El Papa confiesa su preocupación por una Europa olvidada del cristianismo

Pide la integración de los países de Europa del Este en la UE

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CIUDAD DEL VATICANO, 26 febrero 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II confesó este sábado su preocupación por Europa, en particular por el peligro de que se pierda su herencia cristiana.

El pontífice hizo pública su confidencia al recibir a los participantes en el III Foro Internacional organizado por la Fundación Alcide de Gasperi, institución que se inspira en ese político italiano, uno de los padres de la nueva Europa surgida tras la segunda guerra mundial, y cuya causa de beatificación ha sido pedida por personajes eclesiales.

«Mi preocupación más grande por Europa es que conserve y haga fructificar su herencia cristiana –afirmó el Santo Padre–. De hecho, no se puede negar que el continente hunde sus propias raíces, tanto en el patrimonio grecorromano como en el judeocristiano, que durante siglos constituyó su alma más profunda».

El obispo de Roma explicó que «gran parte de lo que ha producido Europa en el campo jurídico, artístico, literario y filosófico tiene una impronta cristiana y es muy difícil de comprender y evaluar si no es desde una perspectiva cristiana».

«Por desgracia –añadió–, a mitad del milenio pasado comenzó, y a partir del siglo XVIII se intensificó, un proceso de secularización que ha pretendido excluir a Dios y al cristianismo de todas las expresiones de la vida humana».

«El punto de llegada de este proceso ha sido con frecuencia el laicismo y el secularismo agnóstico y ateo, es decir, la exclusión absoluta y total de Dios y de la ley moral natural de todos los ambientes de la vida humana», subrayó.

«De este modo, se ha relegado a la religión cristiana a los confines de la vida privada de cada uno. ¿No es significativo, desde este punto de vista, que se haya quitado de la Carta de Europa toda referencia explícita a las religiones y, por tanto, también al cristianismo?», preguntó, manifestando públicamente su «pesar».

«El «viejo» continente necesita a Jesucristo para no perder su alma y no perder aquello que lo ha hecho grande en el pasado y que todavía hoy lo presenta a la admiración de los demás pueblos» dijo con firmeza el Papa eslavo.

«En virtud del mensaje cristiano se afianzaron en las conciencias los grandes valores de la dignidad y de la inviolabilidad de la persona, de la libertad de conciencia, de la dignidad del trabajo y del trabajador, del derecho de cada uno a una vida digna y segura y, por tanto, a la participación a los bienes de la tierra, destinados por Dios para disfrute de todos los hombres», insistió.

«Indudablemente en la afirmación de estos valores contribuyeron también otras fuerzas ajenas a la Iglesia –reconoció el sucesor de Pedro–, y en ocasiones los mismos católicos, detenidos por situaciones históricas negativas, que fueron lentos a la hora de reconocer valores que eran cristianos, aunque estuvieran escindidos, por desgracia, de sus raíces religiosas».

El Papa no los mencionó, pero los principios de la revolución francesa –libertad, igualdad, fraternidad– durante décadas fueron presentados como opuestos al cristianismo y a la Iglesia, a pesar de que tienen su origen precisamente en el Evangelio.

«La Iglesia vuelve a proponer estos valores hoy con nuevo vigor a Europa, que en estos momentos corre el riesgo de caer en el relativismo ideológico y de ceder al nihilismo moral, declarando en ocasiones que es bueno aquello que es malo y malo aquello que es bueno», afirmó Karol Wojtyla.

Concluyó sus confesiones expresando su más profundo deseo para su continente: «que la Unión Europea sepa encontrar nueva inspiración en el patrimonio cristiano que le es propio, ofreciendo respuestas adecuadas a las nuevas cuestiones que se plantean especialmente en el campo ético».

Con anterioridad, Juan Pablo II había pedido a Europa que luche para superar la «dolorosa fractura religiosa entre Occidente, en gran parte católico, y Oriente, en gran parte ortodoxo». Como señal en este sentido pidió la integración de los pueblos de Europa del Este, ex comunistas, en la Unión Europea (UE).

En particular solicitó a los responsables de la UE «comprensión en una fase inicial por lo que se refiere al cumplimiento de las condiciones económicas previstas» para la adhesión, «nada fáciles para las economías todavía débiles de los países del Este, que acaban de salir de recientemente de un sistema económico diferente».

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ZENIT Staff

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