El Papa beatificará este domingo a Laura Montoya, «maestra de los indios»

Primera beata de Colombia

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 21 abril 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II beatificará este domingo a la primera colombiana de la historia, Laura Montoya (1874-1949), conocida como «maestra de los indios», fundadora de las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Sena.

«Se hizo indígena con los indígenas para ganarlos todos a Cristo», reconoció el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos el 7 de julio pasado, en la ceremonia en la que se publicó el decreto de reconocimiento de un milagro atribuido a su intercesión.

Laura Montoya y Upegui, nacida el 26 de mayo de 1874 en Jericó (Colombia), cursó lo estudios de maestra elemental para ejercer en varias poblaciones de Antioquia y en Medellín, en el Colegio de La Inmaculada.

En 1914, se internó con un grupo de voluntarias en las selvas de Dabeiba del Urabá antioqueño, para enseñar el catecismo y brindar asistencia a las comunidades nativas.

Esta iniciativa, dio origen a la congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Sena, o como ella la llamaba, «Obras de los indios».

«Comprende la dignidad humana y la vocación divina del indígena –explica la biografía distribuida por la Santa Sede para explicar su espíritu–. Quiere insertarse en su cultura, vivir como ellos en pobreza, sencillez y humildad y de esta manera derribar el muro de discriminación racial que mantenían algunos líderes civiles y religiosos de su tiempo».

«La solidez de su virtud fue probada y purificada por la incomprensión y el desprecio de los que la rodeaban, por los prejuicios y las acusaciones de algunos prelados de la Iglesia que no comprendieron en su momento, aquel estilo de ser «religiosas cabras», según su expresión, llevadas por el anhelo de extender la fe y el conocimiento de Dios hasta los más remotos e inaccesibles lugares, brindando una catequesis vivencial del Evangelio», añade la nota biográfica.

«Su obra misionera rompió esquemas, para lanzar a la mujer como misionera en la vanguardia de la evangelización en América Latina», añade.

Redacta para sus hijas espirituales las «Voces Místicas», obra inspirada en la contemplación de la naturaleza, y otros libros como el «Directorio» o guía de perfección, que ayudan a las hermanas a vivir en armonía entre la vida apostólica y la contemplativa.

Su «Autobiografía» es su obra cumbre, libro de confidencias íntimas, experiencia de sus angustias, desolaciones e ideales, vibraciones de su alma al contacto con la divinidad, vivencias de su lucha por llevar a cabo su vocación misionera.

«Allí muestra su “pedagogía del amor”, pedagogía acomodada a la mente del indígena, que le permite adentrarse en la cultura y el corazón del indio y del negro de nuestro continente», explica su biografía.

Pasó nueve años en silla de ruedas. Después de una larga y penosa agonía, murió en Medellín el 21 de octubre de 1949. A su muerte dejó extendida su Congregación de Misioneras en 90 casas distribuidas en tres países, con un número de 467 religiosas.

La recuperación total en 1994 de una mujer de 86 años que padecía cáncer de útero y que después de sus oraciones alcanzó una existencia saludable durante diez años, atribuida a su intercesión, abrió el camino de los altares a la madre Laura de Santa Catalina de Siena.

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ZENIT Staff

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