Papa a los sacerdotes: la vocación de ser “otro Cristo”

Propone al Santo Cura de Ars como modelo

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 24 de junio de 2009 (ZENIT.org).- El sacerdocio no es meramente un «servicio» a los demás, sino que el centro de la vocación sacerdotal es la configuración de la propia persona con Cristo, afirma Benedicto XVI.

El Papa dedicó la tradicional catequesis que cada semana propone durante la audiencia general del miércoles, a profundizar en el significado del recién inaugurado Año Santo Sacerdotal, con el que se conmemora el 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, y con el que propone a toda la Iglesia una mayor reflexión sobre la vocación al sacerdocio.

«Este nuevo año jubilar nos invita a mirar a un pobre pueblerino convertido en humilde párroco, que llevó a cabo su servicio pastoral en un pequeño pueblo», explicó el Papa a los presentes.

«¿Por qué un Año Sacerdotal? ¿Por qué precisamente en recuerdo del santo Cura de Ars, que aparentemente no hizo nada de extraordinario?», se preguntó.

Para Benedicto XVI no es «casual» que haya coincidido el final del Año Paulino con el comienzo del Año Sacerdotal. Dos santos, Pablo y Juan María Vianney, «muy diferentes por los trayectos vitales que les han caracterizado».

Sin embargo «hay algo fundamental que les une: y es su total identificación con su propio ministerio, su comunión con Cristo que hacía decir a san Pablo: No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Y a san Juan María Vianney le gustaba repetir: Si tuviésemos fe, veríamos a Dios escondido en el sacerdote como una luz tras el cristal, como el vino mezclado con el agua».

El Papa explicó que hoy es difícil vivir el ministerio sacerdotal «en un mundo en el que la visión común de la vida comprende cada vez menos lo sagrado, en cuyo lugar la «funcionalidad» se convierte en la única categoría decisiva», incluso, advirtió, «dentro de la conciencia eclesial».

«No es casual que tanto en los ambientes teológicos, como también en la praxis pastoral concreta y de formación del clero, se contrastan, e incluso se oponen, dos concepciones distintas el sacerdocio», una «social-funcional» y otra «sacramental-ontológica».

La primera «define la esencia del sacerdocio con el concepto de ‘servicio’: el servicio a la comunidad, en la realización de una función…»·, mientras que la otra, «no niega el carácter de servicio del sacerdocio, sino que lo ve anclado en el ser del ministro y considera que este ser está determinado por un don concedido por el Señor a través de la mediación de la Iglesia, que es el sacramento».

En realidad, aclaró, «no se trata de dos concepciones contrapuestas, y la tensión que con todo existe entre ellas debe resolverse desde dentro».

«El sacerdote es siervo de Cristo, en el sentido de que su existencia, configurada ontológicamente con Cristo, asume un carácter esencialmente relacional: el está en Cristo, para Cristo y con Cristo al servicio de los hombres».

«Precisamente porque pertenece a Cristo, el sacerdote está radicalmente al servicio de los hombres: es ministro de su salvación, de su felicidad, de su auténtica liberación», subrayó el Papa.

Respecto al «ministerio de la palabra» propio de los sacerdotes, aclaró que «la predicación cristiana no proclama «palabras», sino la Palabra, y el anuncio coincide con la misma persona de Cristo, ontológicamente abierta a la relación con el Padre y obediente a su voluntad».

«Un auténtico servicio a la Palabra requiere por parte del sacerdote que tienda a una abnegación profunda de sí mismo», añadió. «El presbítero no puede considerarse «amo» de la palabra, sino siervo».

Esto «no constituye para el sacerdote un mero aspecto funcional. Al contrario presupone un sustancial ‘perderse’ en Cristo, participando en su misterio de muerte y de resurrección con todo el propio yo: inteligencia, libertad, voluntad y ofrecimiento de los propios cuerpos, como sacrificio vivo», advirtió.

El Papa expresó su deseo de que este Año Sacerdotal recién inaugurado favorezca «la tensión de todo presbítero hacia la perfección espiritual de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio».

Se trata, concluyó, de «ayudar ante todo a los sacerdotes, y con ellos al entero Pueblo de Dios, a redescubrir y revigorizar la conciencia del extraordinario e indispensable don de la Gracia que el ministerio ordinario representa para quien lo ha recibido, para la Iglesia entera y para el mundo, que sin la presencia real de Cristo estaría perdido».

[Por Inma Álvarez]

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ZENIT Staff

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