El Papa en Santa Marta: 'La Cruz no es un adorno'

Francisco en la homilí­a de este martes explica que el cristianismo es una persona y no una doctrina filosófica. Nuestros pecados sólo se curan con las llagas del Señor

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«No hay cristianismo sin la cruz». Ésta ha sido la idea central de la homilía del papa Francisco en la misa de esta mañana en la Casa Santa Marta. En sus palabras, el Pontífice ha subrayado también que «no hay posibilidad de salir solos de nuestro pecado» y ha reiterado que la Cruz no es un adorno para colocar en el altar, sino el misterio del amor de Dios.

Caminando en el desierto, el pueblo murmuraba contra Dios y contra Moisés. Pero cuando el Señor envió unas serpientes, el pueblo admitió su pecado y pidió una señal de salvación. El Santo Padre se ha referido a la Primera lectura, tomada del Libro de los Números, para reflexionar sobre la muerte en el pecado. Y en seguida ha constatado que Jesús, en el Evangelio de hoy, advierte a los fariseos diciéndoles: «Moriréis en vuestro pecado»:

«No hay posibilidad de salir solos de nuestro pecado. No hay posibilidad. Estos doctores de la ley, estas personas que enseñaban la ley, no tenían una idea clara acerca de esto. Creían, sí, en el perdón de Dios, pero se sentían fuertes, suficientes, lo sabían todo. Y al final había hecho de la religión, de la adoración a Dios, una cultura con valores, reflexiones, ciertos mandamientos de conducta para ser educados, y pensaban, sí, que el Señor puede perdonar, lo sabían, pero (estaba) demasiado lejos todo esto».

El Señor en el desierto, ha recordado más tarde, le ordena a Moisés que haga una serpiente y la ponga en una vara y el que sea mordido por las serpientes, y la mire, vivirá. Pero, ¿qué es la serpiente?, se ha preguntado el Papa. «La serpiente es el símbolo del pecado», como vemos en el Libro del Génesis cuando «fue la serpiente la que sedujo a Eva, al proponerle el pecado». Y Dios, ha indicado, manda levantar el «pecado como una bandera de la victoria». Esto, ha explicado Francisco, «no se comprende bien si no entendemos lo que Jesús nos dice en el Evangelio». Jesús dice a los Judíos: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que soy yo». En el desierto, ha proseguido, ha sido por tanto elevado el pecado, «pero es un pecado que busca la salvación, porque se cura allí». El que es elevado, ha destacado, es el Hijo del hombre, el verdadero Salvador, Jesucristo:

«El cristianismo no es una doctrina filosófica, no es un programa de vida para sobrevivir, para ser educados, para hacer las paces. Estas son las consecuencias. El cristianismo es una persona, una persona elevada en la Cruz, una persona que se aniquiló a sí misma para salvarnos; se ha hecho pecado. Y así como en el desierto ha sido elevado el pecado, aquí que se ha elevado Dios, hecho hombre y hecho pecado por nosotros. Y todos nuestros pecados estaban allí. No se entiende el cristianismo sin comprender esta profunda humillación del Hijo de Dios, que se humilló a sí mismo convirtiéndose en siervo hasta la muerte y muerte de cruz, para servir».

Y por eso el Apóstol Pablo, ha afirmado, «cuando habla de lo que él se gloria -incluso se puede decir de lo que nos gloriamos nosotros»- dice: «De nuestros pecados». Nosotros, ha observado el Pontífice, «no tenemos otras cosas de las que gloriarnos, esta es nuestra miseria». Pero, ha añadido, «por la misericordia de Dios, nos gloriamos en Cristo crucificado». Y por eso, ha asegurado, «no hay cristianismo sin la cruz y no hay cruz sin Jesucristo». El corazón de la salvación de Dios, ha insistido, «es su Hijo, que tomó sobre sí todos nuestros pecados, nuestras soberbias, nuestras seguridades, nuestras vanidades, nuestros deseos de ser como Dios». Po eso, ha advertido, «un cristiano que no sabe gloriarse en Cristo crucificado no ha entendido lo que significa ser cristiano». Nuestras llagas, ha apuntado, «las que deja el pecado en nosotros, sólo se curan con las llagas del Señor, con las llagas de Dios hecho hombre, humillado, aniquilado». «Esto -ha reiterado el Santo Padre- es el misterio de la Cruz»:

«No es un adorno, que siempre hay que poner en las iglesias, sobre el altar, allí. No es un símbolo que nos distingue de los demás. La Cruz es el misterio, el misterio del amor de Dios, que se humilla a sí mismo, se hace «nada», se hace pecado. ¿Dónde está tu pecado? ‘Pero no lo sé, tengo tantos aquí’. No, tu pecado está allí, en la Cruz. Vete a buscarlo allí, en las llagas del Señor, y tu pecado se curará, tus llagas sanarán, tu pecado te será perdonado. El perdón que Dios nos da no consiste en eliminar una cuenta que tenemos con Él: el perdón que Dios nos da son las llagas de su Hijo en la Cruz, elevado en la Cruz. Que nos atraiga hacia Él y que nos dejemos sanar».

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ZENIT Staff

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