El Papa responde a las inquietudes de los párrocos (II)

Intervención en el encuentro con los sacerdotes de la diócesis de Roma

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ROMA, martes, 3 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación, el segundo artículo de la serie con la transcripción del interesante diálogo que el Papa mantuvo con los párrocos de la diócesis de Roma, en el encuentro celebrado el pasado jueves 26 de febrero, y que ha hecho público la Santa Sede. La primera parte fue publicada por ZENIT el 27 de febrero de 2009.

* * *

3) Padre Santo, soy don Giuseppe Forlai, vicario parroquial en la parroquia de San Giovanni Crisostomo, en el sector norte de nuestra diócesis. La emergencia educativa, de la cual ha hablado autorizadamente Vuestra Santidad, es también, como todos sabemos, emergencia de educadores, particularmente creo que bajo dos aspectos. Ante todo, es necesario tener una vista mayor sobre la continuidad de la presencia del educador-sacerdote. Un joven no establece un pacto de crecimiento con quien se va después de dos o tres años, también porque está emocionalmente empeñado en gestionar relaciones con padres que dejan su hogar, nuevas relaciones del papá o la mamá, profesores precarios que cambian cada año. Para educar es necesario estar. La primera necesidad que siento es, por tanto, la de una cierta estabilidad de lugar del educador-sacerdote. Segundo aspecto: creo que la partida fundamental de la pastoral juvenil se juega en frente de la cultura. Cultura entendida como competencia emotivo-emocional y como posesión de las palabras que contienen los conceptos. Un joven sin esta cultura puede ser el pobre del mañana, una persona que corre el riesgo de fracasar en lo afectivo y de naufragar en el mundo del trabajo. Un joven de esta cultura corre el riesgo de ser un no creyente, o peor aún, un practicante sin fe, porque la incompetencia en las relaciones deforma la relación con Dios y la ignorancia de las palabras bloquea la comprensión de la excelencia de la palabra del Evangelio. No basta que los jóvenes llenen físicamente el espacio de nuestras parroquias para pasar un poco de tiempo libre. Quisiera que la parroquia fuese un lugar donde se aprendiera a desarrollar competencias relacionales y donde se reciba escucha y apoyo escolar. Un lugar que no sea el refugio constante de quien no tiene ganas de estudiar o esforzarse, sino una comunidad de personas que elaboren las preguntas correctas que abren al sentido religioso y donde se haga la gran obra de caridad de ayudar a pensar. Y aquí se debería también abrir una seria reflexión sobre la colaboración entre parroquias y profesores de religión. Santidad, díganos una palabra autorizada más sobre estos dos aspectos de la emergencia educativa: la necesaria estabilidad de los agentes y la urgencia de tener educadores-sacerdotes culturalmente capaces. Gracias.

–Benedicto XVI: Entonces, comencemos por el segundo punto. Digamos que es más amplio y, en cierto sentido, más fácil. Ciertamente si en sus actividades una parroquia sólo organizara juegos, en los que se toman bebidas, sería algo absolutamente superfluo. El sentido de una parroquia debe ser realmente una formación cultural, humana y cristiana de una personalidad, que debe convertirse en una personalidad madura. Sobre esto estamos absolutamente de acuerdo y, me parece, hoy existe una pobreza cultural en la que se saben muchas cosas, pero sin un corazón, sin una unidad interior porque falta una visión común del mundo. Y por ello, una solución cultural inspirada en la fe de la Iglesia, en el conocimiento que Dios nos ha dado, es absolutamente necesaria. Diría que precisamente ésta es la función de las actividades de una parroquia: que uno encuentre no sólo posibilidades para el tiempo libre, pero sobre todo encuentre una formación humana integral que hace completa la personalidad.

