El Papa: Los cristianos, protagonistas del proceso de unificación europea

¿Su papel irrenunciable? Transmitir la esperanza evangélica

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CIUDAD DEL VATICANO, 30 mar 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II está convencido: los cristianos tienen un papel indispensable que desempeñar en la Unión Europea: recuperar la esperanza en una sociedad amenazada por el materialismo tecnológico o el desprecio de las minorías.

Lo afirmó esta mañana el pontífice al recibir al recibir a los obispos de la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (COMECE), reunida en Roma entre el 29 y el 30 de marzo, con motivo de su asamblea plenaria, presidida por monseñor Josef Homeyer, obispo de Hildesheim (Alemania).

Europa, realidad cultural y espiritual
Para el Papa, según él mismo explicó en su encuentro con los obispos europeos, la Europa que surge del proceso de integración «no debe ser sólo una realidad geográfica y económica continental, sino que debe presentarse ante todo como un entendimiento cultural y espiritual, forjado gracias a un fecundo cruce de múltiples y significativos valores y tradiciones».

En este sentido, el obispo de Roma calificó el proceso de integración europeo de los quince países –al que otros están llamando insistentemente a sus puertas, recordó– como «un itinerario seguro hacia la paz y la concordia entre los pueblos, y una senda más rápida para alcanzar el bien común europeo».

Europa de dos pulmones
Ahora bien, para que esto sea así, el pontífice exigió que se abatan los muros invisibles que se han levantado tras el final de la cortina de hierro, pidiendo que la nueva Europa respire «a dos pulmones [el oriental y el occidental], no sólo desde el punto de vista religioso, sino también cultural y político».

El principio sobre el que debe basarse la nueva Europa, según el sucesor de Pedro, es «el reconocimiento de la dignidad de la persona humana y de sus derechos fundamentales inalienables, la inviolabilidad de la vida, la libertad y la justicia, la fraternidad y la solidaridad».

La aportación cristiana
El mismo Juan Pablo II en otras ocasiones, así como destacados representantes de la Iglesia católica, han externado su perplejidad ante el texto de la Carta europea de derechos fundamentales, aprobada por los quince países que componen la Unión Europea en la cumbre de Niza del mes de diciembre pasado. Estas dudas han sido también manifestadas por importantes políticos, como el ex presidente de la Comisión Europea, el socialista Jacques Delors, y su actual sucesor en el cargo, el democristiano Romano Prodi.

En este contexto, el Santo Padre aseguró que «el cristianismo puede ofrecer al continente europeo una aportación determinante y sustancial de renovación y esperanza».

Ahora bien, la «esperanza evangélica», constató, sólo puede transmitirse si se da «una nueva estación misionera que involucre a todos los componentes del pueblo cristiano».

«En ocasiones emerge en el mundo contemporáneo la convicción de que el hombre puede establecer por sí mismo los valores que necesita –constató–. La sociedad con frecuencia querría delegar la determinación de sus propias metas al cálculo racional, a la tecnología, al interés de una mayoría. Es necesario recordar con fuerza que la dignidad de la persona humana radica en el designio del Creador, de modo que sus derechos no están sometidos a intervenciones arbitrarias de las mayorías, sino que han de ser reconocidos por todos y mantenidos en el centro de todo designio social y de toda decisión política».

«Sólo una visión íntegra de la realidad, inspirada en los perennes valores humanos, puede favorecer la consolidación de una comunidad libre y solidaria», concluyó.

Una reivindicación esta última que el Papa presentó de manera especial a los legisladores y gobernantes que están construyendo la nueva Europa.

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ZENIT Staff

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