El Papa encomienda el mundo a la Divina Misericordia

Dedicación del santuario, foco mundial del mensaje de Faustina Kowalska

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CRACOVIA, 18 agosto 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II encomendó este sábado el mundo a la Divina Misericordia al dedicar el nuevo santuario que surge en Lagiewniki, barrio de Cracovia.

El pontífice explicó que este centro de peregrinación, levantado en tres años al lado del convento donde vivió y murió Faustina Kowalska (1905-1938) quiere llevar el mensaje de aquella joven mística polaca «a todos los habitantes de la tierra».

La dedicación del Santuario de la Misericordia Divina fue el acto más importante del viaje internacional número 98 de este pontificado, el octavo de Juan Pablo II a su tierra natal (o noveno, si se tiene en cuenta la visita de unas horas realizada en 1995 a Skoczow –sur de Polonia–, al margen de su peregrinación a la República Checa).

Las superficies blancas a los dos lados del altar proyectaban imágenes de vídeo que permitían a los 4.000 asistentes ver en primer plano la figura del Papa.

Por encima se elevaba el cuadro de Jesús Misericordioso sobre un enorme sagrario de oro en forma de globo terráqueo, rodeado por un arbusto sacudido por el viento, imagen de la lucha del ser humano contra su propia debilidad.

Unas 20.000 personas seguían la ceremonia desde el exterior del santuario. La multitud llegaba incluso hasta las calles lejanas, donde prácticamente no se escuchaba el sonido de los altavoces.

A esa distancia, adultos y jóvenes permanecían arrodillados en silencio sobre el asfalto y las aceras como si estuviesen cerca del altar. Más de doscientas mil personas esperaron ese sábado el paso del automóvil del Papa para verle por breves segundos.

Con voz emocionada, Juan Pablo II proclamó en la homilía: «en este santuario encomiendo hoy solemnemente el mundo a la Misericordia Divina, y lo hago con el deseo ardiente de que el mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado desde aquí por santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la tierra y llene los corazones de esperanza».

«¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de hoy! –exclamó el Papa–. En todos los continentes, desde lo profundo del sufrimiento humano, parece levantarse la invocación de la misericordia».

«Donde dominan el odio y la sed de venganza, donde la guerra lleva al dolor y la muerte de los inocentes es necesaria la gracia de la misericordia para aplacar las mentes y los corazones, y hacer que surja la paz».

«Donde desfallece el respeto de la vida y de la dignidad del hombre, es necesario el amor misericordioso de Dios, a la luz del cual se manifiesta el inefable valor de todo ser humano –siguió diciendo–. Es necesaria la misericordia para lograr que toda injusticia en el mundo encuentre su término en el esplendor de la verdad».

Al final de su larga homilía, el Papa citó las palabras de Jesús recogidas en el «Diario» de sor Faustina: «Desde aquí saltará la chispa que prepara el mundo para mi última venida».

«Es necesario encender esta chispa de la gracia de Dios –aclaró–. Es necesario transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la Misericordia de Dios el mundo encontrará la paz y el hombre, la felicidad».

El intenso calor provocado por la muchedumbre presente en el templo acabaron cansando al Papa; sin embargo, no quiso acortar ni un minuto del larguísimo rito de consagración del templo.

Llevado por la emoción, confesó espontáneamente: «¿Quién iba a pensar que alguien que llegaba aquí caminando con zuecos de madera llegaría un día a consagrar esta Basílica?», recordando que a pocos metros del santuario se encontraba la cantera de Solvay, en la que Karol Wojtyla trabajó en sus años de juventud, durante la dominación nazi.

Al final del acto, Juan Pablo II se encontró con el ex presidente Lech Walesa, ex líder del sindicato Solidaridad, que en los años ochenta cambiaría el curso de la historia en Polonia y Europa del Este.

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ZENIT Staff

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