El Papa en el ángelus: a la Virgen le confiamos las poblaciones oprimidas

Abatir las murallas que impiden a los enemigos reconocerse como hermanos

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 Al concluir la santa misa en el día de la solemnidad de María Santísima Madre de Dios y en la 47° Jornada Mundial de la Paz, el santo padre Francisco desde la ventana del estudio pontificio en el Palacio Apostólico Vaticano,con motivo de la oración del ángelus dirigió la siguientes palabras a los miles de personas que abarrotaban la Plaza de San Pedro.

Queridos hermanos y hermanas, ‘¡buen día y buen año!’

Al inicio de este nuevo año les dirijo a todos ustedes los deseos más cordiales de paz y de todo tipo de bien. ¡El mio es el deseo de la Iglesia y un deseo cristiano! No está relacionado a la sensación un poco mágica o un poco fatalista de un nuevo ciclo que inicia. Nosotros sabemos que la historia tiene un centro: Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado; que está vivo entre nosotros y que tiene una finalidad: el Reino de Dios, Reino de paz, de justicia, de libertad en el amor.

Y tiene una fuerza que la mueve hacia aquel fin: es la fuerza del Espíritu Santo. Todos nosotros tenemos el Espíritu Santo que hemos recibido en el bautismo. Y él nos empuja a ir hacia adelante en el camino de la vida cristiana, en el camino de la historia, hacia el Reino de Dios.

Este Espíritu es la potencia del amor que ha fecundado el seno de la Virgen María; y es el mismo que anima los proyectos y las obras de todos los constructores de paz. Donde hay un hombre y una mujer constructor de paz, es exactamente el Espíritu Santo quien ayuda y lo empuja a hacer la paz.

Dos caminos que se cruzan hoy: la fiesta de María Santísima Madre de Dios y la Jornada Mundial de la Paz. Ocho días atrás resonó el anuncio angélico: “Gloria a Dios y paz a los hombres”. Hoy lo acogemos nuevamente de la madre de Jesús que “custodiaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”, para hacer de esto nuestro empeño en el curso del año que se abre.

El tema de esta Jornada Mundial de la Paz es “Fraternidad, fundamento y vía de la paz”. ¡Fraternidad! Siguiendo las huellas de mis predecesores, a partir de Pablo VI, he desarrollado el tema en un Mensaje, ya difundido y que hoy idealmente entrego a todos. En su raíz está la convicción de que somos todos hijos del único Padre celeste, somos parte de la misma familia humana y compartimos un destino común.

De aquí deriva para cada uno la responsabilidad de obrar para que el mundo se vuelva una comunidad de hermanos que se respetan, se aceptan con sus diversidades y se acuden los unos a los otros.

Estamos también llamados a darnos cuenta de las violencias y de las injusticias presentes en tantas partes del mundo y que no nos pueden dejar indiferentes e inmóviles: es necesario el empeño de todos para construir una sociedad verdaderamente más justa y solidaria.

Ayer he recibido la carta de un señor, quizás uno de ustedes, que me ponía en conocimiento de una tragedia familiar y sucesivamente me ponía una lista con tantas tragedias y guerras del mundo de hoy. Y me preguntaba: ‘¿Qué está pasando en el corazón del hombre para que le haya llevado a hacer todo esto?’ Y decía: ¡Es la hora de detenerse! También yo creo que nos hará bien detenernos en este camino de violencia y buscar la paz. Queridos hermanos y hermanas, hago mías las palabras de este hombre: ¿Qué está sucediendo en el corazón del hombre? ¿Qué sucede en el corazón de la humanidad? ¡Es la hora de detenerse!

Desde todos los rincones de la tierra hoy los creyentes elevan la oración para pedirle al Señor el don de la paz y la capacidad de llevarla a todos los ambientes. En este primer día del año, el Señor nos ayude a encaminar a todos con más decisión en las vías de la justicia y de la paz.

Iniciemos en nuestra casa, justicia y paz entre nosotros. Se comienza en casa y después se va hacia adelante, hacia toda la humanidad, pero tenemos que comenzar en casa.

El Espíritu Santo actue en los coraziones, derrita lo que está cerrado y las durezas y nos conceda volvernos tiernos delante de la debiliad del Niño Jesús. La paz de hecho, necesita de la fuerza de la mansedumbre, la fuerza no violenta de la verdad y del amor. En las manos de María, Madre del Redentor, ponemos con confianza filial todas nuestras esperanzas.

A ella que extiende su maternidad a todos los hombres, le confiamos el grito de paz de las poblaciones oprimidas por la güera y la violencia, para que el coraje del diálogo y de la reconciliación prevalga sobre las tentaciones de la venganza, de la prepotencia, y de la corrupción. A ella le pedimos que el evangelio de la fraternidad, anunciado y testimoniado por la Iglesia, pueda hablar a cada conciencia y abatir las murallas que impiden a los enemigos reconocerse como hermanos.  

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ZENIT Staff

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