El papa en el Ángelus continúa rezando por la paz de Oriente Medio

Palabras del papa en la oración del Ángelus

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Esta mañana, a las 12 como cada domingo, el papa se ha asomado a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro. Publicamos a continuación las palabras del papa.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

en el Evangelio de hoy Jesús insiste en las condiciones para ser sus discípulos: no anteponer nada al amor por Él, llevar la propia cruz y seguirlo. Mucha gente, de hecho, se acercaba a Jesús, quería ser parte de sus seguidores; esto sucedía especialmente después de algún signo prodigioso, que lo acreditaba como Mesías, el Rey de Israel. Pero Jesús no quiere engañar a nadie. Él sabe bien qué le espera en Jerusalén, cuál es el camino que el Padre le pide recorrer: es el camino de la cruz, del sacrificio de sí mismo para el perdón de nuestros pecados. ¡Seguir a Jesús no significa participar en una procesión triunfal! Significa compartir su amor misericordioso, entrar en su gran obra de misericordia para cada hombre y para todos los hombres. Es una obra de misericordia, de perdón, de amor, es tan misericordioso. Y este perdón universal pasa a través de la cruz. Pero Jesús no quiere compartir esta obra solo: quiere implicarnos también a nosotros en la misión que el Padre le ha confiado. Después de la resurrección dirá a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, yo también os mando a vosotros… A los que perdonéis los pecados, les serán perdonados» (Jn 20, 21-22). El discípulo de Jesús renuncia a todos los bienes porque ha encontrado el Él el Bien más grande, en el que cualquier otro bien recibe su pleno valor y significado: las uniones familiares, las otras relaciones, el trabajo, los bienes culturales y económicos, etc. El cristiano se desapega de todo y encuentra todo en la lógica del Evangelio, la lógica del amor y del servicio.

Para explicar esta exigencia, Jesús usa dos parábolas: la de la torre a construir y la del rey que va a la guerra. Esta segunda parábola dice así: «¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz» (Lc 14, 31-32). Aquí Jesús no quiere afrontar el tema de la guerra, es solo una parábola. Pero, en este momento en el que estamos rezando fuertemente por la paz, esta Palabra del Señor nos toca de forma viva, y en esencia nos dice: ¡hay una guerra más profunda que debemos combatir, todos! Es la decisión fuerte y valiente de renunciar al mal y a sus seducciones y de elegir el bien, preparados a pagar en persona: he aquí el seguir a Cristo, ¡he aquí el tomar la propia cruz! Esta guerra profunda contra el mal ¿De qué sirve hacer guerras, tantas guerras si tu no eres capaz de hacer esta guerra profunda contra el mal? No sirve, no funciona. Esto implica, entre otras cosas; esta guerra contra el mal implica decir no al odio fraticida y a las mentiras de las que se sirve, a la violencia en todas sus formas, decir no a la proliferación de las armas y a su comercio ilegal. Pero hay tantas, pero hay tantas. Pero siempre queda la duda: esta guerra de aquí, de allí, por todos lados hay guerras, ¿es realmente una guerra o es una guerra comercial para tomar estas armas del comercio ilegal? Estos son enemigos a combatir, unidos y con coherencia, no siguiendo otros intereses si nos los de la paz y el bien común.

Queridos hermanos, hoy recordamos también la Natividad de la Virgen María, fiesta particularmente querida en las Iglesias Orientales. Y todos nosotros, ahora podemos enviar un saludo a todos los hermanos y hermanas, obispos, monjes, monjas de las Iglesias Orientales, ortodoxos y católico ¡Un saludo! Jesús es el sol, María es la aurora que preanuncia su surgir. Ayer hemos velado confiando a su intercesión nuestra oración por la paz en el mundo, especialmente en Siria y en todo Oriente Medio. La invocamos ahora como Reina de la Paz. Reina de la paz, ruega por nosotros.

(Oración del Ángelus)

Quisiera dar las gracias, a todos aquellos que, de diferentes modos, se han unido a la vigilia de oración a ayuno de ayer por la tarde. Doy gracias a tantas personas que se han unido a la ofrenda de sus sufrimientos. Doy gracias a las autoridades civiles, como también a los miembros de otras comunidades cristianas y de otras religiones, y hombre y mujeres de buena voluntad que han vivido, en esta circunstancia, momentos de oración, ayuno, reflexión.

Pero el compromiso continúa: ¡vamos adelante con la oración y con las obras de paz! Os invito a continuar rezando para que cese la violencia y la devastación en Siria y se trabaje con renovado compromiso por una solución justa al conflicto fraticida. Oremos también para que los otros países de Oriente Medio, particularmente por el Líbano, para que encuentren la deseada estabilidad y continúe siendo modelo de convivencia; por Iraq, para que la violencia sectaria deje paso a la reconciliación; y por el proceso de paz entre israelíes y palestinos, para que progrese con decisión y valentía. Y recemos por Egipto, para todos los egipcios, musulmanes y cristianos, se comprometan a construir juntos la sociedad por el bien de toda la población.

¡La búsqueda de la paz es larga y es necesaria paciencia y perseverancia! Vamos adelante con la oración.

Con alegría recuerdo que ayer, en Rovigo, se ha proclamado beata a María Bolognesi, fiel laica de aquella tierra, nacida en 1924 y muerta en 1980. Pasó toda su vida al servicio de los otros, especialmente pobres y enfermos., soportando grandes sufrimientos en profunda unión con la pasión de Cristo. ¡Damos gracias a Dios por esta testigo del Evangelio!

Saludo con afecto a todos los peregrinos presentes, en particular a los fieles del Patriarcado de Venecia, guiados por el patriarca; antiguos alumnos y alumnas de las Hijas de María Auxiliadora; y los participantes de la «Campaña de la Virgen Peregrina de Schoenstatt».

Saludo a los fieles de Carcare, Bitondo, Sciaca, Nocera Superiore, y de las diócesis de Acerra, la Compañía de las Hermanas del Santo Rosario de Villa Pitignano; los jóvenes de Toran Nuovo, Martignano, Tencarola y Carmignano, y los que han venido con las Hermanas de la Misericordia de Verona.

Saludo al Coro de San Juan Ilarione, las asociaciones «Paz y Alegría» de Santa Victoria de Alba y «Calima» de Orzinuovi, y donantes de sangre de Cimolais.

A todos deseo un feliz domingo. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

Traducido del italiano por Rocío Lancho García

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Francisco Papa

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