El Papa busca evitar el choque de civilizaciones, afirma Andrea Riccardi

Análisis del historiador y fundador de la Comunidad de San Egidio

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ROMA, 11 marzo 2003 (ZENIT.org).- La sorprendente «diplomacia global» lanzada por Juan Pablo II y sus colaboradores para buscar soluciones pacíficas a la crisis iraquí en las últimas semanas, se basa en motivos éticos y en el intento de evitar el temido choque de civilizaciones, explica un experto.

Andre Riccardi, historiador y fundador de la Comunidad de San Egidio, movimiento católico surgido en Roma en 1968, reconoce que «está claro que el Vaticano tiene en mente a los cristianos de Irak y del mundo musulmán, que podrían quedar como rehenes de una reacción islámica contra Occidente. Pero no es éste el único motivo de tanto esfuerzo».

«Como en la época de la guerra del Golfo, el Papa no quiere que el enfrentamiento se transforme en una guerra entre Occidente y el Islam», explica en un artículo publicado por el diario catalán «La Vanguardia».

«Tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, el Papa expresó a Estados Unidos un pesar fuerte y claro. Aunque no en un sentido anti-islámico. Poco después, Juan Pablo II llamaba a los católicos a ayunar el mismo día de la conclusión del Ramadán, el mes sagrado de penitencia para los musulmanes. El mensaje era claro: los cristianos no están en lucha contra el Islam, del que no se puede tener la concepción reductiva de extremista», añade Riccardi.

«Al inicio de 2002 –sigue diciendo–, el Papa convocaba a los líderes religiosos de todo el mundo en Asís para rezar por la paz. También de esto se desprendía un mensaje claro: las religiones no desean ni justifican la guerra».

«Juan Pablo II rechaza la idea del enfrentamiento entre civilizaciones (y religiones) que tanto gusta no ya a Samuel Huntington, sino al fundamentalismo neoprotestante extendido por toda América y África», opina el historiador.

«El Papa no se identifica con un interés nacional y tiende a dar una lectura de los hechos caracterizada por el interés general. En este sentido, su diplomacia es universal: ello se constata en las motivaciones, y también en la nacionalidad de sus emisarios», afirma.

«Pero, ¿contará realmente esta diplomacia sin divisiones armadas?», se pregunta Riccardi. «Nadie se hace ilusiones –responde–, aunque puede construir un paraguas para cubrir la retirada de una u otra parte. Ya lo fue en 1962, durante la crisis de Cuba, cuando el mundo estaba al borde del conflicto. Nikita Kruschev manifestó aprecio por la invitación del Papa a la paz y negoció la retirada. Pero la historia no se repite».

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ZENIT Staff

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