El Papa con el clero de Roma: La atención a los jóvenes (II)

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 6 marzo 2007 (ZENIT.org).- En su encuentro con el clero del Roma, el 22 de febrero, Benedicto XVI mantuvo una sesión de preguntas y respuestas. Ofrecemos la respuesta del Papa a la segunda pregunta sobre la atención a los jóvenes.

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Un sacerdote que se ocupa de la pastoral juvenil en la diócesis le pidió una palabra de orientación sobre el modo de transmitir a los jóvenes la alegría de la fe cristiana, en particular frente a los desafíos culturales actuales y le instó a indicar los temas prioritarios sobre los que emplear más las energías para ayudar a los muchachos y muchachas a encontrar concretamente a Cristo.

Benedicto XVI: Gracias por el trabajo que realiza por los adolescentes. Sabemos que la juventud debe ser realmente una prioridad en nuestro trabajo pastoral, porque vive en un mundo alejado de Dios. Y en nuestro contexto cultural es muy difícil tener el encuentro con Cristo, vivir la vida cristiana, la vida de fe. Los jóvenes necesitan mucho acompañamiento para poder encontrar realmente este camino. Aunque por desgracia vivo bastante lejos de ellos y, por tanto, no puedo dar indicaciones muy concretas, diría que el primer elemento me parece precisamente y sobre todo el acompañamiento. Deben experimentar que se puede vivir la fe en este tiempo, que no se trata de una cosa del pasado, sino que es posible vivir hoy como cristianos y encontrar así realmente el bien.

Recuerdo un elemento autobiográfico en los escritos de san Cipriano: He vivido en este mundo nuestro —dice— totalmente alejado de Dios, porque las divinidades estaban muertas y Dios no era visible. Y viendo a los cristianos, he pensado: es una vida imposible, ¡esto no se puede realizar en nuestro mundo! Pero después, encontrando a algunos de ellos, estando en su compañía, dejándome guiar en el catecumenado, en este camino de conversión hacia Dios, poco a poco he comprendido: ¡es posible! Y ahora soy feliz por haber encontrado la vida. He comprendido que aquella otra no era vida, y en verdad —confiesa— sabía ya antes que aquella no era la verdadera vida.

Me parece muy importante que los jóvenes encuentren a personas —bien de su edad, bien más maduras— en las que puedan descubrir que la vida cristiana hoy es posible y también razonable y realizable. Sobre estos dos últimos elementos creo que existen dudas: sobre la factibilidad, porque los demás caminos están muy lejos del estilo de vida cristiano, y sobre la racionalidad, porque a primera vista parece que la ciencia nos dice cosas totalmente diversas y, por tanto, no es posible comenzar un recorrido razonable hacia la fe, de modo que se muestre que es una cosa en sintonía con nuestro tiempo y con la razón.

El primer punto es, pues, la experiencia, que abre luego la puerta también al conocimiento. En este sentido, el «catecumenado» vivido de modo nuevo, es decir, como camino común de vida, como experiencia común del hecho de que es posible vivir así, es de gran importancia. Sólo si hay una cierta experiencia, se puede también comprender. Recuerdo un consejo que Pascal daba a un amigo no creyente. Le decía: prueba a hacer las cosas que hace un creyente y, después, con esta experiencia, verás que todo es lógico y verdadero.

Un aspecto importante nos lo muestra precisamente ahora la Cuaresma. No podemos pensar en vivir inmediatamente un vida cristiana al ciento por ciento, sin dudas y sin pecados. Debemos reconocer que estamos en camino, que debemos y podemos aprender, que necesitamos también convertirnos poco a poco. Ciertamente, la conversión fundamental es un acto que es para siempre. Pero la realización de la conversión es un acto de vida, que se realiza con paciencia toda la vida. Es un acto en el que no debemos perder la confianza y la valentía del camino. Precisamente debemos reconocer esto: no podemos hacer de nosotros mismos cristianos perfectos de un momento a otro. Sin embargo, vale la pena ir adelante, ser fieles a la opción fundamental, por decirlo así, y luego continuar con perseverancia en un camino de conversión que a veces se hace difícil. En efecto, puede suceder que venga el desánimo, por lo cual se quiera dejar todo y permanecer en un estado de crisis. No hay que abatirse enseguida, sino que, con valentía, comenzar de nuevo. El Señor me guía, el Señor es generoso y, con su perdón, voy adelante, llegando a ser generoso también yo con los demás. Así, aprendemos realmente a amar al prójimo y la vida cristiana, que implica esta perseverancia de no detenerme en el camino.

En cuanto a los grandes temas, diría que es importante conocer a Dios. El tema «Dios» es esencial. San Pablo dice en la carta a los Efesios: «Recordad cómo en otro tiempo estabais sin esperanza y sin Dios. Pero ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca» (Ef 2, 11-13). Así la vida tiene un sentido, que me guía también en medio de las dificultades. Por consiguiente, es necesario volver al Dios creador, al Dios que es la razón creadora, y luego encontrar a Cristo, que es el Rostro vivo de Dios. Podemos decir que aquí hay una reciprocidad. Por una parte, el encuentro con Jesús, con esta figura humana, histórica, real, me ayuda a conocer poco a poco a Dios; y, por otra, conocer a Dios me ayuda a comprender la grandeza del misterio de Cristo, que es el Rostro de Dios. Sólo si logramos entender que Jesús no es un gran profeta, una de las personalidades religiosas del mundo, sino que es el Rostro de Dios, que es Dios, hemos descubierto la grandeza de Cristo y hemos encontrado quién es Dios. Dios no es sólo una sombra lejana, la «Causa primera», sino que tiene un Rostro: es el Rostro de la misericordia, el Rostro del perdón y del amor, el Rostro del encuentro con nosotros. Por tanto, estos dos temas se compenetran recíprocamente y deben ir siempre juntos.

Además, debemos comprender que la Iglesia es la gran compañera del camino en el que estamos. En ella la palabra de Dios se mantiene viva y Cristo no es sólo una figura del pasado, sino que está presente. Así, debemos redescubrir la vida sacramental, el perdón sacramental, la Eucaristía, el bautismo como nacimiento nuevo. San Ambrosio, en la Noche pascual, en la última catequesis mistagógica, dijo: Hasta ahora hemos hablado de las cosas morales; ahora es el momento de hablar del Misterio. Había ofrecido una guía para la experiencia moral, naturalmente a la luz de Dios, que luego se abre al Misterio. Pienso que hoy estas dos cosas deben compenetrarse: un camino con Jesús, que descubre cada vez más la profundidad de su misterio. Así, se aprende a vivir de modo cristiano, se aprende la grandeza del perdón y la grandeza del Señor, que se entrega a nosotros en la Eucaristía.

En este camino nos acompañan los santos. Ellos, a pesar de tantos problemas, vivieron y son la «interpretación» auténtica y viva de la Sagrada Escritura. Cada uno tiene su santo, del que puede aprender mejor qué comporta vivir como cristiano. Son, sobre todo, los santos de nuestro tiempo. Y luego, por supuesto, está siempre María, que es la Madre de la Palabra. Redescubrir a María nos ayuda a ir adelante como cristianos y a conocer al Hijo.

[Traduccón del original en italiano distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2007 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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