El Papa: Ha llegado la hora de redescubrir la ternura del perdón de Dios

Signos de superación de la crisis del sacramento de la confesión

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CIUDAD DEL VATICANO, 2 abr 2001 (ZENIT.org).- Ante la «nueva sed de espiritualidad» que vive el hombre de inicios de milenio y ante su «profunda necesidad de un encuentro personal», Juan Pablo II relanza el sacramento de la confesión como una dimensión decisiva para la nueva evangelización que ha lanzado al final del Jubileo.

El pontífice hace esta propuesta al tomar papel y pluma para enviar, como todos los años con motivo del Jueves Santo, una carta a los 404.560 sacerdotes que hay en el mundo. De hecho, confirma al inicio de su misiva, escrita con estilo directo, el redescubrimiento de este sacramento de la reconciliación ha sido quizá uno de los frutos más importantes del año santo.

El Papa recuerda cómo los confesionarios del Vaticano y de las demás basílicas, fueron «asaltados» –es la palabra que él mismo utiliza– por los peregrinos, «a menudo obligados a soportar largas filas, en paciente espera del propio turno». Esta experiencia, en Roma, tuvo su zenit en agosto pasado, cuando el Circo Máximo de Roma acogió a miles de confesores que ofrecieron el perdón de Dios a cientos de miles de jóvenes venidos para participar en las Jornadas Mundiales de la Juventud. En esos cuatro días se batieron todos los records de la historia en número de confesiones.

Tras la profunda crisis que ha atravesado este sacramento en décadas pasadas, el obispo de Roma reconoce que «sería ingenuo pensar que la intensificación de la práctica del Sacramento del perdón durante el año jubilar, por sí sola, demuestre un cambio de tendencia ya consolidada. No obstante, se ha tratado de una señal alentadora», confiesa.

Por eso, considera que ha llegado la hora de relanzar este don único dejado por Cristo a la humanidad través de sus apóstoles «A quienes perdonéis los pecados…».

«Lo que nos inspira confianza en la posibilidad de recuperar este Sacramento –reconoce– no es sólo el aflorar, aun entre muchas contradicciones, de una nueva sed de espiritualidad en muchos ámbitos sociales, sino también la profunda necesidad de encuentro interpersonal, que se va afianzando en muchas personas como reacción a una sociedad anónima y masificadora, que a menudo condena al aislamiento interior incluso cuando implica un torbellino de relaciones funcionales».

«Ciertamente –advierte el Papa Wojtyla–, no se ha de confundir la confesión sacramental con una práctica de apoyo humano o de terapia psicológica. Sin embargo, no se debe infravalorar el hecho de que, bien vivido, el sacramento de la Reconciliación desempeña indudablemente también un papel «humanizador», que se armoniza bien con su valor primario de reconciliación con Dios y con la Iglesia».

Por eso, explica, «hay que decir con firmeza y convicción que el sacramento de la Penitencia es la vía ordinaria para alcanzar el perdón y la remisión de los pecados graves cometidos después del Bautismo».

«Desafortunadamente –constata el pontífice– hay una tendencia minimalista, que impide al Sacramento producir todos los frutos deseables. Para muchos fieles la percepción del pecado no se mide con el Evangelio, sino con los «lugares comunes», con la «normalidad» sociológica, llevándoles a pensar que no son particularmente responsables de cosas que «hacen todos», especialmente si son legales civilmente».

«La evangelización del tercer milenio ha de afrontar la urgencia de una presentación viva, completa y exigente del mensaje evangélico. Se ha de proponer un cristianismo que no puede reducirse a un mediocre compromiso de honestidad según criterios sociológicos, sino que debe ser un verdadero camino hacia la santidad», propone el sucesor de Pedro.

Y para que esta renovación nazca desde dentro, pide un paso decisivo: el que los mismos sacerdotes acudan al sacramento de la confesión con otros sacerdote regularmente. «Sólo quien ha sentido la ternura del abrazo del Padre, como lo describe el Evangelio en la parábola del hijo pródigo –«se echó a su cuello y le besó efusivamente»– puede transmitir a los demás el mismo calor, cuando de destinatario del perdón pasa a ser su ministro», concluye.

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ZENIT Staff

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