El perdón devaluado

Por monseñor Juan del Río Martín*

MADRID, martes 29 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- El eclipse de Dios en la sociedad contemporánea ha traído, entre otras consecuencias, que el perdón humano se ha “descafeinado”, se ha reducido a mera disculpa protocolaría, a venganza camuflada con el tan conocido: “yo perdono pero no olvido” y con los “perdones históricos” para evaluar hechos del pasado con mentalidad de hoy. Este tipo de perdón ni reconcilia, ni salva, ni es sanador porque le falta la fe en Dios que es clave para perdonar a “fondo perdido”.

De esta secularización del perdón no se ha librado algunos sectores del catolicismo donde se ha olvidado el sentido del pecado y el significado de la misericordia eterna. En este tiempo de Cuaresma abundan las lecturas bíblicas que nos hablan de cómo es el perdón divino y de cómo debemos perdonar a nuestros semejantes. La recuperación de la centralidad de Dios en la vida cristiana, trae consigo la vuelta a lo genuinamente evangélico que es el amor a nuestros enemigos (cf. Mt 5,38), frente a la ley judaica del talión y la justa venganza que predica otros credos.

Jesucristo nos revela a un Dios de misericordia “lento a la cólera y rico en piedad”. Un ejemplo de ello lo encontramos en el evangelista Lucas que ha escogido tres parábolas que tienen una estrecha relación entre sí: la oveja perdida, la moneda extraviada, el hijo pródigo (Lc 15). Todos han perdido algo. Es el mismo Dios, bajo la figura de un Buen Pastor o de un Padre, quién sale a buscar al descarriado. La alegría es grande en el encuentro entre lo que estaba perdido y Aquel que lo halló. Estamos ante el misterio del perdón divino que por muy numerosos que fueran nuestros pecados mayor es su misericordia, porque únicamente Él: olvida y limpia el pasado del pecador, se alegra con el que ha vuelto al “aprisco” y llena con su gracia el futuro del arrepentido. ¿Dónde hallar este tesoro de salvación? En la celebración frecuente del Sacramento de la Penitencia donde sentimos “la mano del Buen Pastor” que nos saca de nuestras miserias y nos conduce a la “casa del Padre” para vestirnos con la túnica de su gracia y hacernos dignos de la fiesta del banquete eucarístico.

La humildad de corazón nos posibilita a experimentar el perdón de Dios. Cuando este se conoce, la reconciliación con nuestros semejantes tiene otras claves distintas que no son las del mundo basadas en el consenso de intereses o estrategias del momento. Los cristianos en el perdón humano tenemos como único modelo a imitar a Jesucristo que murió amando a sus enemigos hasta el extremo de exclamar: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Desde ese acontecimiento de Muerte y Resurrección, todo ser humano es más grande que su culpa y el amor en la dimensión de la cruz sobrepasa toda justicia, vence al odio y edifica la paz entre los hombres.  

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*Monseñor Juan del Río Martín es el arzobispo castrense de España

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ZENIT Staff

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