El Papa pide a los jóvenes el «martirio» de ir contra corriente

Dos millones en la gran vigilia de las Jornada Mundial de la Juventud

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ROMA, 19 agosto (ZENIT.org).- Dos millones de jóvenes de 160 países y de todas las razas han sido la gran sorpresa del gran Jubileo del año 2000. Llegaron para encontrarse con el Papa después de haber recorrido en ese día decenas de kilómetros, bajo un sol implacable, con temperaturas que alcanzaban los 38 grados a la sombra y al menos un 85 por ciento de humedad. Sin saberlo, cada uno de ellos se convirtió en protagonista del encuentro más grande que ha vivido la Ciudad Eterna en toda su historia.

Lágrimas en los ojos del pontífice
Cuando el helicóptero del pontífice aterrizó en la inmensa explanada de Tor Vergata, situada a las puertas de Roma, comenzó el delirio. Al llegar, el Papa quiso recorrer las 300 hectáreas en «papamóvil» para poder saludarlos de cerca. Aplausos, y gritos de estadio de fútbol le siguieron durante minutos y minutos. Cuando subió al palco y vio el espectáculo de color y alegría que tenía ante sus ojos, los jóvenes lograron arrancarle las lágrimas. Pero tras secárselas con la mano, fue él mismo quien se puso a incitar a sus jóvenes siguiendo con la mano el ritmo de sus gritos.

Junto al palco del Papa, se encontraban jóvenes minusválidos o procedentes de países en guerra o que viven en extrema pobreza. Pudieron participar en este encuentro gracias a la solidaridad de los participantes en estas Jornadas Mundiales de la Juventud, que les llevó a ofrecer a muchos 10 dólares en solidaridad para poder pagar su viaje e instancia.

La voz de los jóvenes
Una cruz tan grande como un edificio de unos seis pisos se convirtió en el testigo simbólico de los testimonios que pronunciaron cuatro jóvenes intercalados por la participación de grandes artistas y de todo el mundo. En primer lugar tomó la palabra Domingos, un muchacho de Angola, quien narró cómo perdono a los asesino de su hermano a causa de la guerra en ese país que dura ya desde hace 25 años.

A continuación, Aurora, rumana, de la Iglesia católica bizantina, perseguida por el régimen comunista, reveló a los muchachos lo difícil que era participar en encuentros de oración clandestinos y asistir a la universidad.

La vigilia dio voz, a continuación, al grito de los condenados a muerte. Stefania, una muchacha italiana, contó la amistad y asistencia espiritual que ha podido ofrecer a quienes esperan el día de su ejecución en las cárceles de Estados Unidos, por casi todos Juan Pablo II ya ha pedido oficialmente clemencia.

Por último, Massimiliano, de Roma, confesó que ha nacido en una sociedad «donde todo se puede comprar» y «en la que tengo todo». En este ambiente, ha sentido el mismo llamamiento a dar lo que tenía a los pobres y a seguir a Cristo. En su encuentro con los pobres de Roma, este joven busca la santidad en el año 2000.

El «nuevo martirio»
Juan Pablo II, en su discurso, planteó una pregunta que la gran mayoría de los jóvenes sienten en su propio pellejo: «En el año 2000, ¿es difícil creer?». La respuesta del Papa fue clara: «Sí, es difícil. No hay que ocultarlo».

«También hoy creer en Jesús», constató, «conlleva una opción por Él y, no pocas veces, es como un nuevo martirio: el martirio de quien, hoy como ayer, es llamado a ir contra corriente para seguir al divino Maestro».

Al inicio del discurso, los jóvenes estaban muy silenciosos, la concentración se rompió cuando los mexicanos le interrumpieron con sus típicas «porras». Todos se sumaron y el Papa bromeó: «Tenéis razón, ya he hablado demasiado».

El obispo de Roma continuó ilustrando lo que significa hoy el martirio en una sociedad consumista y hedonista. «Quizás a vosotros no se os pedirá la sangre –explicó a los jóvenes–, pero sí ciertamente la fidelidad a Cristo. Una fidelidad que se ha de vivir en las situaciones de cada día. Estoy pensando en los novios y su dificultad de vivir, en el mundo de hoy, la pureza antes del matrimonio. Pienso también en los matrimonios jóvenes y en las pruebas a las que se expone su compromiso de mutua fidelidad. Pienso, asimismo, en las relaciones entre amigos y en la tentación de deslealtad que puede darse entre ellos».

«Me refiero igualmente al que quiere vivir unas relaciones de solidaridad y de amor en un mundo donde únicamente parece valer la lógica del provecho y del interés personal o de grupo –añadió–.
Así mismo, pienso en el que trabaja por la paz y ve nacer y estallar nuevos focos de guerra en diversas partes del mundo; también en quien actúa en favor de la libertad del hombre y lo ve aún esclavo de sí mismo y de los demás; pienso en el que lucha por el amor y el respeto a la vida humana y ha de asistir frecuentemente a atentados contra la misma y contra el respeto que se le debe».

El regalo del Papa a los jóvenes
Juan Pablo II quiso dejar a los jóvenes un regalo para que puedan ser los cristianos del tercer milenio: el Evangelio. «La palabra que contiene es la palabra de Jesús. Si la escucháis en silencio, en oración, dejándoos ayudar por el sabio consejo de vuestros sacerdotes y educadores con el fin de comprenderla para vuestra vida, entonces encontraréis a Cristo y lo seguiréis, entregando día a día la vida por Él».

«En realidad –les dijo a los chicos que en sus manos tenían velas encendidas–, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna».

«Queridos jóvenes», exclamó con fuerza el Santo Padre, «En la lucha contra el pecado no estáis solos: ¡muchos como vosotros luchan y con la gracia del Señor vencen!». Este es, sin duda, el gran éxito de las Jornadas Mundiales de la Juventud, un encuentro planetario de jóvenes cristianos, con los mismos problemas e ideales.

El sucesor de Pedro concluyó su discurso improvisando: «He esperado mucho el poder daros este mensaje, el poder encontrarme con vosotros esta noche y, después, mañana».

«Roma no olvidará nunca este ruido», les dijo antes de despedirse el Papa, aludiendo a los gritos y cantos de la vigilia. En ese mismo instante estallaban los fuegos artificiales.

Los jóvenes se quedaron a «dormir» en la gran explanada de Tor Vergata. El ambiente era de fiesta, a pesar de que el cansancio era realmente tremendo: la gran mayoría de los jóvenes han pasado cuatro días durmiendo por los suelos de escuelas, parroquias o cuarteles… Habían caminado kilómetros bajo el peor de los calores romanos.. Algunos, sin embargo, pasaron todavía momentos de adoración en algunas tiendas, en las que estaba expuesta la Eucaristía.

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ZENIT Staff

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