Y por tanto, naturalmente, el sacerdote como educador debe ser él mismo bien formado y estar colocado en la cultura de hoy, rico de cultura, para ayudar también a los jóvenes a entrar en una cultura inspirada por la fe. Añadiría, naturalmente, que al final el punto de orientación de toda cultura es Dios, el Dios presente en Cristo. Vemos cómo hoy hay personas con muchos conocimientos, pero sin orientación interior. Así la ciencia puede ser también peligrosa para el hombre, porque sin orientaciones éticas más profundas, deja al hombre a su arbitrio, y por tanto, sin la orientación necesaria para llegar a ser realmente un hombre. En este sentido, el corazón de toda formación cultural, tan necesaria, debe ser sin duda la fe: conocer el rostro de Dios que se ha mostrado en Cristo y tener así el punto de orientación para todo el resto de la cultura, que en caso contrario queda desorientada y se convierte en desorientadora. Una cultura sin conocimiento personal de Dios, y sin conocimiento del rostro de Dios en Cristo, es una cultura que podría ser incluso destructiva, porque no conoce las orientaciones éticas necesarias. En este sentido, creo, nosotros tenemos realmente una misión de formación cultural y humana profunda, que se abre a todas las riquezas de la cultura de nuestro tiempo, pero que dé el criterio, el discernimiento para probar lo que es cultura verdadera y lo que podría convertirse en anti-cultural.

Mucho más difícil para mí es la primera pregunta –la pregunta es también a su eminencia (el cardenal vicario, n.d.t.)– es decir, la permanencia del joven sacerdote para dar orientación a los jóvenes. Sin duda una relación personal con el educador es importante y debe tener también la posibilidad de un cierto periodo para orientarse juntos. Y, en este sentido, puedo estar de acuerdo en que el sacerdote, punto de orientación para los jóvenes, no puede cambiar cada día, porque así pierde precisamente esta orientación. Por otra parte, el joven sacerdote debe hacer también experiencias diversas en contextos culturales distintos, precisamente para obtener, al final, el bagaje cultural necesario para ser, como párroco, punto de referencia durante largo tiempo en la parroquia. Y diría que en la vida del joven, las dimensiones del tiempo son distintas que en la vida del adulto. En tres años desde los dieciséis a los diecinueve son al menos tan largos e importantes como los años entre los cuarenta y los cincuenta. Precisamente aquí se forma la personalidad: es un camino interior de gran importancia, de gran extensión existencial. En este sentido, diría que tres años para un vicepárroco es un tiempo bueno para formar a una generación de jóvenes; y así, por otra parte, puede conocer también otros contextos, aprender en otras parroquias otras situaciones, enriquecer su bagaje humano. Este tiempo no es tan breve para dar una cierta continuidad, un camino educativo de la experiencia común, para aprender a ser hombre. Por otro lado, como he dicho, en la juventud tres años son un tiempo decisivo y larguísimo, porque se forma realmente la futura personalidad. Me parece por tanto que se podrían conciliar ambas necesidades: por una parte, que el sacerdote joven tenga posibilidad de experiencias diversas para enriquecer su bagaje de experiencia humana; por otra, la necesidad de estar un tiempo determinado con los jóvenes para introducirles realmente en la vida, para enseñarles a ser personas humanas. En este sentido, pienso que se pueden conciliar ambos aspectos: experiencias distintas para un sacerdote joven, continuidad del acompañamiento de los jóvenes para guiarles en la vida. Pero no sé si el cardenal vicario nos puede decir algo en este sentido.

Cardenal vicario:

Padre Santo, naturalmente comparto estas dos exigencias, la combinación entre las dos exigencias. A mi me parece, por lo poco que he podido conocer, que en Roma de alguna forma se conserva una cierta estabilidad de los sacerdotes jóvenes en las parroquias, durante al menos unos años, salvo excepciones. Puede haber siempre excepciones. Pero el verdadero problema nace quizás de graves exigencias o de situaciones concre
tas, sobre todo en las relaciones entre párroco y vicario parroquial (y aquí toco un nervio sensible), y también en la falta de sacerdotes jóvenes. Como pude decirle cuando me recibió en audiencia, uno de los graves problemas de nuestra diócesis es precisamente el número de vocaciones al sacerdocio. Personalmente estoy convencido de que el Señor llama, que sigue llamando. Quizás deberíamos hacer más. Roma puede dar vocaciones, las dará, estoy convencido. Pero en todo este complejo asunto quizás interfieren muchos aspectos. Seguramente creo que ya existe una cierta estabilidad y también yo, en lo que pueda, me mantendré en las líneas que nos ha indicado el Santo Padre.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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