El papa reivindica el papel del cristianismo en la Unidad de Italia

“Hubo controversia en las instituciones, no en la sociedad”

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ROMA, miércoles 16 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Ante la inminente celebración de los 150 años de la unificación de Italia el Papa Benedicto XVI ha dirigido al Presidente de la República Italiana, Giorgio Napolitano, un mensaje en el que destaca el papel del cristianismo como forjador de la unidad nacional.

En su mensaje, el Papa destaca que, pesar de las tensiones y controversias que provocó este proceso histórico, que llevó a la desaparición de los Estados Pontificios y al enfrentamiento con el nuevo Estado italiano, la contribución de los católicos a la unidad de Italia fue enorme.

Benedicto XVI subraya que, a pesat de que el movimiento unificador, el Risorgimento, “pasó como un movimiento contrario a la Iglesia, al catolicismo, incluso contra la religión en general”, sin embargo “no se puede callar la aportación del pensamiento – e incluso de la acción – de los católicos en la formación del Estado unitario”.

En este sentido, el Papa Benedicto destaca a importantes figuras históricas del Risorgimento, que contribuyeron como católicos a este proceso.

“Desde el punto de vista del pensamiento político bastaría recordar todas las vicisitudes del neogüelfismo, que tuvo en Vincenzo Gioberti un ilustre representante; o o pensar en las orientaciones católico-liberales de Cesare Balbo, Massimo d’Azeglio, Raffaele Lambruschini”.

“Por el pensamiento filosófico, político y también jurídico resalta la gran figura de Antonio Rosmini, cuya influencia se ha mantenido en el tiempo, hasta dar forma a puntos significativos de la Constitución italiana vigente”.

Respecto a “esa literatura que tanto contribuyó a ‘hacer a los italianos’, es decir, a darles un sentimiento de pertenencia”, el Papa descató la obra de Alessandro Manzoni (Los Novios), “fiel intérprete de la fe y de la moral católica”, y a Silvio Pellico, el cual “supo testimoniar la conciliabilidad del amor a la Patria con una fe diamantina”.

“Y también figuras de santos, como san Juan Bosco, impulsado por la preocupación pedagógica a componer manuales de historia patria, que modeló la pertenencia al instituto por él fundado sobre un paradigma coherente con una sana concepción liberal: «ciudadanos frente al Estado y religiosos frente a la Iglesia».

Pero sobre todo, el Papa recuerda la “aportación fundamental de los católicos italianos a la elaboración de la Constitución republicana de 1947”.

“Si el texto constitucional fue el fruto positivo de un encuentro y una colaboración entre tradiciones de pensamiento, no hay ninguna duda de que sólo los constituyentes católicos se presentaron en la histórica cita con un proyecto preciso sobre la ley fundamental del nuevo Estado italiano”.

De ahí “partió un compromiso muy significativo de los católicos italianos en la política, en la actividad sindical, en las instituciones públicas, en las realidades económicas, en las expresiones de la sociedad civil, ofreciendo así una contribución muy relevante al crecimiento del país, con demostraciones de absoluta fidelidad al Estado y de dedicación al bien común y colocando a Italia en proyección europea”.

También recuerda el precio pagado por los católicos “en los años dolorosos y oscuros del terrorismo”, recordando los asesinatos de Aldo Moro y de Vittorio Bachelet a manos de las Brigadas Rojas.

Cuestión Romana”

El Papa quiere subrayar la diferencia entre la crisis político-institucional que enfrentó a la Santa Sede con el naciente Estado italiano, del proceso de unificación en sí, a nivel social, en el que, afirma, “no hubo confrontación”.

El proceso de unificación “tuvo que medirse inevitablemente con el problema de la soberanía temporal de los Papas (pero también porque llevaba a extender a los territorios adquiridos poco a poco una legislación en materia eclesiástica de orientación fuertemente laicista)”.

Ello, admite, “tuvo efectos desgarradores en la conciencia individual y colectiva de los católicos italianos, divididos por sentimientos opuestos de fidelidades nacientes de la ciudadanía por un lado y de la pertenencia eclesial por el otro”.

Sin embargo, subraya, “debe reconocerse que, si bien fue el proceso de unificación político-institucional el que produjo ese conflicto entre Estado e Iglesia que ha pasado a la historia con el nombre de Cuestión Romana, suscitando en consecuencia la expectativa de una Conciliación formal, no se comprobó ningún conflicto en el cuerpo social, marcado por una profunda amistad entre comunidad civil y comunidad eclesial”.

Esta conciliación, que tuvo lugar en 1929 con los Pactos de Letrán, “debía llegar entre las instituciones, no en el cuerpo social, donde la fe y la ciudadanía no estaban en conflicto”.

“Incluso en los años de la aflicción, los católicos trabajaron por la unidad del país. La abstención de la vida política que siguió al non expedit, dirigió a las realidades del mundo católico hacia una gran asunción de responsabilidad en lo social”, añade el Papa.

Además, destaca el Papa, “sebe observarse que, terminado el poder temporal, la Santa Sede, aún reclamando la más plena libertad y soberanía que le corresponde en su orden, rechazó siempre la posibilidad de una solución de la Cuestión Romana a través de imposiciones desde el exterior, confiando en los sentimientos del pueblo italiano y en el sentido de responsabilidad y de justicia del Estado italiano”.

Desde el medioevo

El Risorgimento del siglo XIX, explica el Papa, “constituyó el desenlace natural de un desarrollo identitario nacional comenzado mucho tiempo antes”.

“El Cristianismo contribuyó de manera fundamental a la construcción de la identidad italiana a través de la obra de la Iglesia, de sus instituciones educativas y asistenciales”, pero también “mediante una riquísima actividad artística: la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música”.

“También las experiencias de santidad, que han constelado la historia de Italia, contribuyeron fuertemente a construir esta identidad, no sólo bajo el perfil específico de una realización peculiar del mensaje evangélico”, sino “también bajo un perfil cultural e incluso político”.

Benedicto XVI destaca, en este sentido, las figuras de un san Francisco de Asís y de una santa Catalina de Siena.

“La aportación de la Iglesia y de los creyentes al proceso de formación y de consolidación de la identidad nacional continúa en la edad moderna y contemporánea”.

“Incluso cuando partes de la península fueron sometidas a la soberanía de potencias extranjeras, fue precisamente gracias a esta identidad clara y fuerte por la que, a pesar de la duración en el tiempo de la fragmentación geopolítica, la nación italiana pudo seguir subsistiendo y siendo consciente de sí misma”.

Por ello, añade, “la unidad de Italia, llevada a cabo en la segunda mitad del siglo XIX, pudo tener lugar no como una construcción política artificiosa de identidades diversas, sino como el desenlace político natural de una identidad fuerte y arraigada, subsistente desde hacía tiempo”. Una identidad “a cuyo moldeamiento el cristianismo y la Iglesia dieron una contribución fundamental”. 

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ZENIT Staff

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