El patriarca de Jerusalén invita a elevar la mirada para superar el conflicto en Tierra Santa

Última liturgia de resurrección presidida por Su Beatitud Michel Sabbah

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JERUSALÉN, domingo, 23 marzo 2008 (ZENIT.org).- Los católicos de rito latino celebraron este domingo en Jerusalén la resurrección de Cristo con una celebración eucarística en el Santo Sepulcro, lugar en el que según la tradición, fue crucificado y resucitó.

El antiguo templo estaba lleno de peregrinos de diferentes países del mundo, en una Semana Santa en la que la Tierra Santa ha recibido un tercio de peregrinos más que en el año anterior.

La celebración fue presidida por Su Beatitud Michel Sabbah, patriarca latino de Jerusalén, que ha cumplido los 75 años, edad en la que según el Derecho Canónico, ha presentado su renuncia al Papa.

A su lado se encontraba su sucesor,  monseñor Fuad Twal, ex arzobispo de Túnez.

En su homilía, el patriarca explicó que la resurrección de Jesús invita a «levantar hacia el cielo los ojos del corazón y del espíritu».

«Mirad hacia el cielo para ver mejor quiénes somos en el mundo –en el mundo pero no de este mundo–, pero con el espíritu en unión con Dios, Creador y Redentor, que transforma la muerte en vida».

«Hay que ver las cosas del cielo para ver mejor las de la tierra»¸ en particular, las aflicciones de los pueblos de Tierra Santa, siguió diciendo.

«Una tierra cuya vida diaria se ha convertido en una cruz permanente, en un contexto de vida caracterizado por la sangre, el odio, los prisioneros, los asesinatos, las casas demolidas, la ocupación y la continua inseguridad».

«Un callejón sin salida para los hombres, para todos nuestros jefes políticos, o peor aún una rutina de muerte que creen que tienen que gobernar, pero sin lograr salir de ella», subrayó.

El patriarca repitió: «la seguridad no se logra con la inseguridad provocada en casa por otros. Es necesario emprender nuevos caminos».

«Creer en Jesús, muerto y resucitado, es creer y esperar que esta tierra, con todos sus habitantes, sometida a la muerte por jefes y opiniones públicas prisioneras, encadenadas, puede también resucitar, a condición de que espíritus y corazones sean purificados del mal de la guerra, de la hostilidad y de la desconfianza», concluyó.

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ZENIT Staff

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