El Papa en la gruta de Nazaret, donde comenzó la aventura cristiana

«Aquí el eterno Hijo de Dios se hizo hombre», explica

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NAZARET, jueves, 14 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- En silencio de Benedicto XVI ante la gruta en la que la joven María de Nazaret supo que se convertiría en la madre del Salvador, se convirtió en la tarde de este jueves en uno de los momentos culminantes de su peregrinación a Tierra Santa, que concluirá este viernes.

«Aquí el eterno Hijo de Dios se hizo hombre», dijo momentos después el Papa, que está escribiendo el segundo volumen de su libro «Jesús de Nazaret», y que ha dado a este viaje ante todo una dimensión de oración.

Para él fueron momentos importantes, pues como diría más tarde «reflexionar sobre este gozoso misterio nos da esperanza, la segura esperanza de que Dios seguirá conduciendo nuestra historia, que seguirá actuando con poder creativo para realizar los objetivos que para los cálculos humanos parecen imposibles».

El padre José Carballo OFM, ministro general de la Orden de los Frailes Menores (franciscanos), cuyos religiosos custodian los santos lugares, explicó al Papa en su saludo de bienvenida que «los estudios arqueológicos aquí realizados nos muestran claramente cómo a través de los siglos quienes nos han precedido se han esforzado por embellecer uno de los lugares más queridos por la cristiandad».

La gruta de la Anunciación, que se encuentra en la basílica inferior de Nazaret, a pesar de las numerosas adaptaciones sufridas a través de los siglos, fue parte de un conjunto de casas que puede ser observado más fácilmente desde el exterior de la basílica.

A su lado se encuentra otra pequeña gruta, con pinturas y graffitis dejados por los antiguos peregrinos en las paredes. Conserva restos del pavimento de los edificios de culto (una sinagoga y una iglesia, siglos III y IV), que precedieron a la basílica bizantina.

Los franciscanos entraron en posesión de la gruta y de las ruinas de la iglesia cruzada, destruida en el siglo XIII por orden del sultán Baybars ad-Dhahir, en 1620, cuando el emir druso de la montaña libanesa Fakr ed-Din la regaló al sacerdote italiano Tommaso Obicini, custodio de Tierra Santa, escribiendo una histórica página en las relaciones amistosas entre los no cristianos y la Custodia franciscana de los santos lugares.

Tras este momento clave para su peregrinación espiritual, el Papa subió a la Basílica Superior del Santuario de la Anunciación, el templo más grande del Oriente cristiano, consagrado en 25 de marzo de 1969 para presidir la celebración de las vísperas con los obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos, movimientos eclesiales y agentes pastorales de Galilea.

«Lo que sucedió aquí, en Nazaret, lejos de las miradas del mundo fue un acto singular de Dios, una poderosa intervención en la historia a través de la cual un niño fue concebido para llevar la salvación a todos el mundo», dijo el Papa en el discurso que pronunció en el acto de oración».

«El prodigio de la Encarnación sigue desafiándonos a abrir nuestra inteligencia a las ilimitadas posibilidades del poder transformador de Dios, de su amor por nosotros, de su deseo por estar en comunión con nosotros».

«El Espíritu que ‘descendió sobre María’ es el mismo Espíritu que se aleteó sobre las aguas en los albores de la Creación», afirmó el Papa. «Esto nos recuerda que la Encarnación fue un nuevo acto creativo. Cuando Nuestro Señor Jesucristo fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de María, Dios se unió con nuestra humanidad creada, entrando en una permanente nueva relación con nosotros e inaugurando la nueva Creación».

A la luz del misterio central del cristianismo, el Papa sacó conclusiones para la vida la pequeña minoría cristiana que vive en el Estado de Israel y en los Territorios Palestinos.

«Quizá os parezca que vuestra voz cuenta poco. Muchos de sus compañeros cristianos han emigrado, en la esperanza de contar en otros lugares mayor seguridad y mejores perspectivas. Vuestra situación nos recuerda la situación de la joven virgen María, que llevó una vida escondida en Nazaret, con pocas cosas del ambiente cotidiano en cuanto a la riqueza y a la influencia mundana», reconoció.

El Papa citó un pasaje del Magníficat de la Virgen, cuando dice que Dios se fijó en su humildad para dar «fuerza» a los católicos palestinos e israelíes.

«¡Tened el valor de ser fieles a Cristo y permanecer aquí en la tierra que Él santificó con su presencia! Como María, tenéis un papel que desempeñar en el plan divino de la salvación, llevando a Cristo en el mundo, dando testimonio de Él y difundiendo su mensaje de paz y unidad».

Po este motivo, concluyó, «es esencial que estéis unidos entre vosotros para que la Iglesia en la Tierra Santa pueda ser claramente reconocida como un signo y un instrumento de comunión con Dios y de unidad con todo el género humano».

Al terminar las vísperas el ambiente de recogimiento se transformó en entusiasmo de fiesta, cuando los presentes cantaron en italiano, entre versos árabes: «Benedicto, bienvenido a Nazaret».

Ese viernes, último día del Papa en Tierra Santa, lo dedicará a la promoción del diálogo ecuménico, pues en la mañana, en la sede del patriarcado greco-ortodoxo de Jerusalén, se reunirá con los representantes de las demás iglesias y comunidades cristianas. Tras visitar el Santo Sepulcro, culmen de su peregrinación espiritual, y visitar al patriarca armenio apostólico, se dirigirá al aeropuerto de Tel Aviv, donde tiene previsto despegar rumbo a Roma a las 14.00 hora local.

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ZENIT Staff

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