El Papa visto por un filósofo: Una vuelta a lo esencial

Entrevista con Rodrigo Guerra, experto en la obra de Karol Wojtyla

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QUERÉTARO (MÉXICO), 13 octubre 2003 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha roto en cada día de sus veinticinco años de pontificado el silencio sobre lo esencial, las cuestiones trascendentes que afectan al hombre y a la mujer, y que con frecuencia quedan olvidadas por la sociedad consumista.

Así lo constata en esta entrevsita el filósofo mexicano Rodrigo Guerra López, especialista en la obra intelectual de Karol Wojtyla, cuyo libro «Volver a la Persona», editado en España por Caparrós, va camino a convertirse en referencia obligatoria en los que se refiere al «método Wojtyla».

–¿Es posible hacer un balance del Pontificado de Juan Pablo II en su 25 Aniversario?

–Rodrigo Guerra: No es fácil. Sin embargo, creo que su pontificado ha sido un esfuerzo por volver la mirada hacia lo esencial, es decir, ayudar al mundo y a la Iglesia a reencontrar en la humanidad de Jesús el camino para descubrir aquello que rebasa lo humano: Dios existe y está en medio de nosotros.

–Parece que hay una paradoja: la figura del Papa fascina a las multitudes y a los medios de comunicación y al mismo tiempo pareciera que su voz es desoída. ¿A qué se debe esto?

–Rodrigo Guerra: Juan Pablo II es vicario de Cristo y, como tal, no puede hacer más que una propuesta al anunciar que ser cristiano tiene sentido. La libertad es una condición esencial para la recepción de la verdad del Evangelio. Cuando existe libertad existe también el riesgo de no acoger la propuesta. Sin embargo, lo que conviene destacar es que el esfuerzo que realiza Juan Pablo II consiste precisamente en afirmar que Jesús no olvida a nadie aún cuando las personas en ocasiones le demos la espalda. La fascinación que suscita el Papa me parece que no se debe a su personalidad, a su oratoria o al «marketing», sino más bien a que la verdad del Evangelio desafía la conciencia y la conmueve. El que esta verdad sea desoída en ciertos ambientes tengo la impresión que se debe más a la incongruencia de nosotros los cristianos de a pie. Muchas veces no creemos que el amor, la comunión y el perdón son verdadera fuente de renovación personal y social. El Papa sí ha cumplido su parte. Me pregunto si nosotros lo hemos hecho.

–¿Qué tipo de renovación personal ha promovido Juan Pablo II durante su pontificado?

–Rodrigo Guerra: Estamos en una época de cambios rápidos y profundos a nivel global. El «renovarse para ponerse al día» es un lugar común. Juan Pablo II, sin embargo, no usa alguna moda administrativa o algún humanismo “light” para promover el cambio. En este tema es fácil ver cómo el Papa vuelve a lo esencial: el núcleo afectivo de la persona, el corazón, sólo puede colmarse en sus expectativas con un encuentro definitivo. La hipótesis cristiana corresponde al anhelo más hondo del corazón. Sin embargo, el corazón, por su propio ímpetu no puede, ¡es incapaz!, de alcanzar lo que más desea. Este es el momento de descubrir la importancia de la gratuidad, la primacía de la Gracia. La persona se renueva con la gracia. Ella es la que hace crecer en virtud y no viceversa, como quieren algunos neopelagianos.

–¿Y en el ámbito social, donde, quizá, haya sido menos escuchado su propuesta de volver a lo esencial, de volver a la primacía de la persona?

–Rodrigo Guerra: En el ámbito sociopolítico sucede algo análogo: quienes asumen el poder más pronto que tarde suelen volverse autoreferenciales, es decir, medidas-de-sí-mismos. Escuchar y aprender del otro les resulta difícil debido a que el poder exalta la eficacia y oscurece la capacidad para leer lo cualitativo, lo humano, lo auténticamente «digno». La nueva síntesis de la Doctrina social de la Iglesia, articulada por Juan Pablo II, sostiene justo que el Estado y el mercado sólo pueden servir y pervivir si la persona, sus derechos y su cultura se colocan al centro. No basta afirmar con la palabra que la persona es digna. Es necesario entender cómo la Doctrina Social de la Iglesia puede ser usada como teoría crítica al momento del diseño, por ejemplo, de políticas públicas.

–¿Es esta «nueva síntesis de la Doctrina Social de la Iglesia» parte del legado de Juan Pablo II para la posteridad?

–Rodrigo Guerra: En efecto, el fracaso especulativo y práctico tanto de los colectivismos como de los neoliberalismos muestra, de manera elocuente, que no basta la buena intención y una cierta capacidad técnica para la transformación del Estado y de la sociedad. Los más pobres no pueden continuar esperando. Fácilmente la anarquía y el sin-sentido pueden emerger en el escenario público cuando no nos atrevemos a sustituir el Estado-liberal-de-Derecho por un Estado-social-de-Derecho. Juan Pablo II a través de su Magisterio ha hecho un aporte cualitativamente nuevo al interior de la controversia sobre el Estado: el Estado tiene que rearticularse con la cultura para, así, colocar a lo social como eje sustantivo.

–¿Dónde se muestra con mayor claridad esta postura del Santo Padre?

–Rodrigo Guerra: En el capítulo quinto de la encíclica «Centesimus annus». Ahí muestra que el Estado y sus hombres deben adquirir capacidad para «leer» lo social en términos culturales. Evidentemente, no nos referimos a la cultura entendida como museos, conciertos y ballet. Nos referimos a la cultura como «ethos» de un pueblo: valores, símbolos, creencias, historia. Nos referimos a los motivos cualitativos que hacen que una sociedad pueda ser «sujeto» y no «objeto» del poder. El Papa le llama a este desafío: necesidad de crear «subjetividad social».

Entrevista realizada por Jaime Septién, director de El Observador.

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ZENIT Staff

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