El Papa: Remar en la Barca de Pedro, también con viento en contra

El Santo Padre presidió la liturgia de agradecimiento, a los 200 años de la reconstitución de la Compañía de Jesús

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El papa Francisco presidió en la tarde de este sábado 27 de septiembre, en la iglesia del Santísimo nombre de Jesús, en Roma, la liturgia de agradecimiento por los 200 años de la reconstitución de la Compañía de Jesús en la Iglesia universal. La reintegración fue autorizada por el papa Pio VII con la bula ‘Sollicitudo omnium ecclesiarum’ del 7 de agosto 1814. Y un 27 de septiembre como hoy, pero del 1540, fue cuando el papa Pablo III aprobó por primera vez la Compañía”.

En el altar principal de la iglesia ‘Del Gesú’ había sido puesta la imagen de la ‘Madonna della Strada’ (Virgen de la Calle), a la cual los jesuitas rezaban desde el comienzo de la Compañía, y lámparas y banderas recordando a los cinco continentes. 

En sus palabras el papa Francisco recordó que “la Compañía que lleva el nombre de Jesús ha vivido tiempos difíciles, de persecución” durante los cuales “los enemigos de la Iglesia lograron obtener la supresión de la Compañía por mi predecesor, Clemente XIV”.

“Hoy recordando su reconstitución –indicó el Santo Padre– estamos llamados a recuperar nuestra memoria, trayendo a la mente los beneficios recibidos y los dones particulares”.

Y elogió al entonces general de la Compañía, el padre Ricci, que delante de las tentaciones “no se dejó enredar” y propuso a los jesuitas en tiempos de tribulación, “una visión de las cosas que los radicaba aún más en la espiritualidad de la Compañía”. Consideró que esta actitud, llevó a los jesuitas a tener experiencia de la muerte y resurrección del Señor, incluso “delante de la pérdida de todo, incluso de su identidad pública”.

“La Compañía –y esto es bello añadió el Papa– vivió el conflicto hasta el final, sin reducirlo: vivió la humillación de Cristo humillado, obedeció”. Lo hizo sin buscar salvarse gracias a “un compromiso fácil”, porque no se deben practicar “fáciles irenismos”. Por ello, el padre Ricci, “privilegió la historia respecto a una posible pequeña historia gris, sabiendo que el amor juzga a la historia, y que la esperanza, mismo en la oscuridad, es más grande que nuestras esperas”.

Y el padre Ricci no se defiende sintiéndose “una víctima de la historia, pero pecador”. Porque “reconocerse pecador, evita de ponerse en la condición de considerarse víctima delante de un verdugo”.

El Papa recorrió las principales etapas de la persecución: en 1759 los decretos del marqués de Pombal que la destruyeron en Portugal; en 1761 la tempestad que avanzaba en Francia; en 1760 la expulsión de España; y en 1773 la firma de cierre con el breve Dominus ac Redemptor. El general, indicó que lo importante para la Compañía era “ser fiel hasta el final, fiel al espíritu de su vocación, que es la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas” y exhortó a mantener vivo el espíritu de caridad, de unión, de obedienza, de paciencia, de simplicidad evangélica, de verdadera amistad con Dios. Todo el resto es mundanismo.

Francisco invitó a recordar la historia de su orden religiosa, a la cual “le fue dada la gracia no solamente de creer en el Señor, pero también de sufrir por Él”.

Y así como la nave de la Compañía fue sacudida por las olas, también la barca de Pedro puede serlo hoy. Porque “la noche y el poder de las tinieblas están siempre cerca”. E invitó a los jesuítas a remar, “Remen, sean fuertes, también con el viento contrario. ¡Rememos al servicio de la Iglesia, rememos juntos!” porque “también el Papa rema en la barca de Pedro”. Invitó por lo tanto a rezar “Señor sálvanos; Señor salva a tú pueblo”.

Recordó también que cuando la Compañía fue reconstituida, se puso a disposición de la Sede Apostólica, y retomó su actividad con la predicación y la enseñanza de los ministerios espirituales, la búsqueda científica, la acción social, las misiones y la atención de los pueblos, de quienes sufren y de los emarginados.

“Hoy la Compañía -prosiguió el Papa- enfrenta con inteligencia y operosidad también el trágico problema de los refugiados y de los prófugos, y se esfuerza con discernimiento integrar el servicio de la fe y la promoción de la justicia, en conformidad con el Evangelio.

Recordando “que la bula de Pio VII que reconstituía la Compañía, fue firmada el 7 de agosto de 1814 en la basílica de Santa María la Mayor”, donde san Ignacio celebró su primera misa en la Navidad de 1538. Y concluyó: “María, nuestra Señora, Madre de la Compañía, estará conmovida de nuestros esfuerzos por estar al servicio de su Hijo. Ella nos custodie y nos proteja siempre”.

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ZENIT Staff

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