El Papa aboga en el «justo equilibrio» como modelo de integración de los inmigrantes

Pide evitar tanto las propuestas «asimilacionistas» como las que llevan al «apartheid»

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 9 diciembre 2004 (ZENIT.org).- La integración de los inmigrantes requiere encontrar el «justo equilibrio entre el respeto de la propia identidad y el reconocimiento de la ajena», considera Juan Pablo II.

Así lo propone en el «Mensaje» publicado este jueves con motivo de la próxima Jornada del Emigrante y del Refugiado, que se celebrará el 16 de enero de 2005 con el tema «La integración intercultural».

La misiva invita a superar tanto los modelos «asimilacionistas» como los de «marginación» que pueden llevar al «apartheid».

Al afrontar el desafío que plantea la inmigración en estos momentos, el pontífice comienza constatando que «muchos utilizan esta palabra para indicar la necesidad de que los emigrantes se inserten de verdad en los países de acogida, pero el contenido de este concepto y su práctica no se definen fácilmente».

Para el Santo Padre la integración no es «asimilación», «que induce a suprimir o a olvidar la propia identidad cultural». «El contacto con el otro lleva, más bien –añade–, a descubrir su «secreto», a abrirse a él para aceptar sus aspectos válidos y contribuir así a un conocimiento mayor de cada uno».

«En ese proceso, el emigrante se esfuerza por dar los pasos necesarios para la integración social, como el aprendizaje de la lengua nacional y la adecuación a las leyes y a las exigencias del trabajo, a fin de evitar la creación de una diferenciación exasperada», aclara.

La misiva del Papa, que fue presentada a la prensa por el cardenal japonés Stephen Fumio Hamao, presidente del Consejo Pontificio de la Pastoral para los Emigrantes y los Itinerantes, reconoce que «al insertarse en un ambiente nuevo, el inmigrante con frecuencia toma mayor conciencia de quién es, especialmente cuando siente la falta de personas y valores que son importantes para él».

Por eso, propone, «en nuestras sociedades, marcadas por el fenómeno global de la migración, es preciso buscar un justo equilibrio entre el respeto de la propia identidad y el reconocimiento de la ajena».

«Es necesario reconocer la legítima pluralidad de las culturas presentes en un país, en compatibilidad con la tutela del orden, del que dependen la paz social y la libertad de los ciudadanos», reconoce.

El obispo de Roma considera que «se deben excluir tanto los modelos asimilacionistas, que tienden a hacer que el otro sea una copia de sí, como los modelos de marginación de los inmigrantes, con actitudes que pueden llevar incluso a la práctica del apartheid».

«El camino de la auténtica integración», según Juan Pablo II, implica «una perspectiva abierta, que evite considerar sólo las diferencias entre inmigrantes y autóctonos».

«Así surge la necesidad del diálogo entre hombres de culturas diversas en un marco de pluralismo que vaya más allá de la simple tolerancia y llegue a la simpatía», sugiere.

«Una simple yuxtaposición de grupos de emigrantes y autóctonos tiende a la recíproca cerrazón de las culturas, o a la instauración entre ellas de simples relaciones de exterioridad o de tolerancia –aclara–. En cambio, se debería promover una fecundación recíproca de las culturas».

«Obviamente, es preciso conjugar el principio del respeto de las diferencias culturales con el de la tutela de los valores comunes irrenunciables, porque están fundados en los derechos humanos universales», recalca el texto papal.

En este clima de diálogo, «los cristianos, si son coherentes consigo mismos, no pueden pues renunciar a predicar el Evangelio de Cristo a todas las gentes», constata por último.

«Obviamente, lo deben hacer respetando la conciencia de los demás y practicando siempre el método de la caridad, como ya recomendaba san Pablo a los primeros cristianos», concluye.

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ZENIT Staff

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