El Papa: El martirio greco-católico proclama el ecumenismo de la santidad

Culmina su visita a Ucrania con la proclamación de 28 nuevos beatos

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LVOV, 27 junio 2001 (ZENIT.org).- Un millón de personas participaron este miércoles en el momento culminante de la visita de Juan Pablo II a Ucrania, cuando beatificó a veintiocho católicos de rito oriental.

Veintisiete de ellos fueron martirizados entre los años 1941 y 1973 durante la persecución comunista.

Al elevar a la gloria de los altares a estos hombres y mujeres de biografías espeluznantes (algunos fueron crucificados, hervidos en la sopa, envenenados, torturados, masacrados en Siberia), el obispo de Roma reconoció el testimonio de tantos católicos que como ellos dieron la vida por Cristo tras aquel sangriento 1946 en el que Josif Stalin trató de eliminar a la Iglesia greco-católica (Cf. Crucificados, hervidos, torturados, envenenados… por «odio a la fe»).

El hipódromo de Lvov se convirtió en un mar de banderas de Ucrania y del Vaticano en el día más importante de la historia para los greco-católicos de Ucrania, que en total son unos cinco millones. Por primera vez, en el marco de una liturgia oriental, eran beatificados fieles de este rito.

Algunos de los mártires fueron asesinados en tiempos recientes, de modo que entre los peregrinos se encontraban muchos de sus familiares y amigos.

«Yo mismo he sido testigo, en mi juventud, de esta especie de «apocalipsis»», confesó Juan Pablo II durante la homilía. «Mi sacerdocio, en su nacimiento, se inscribió en el gran sacrificio de tantos hombres y mujeres de mi generación».

«Su memoria no debe perderse, pues es una bendición». Y el pontífice añadió: «Como una imagen del Evangelio de las Bienaventuranzas, vivido hasta el derramamiento de la sangre, (los mártires) constituyen un signo de esperanza para nuestros tiempos y para las futuras generaciones. Han manifestado que el amor es más fuerte que la muerte».

Ahora bien, el Papa no quiso que la beatificación se convirtiera en una especie de revancha histórica, a pesar de que algunos mártires murieron por no pasar a la Iglesia ortodoxa rusa, como exigía Stalin. Recordó que también los ortodoxos y otros cristianos murieron durante las persecuciones comunistas.

«Su martirio común es un fuerte llamamiento a la reconciliación y a la unidad. Es el ecumenismo de los mártires y de los testigos de la fe, que indica el camino de la unidad a los cristianos del siglo XXI», aclaró.

«Que su sacrificio sea una lección concreta para todos –exhortó el pontífice–. No se trata ciertamente de una empresa fácil. En el curso de los siglos se han acumulado demasiados prejuicios, demasiados resentimientos recíprocos, y demasiada intolerancia. El único medio para quitar los obstáculos en este camino es olvidar el pasado, pedir y ofrecer perdón los unos a los otros por las ofensas infligidas y recibidas, y confiar sin reservas en la acción renovadora del Espíritu Santo».

La ceremonia vivió otro momento histórico. El cardenal Lubomyr Husar, arzobispo de Lvov para los católicos de rito oriental, quien presidió la «divina liturgia», reconoció que los miembros de las comunidades greco-católicas también se mancharon en el siglo XX con graves culpas. Por ello, pidió perdón por los actos de violencia de los que fueron culpables católicos, mientras ofreció el perdón por las persecuciones sufridas.

En todas las etapas de sus cinco días en Ucrania, Juan Pablo II ha exigido espíritu de reconciliación y unidad para que dos los católicos y las tres denominaciones ortodoxas del país vivan en colaboración y recíproca estima.

Entre los presentes en la liturgia, se encontraba también Leonid Kuchma, el presidente de la joven República, quien ha participado en casi todos los actos públicos del pontífice en su 94 visita pastoral de carácter internacional.

Juan Pablo II terminó su visita a Ucrania en la tarde del miércoles, cuando se despidió del país en el aeropuerto internacional de Lvov. En la ceremonia participaron Kuchma y el primer ministro Anatoliy Kinakh. El avión de la compañía ucraniana tenía previsto aterrizar en Roma a las 21:00 tras tres horas de vuelo.

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ZENIT Staff

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