El papel de la Iglesia en la educación a debate

Mesa redonda del Congreso «Católicos y vida pública»

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MADRID, 21 nov (ZENIT.org).- «El papel de la Iglesia en la educación: función docente de la Iglesia», este fue el título de la segunda mesa redonda, celebrada el sábado pasado por la mañana, en el marco del Congreso «Católicos y vida pública», organizado el fin de semana pasado en Madrid.

El presidente de la mesa y obispo auxiliar de Madrid, monseñor Fidel Herráez, resaltó en su discurso la doble función, evangelizadora y de servicio a la verdad, de la Iglesia en la educación.

«La Iglesia desea alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, las líneas de pensamiento y las fuerzas de la administración educativa», explicó.

Del mismo modo, Herráez subrayó que «evangelizar no es buscar el perdón o la evangelización, sino asumir el estilo de vida de Cristo y ofrecerlo a los demás», no sólo en el ámbito escolar, sino en la familia, las actividades sociales y en general en todo el contexto socio-cultural.

¿Cómo afrontar este compromiso? El auxiliar de Madrid planteó tres vías: «a través de los educadores católicos», e incidió en la importancia de la presencia de los laicos en todos los ámbitos, «llamados a estar donde la Iglesia sólo puede llegar a través de ellos»; mediante la enseñanza de la religión católica en todos los centros de la enseñanza («la escuela debe definirse como un centro de formación integral, dentro de la cual se inscribe la dimensión religiosa»); y a través de las instituciones y escuelas católicas, «que deben promover la doble síntesis cultura-fe y fe-vida».

Por su parte, el delegado de enseñanza de la diócesis de Madrid, Santiago Martín Jiménez, insistió en la importancia de la enseñanza de la religión en las escuelas: «La Iglesia –dijo– debe preocuparse por toda la vida del hombre, incluso la material. Todos los hombres, en cuanto participantes de la dignidad de la persona, tienen derecho a una cultura en unos valores, aunque se muestren abiertos a las otras culturas».

Respecto a la regulación de esta enseñanza, Martín Jiménez lamentó que se hayan creado «dificultades por la falta de normativas claras respecto a los que no optan por la Religión». En la práctica, estos alumnos no suelen hacer nada. «Esto no es serio –denunció– y la aspiración es que haya una alternativa coherente, que sea evaluable y con unos valores clave para la vida social».

Juan Manuel Cobo Suero, catedrático de Ética y Política de la Educación en la Universidad Pontificia Comillas, reveló la importancia de «educar para vivir en una sociedad inmersa en procesos de globalización, envuelta en las nuevas tecnologías y crecientemente multicultural», así como de «educar en una sociedad más justa que la actual», atravesada por las diferencias de riqueza y falta de oportunidades.

Cobo Suero ofreció tres puntos para reivindicar el papel de las universidades católicas en la educación: de un lado, las capacitaciones generales, que sirven «para conciliar cultura general y especialización»; en segundo lugar, la preparación profesional, formación ética y los valores sociales, «imprescindibles para conformar profesionales que vean su trabajo como un servicio a los demás»; finalmente, las aportaciones específicamente cristianas, resumidas en tres mandatos de Cristo: «el del amor, el anuncio evangélico, y la práctica eucarística».

Finalmente, Ángel Berna, director general de la Fundación Pablo VI, evocó el «informe Delors» sobre educación permanente para soslayar la necesidad de encontrar «un nuevo modo de enseñar». En dicho informe, se subrayan cuatro bases: «aprender a conocer; aprender a hacer; aprender a convivir; y aprender a ser», el «único modo de saber».

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ZENIT Staff

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