El perdón, etapa obligatoria en la vía de la reconciliación

Reflexión del arzobispo Tomasi en el Año Internacional de la Reconciliación

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ROMA, lunes, 27 julio 2009 (ZENIT.org).- Cualquier proceso de reconciliación que implique a pueblos en conflicto o se destine al alcance de la estabilidad social no puede dejar de alimentarse del perdón y para ello una religión, como la católica, puede desempeñar un papel determinante.
 
Es lo que escribe en síntesis el arzobispo Silvano M. Tomasi, observador permanente de la Santa Sede ante la Oficina de la ONU en Ginebra, en el artículo titulado «Reconciliación: la experiencia de la Iglesia Católica», publicado en el Boletín del Observatorio Internacional Cardenal Van Thuan.
 
En su reflexión, el prelado parte del texto de la Resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas (61/17) que proclamó el 2009 Año Internacional de la Reconciliación y que se remite a los principios de justicia y pacífica convivencia, aunque sin definirla.
 
«La reconciliación –afirma monseñor Tomasi– no puede darse en el vacío». En efecto, explica, «toda la comunidad internacional debe desempeñar un papel activo en los procesos de salvaguarda de la paz, construcción de la paz, desarme, desarrollo sostenible, promoción y defensa de los derechos humanos dentro de la inalienable dignidad de la persona humana, democracia, estado de derecho y gobernanza, todas exigencias que abren el camino a la reconciliación».
 
En particular, añade, para afrontar la reconciliación entre adversarios, «la verdad» y «la justicia» deben ser vistas como «indispensables elementos si la reconciliación debe llevar a una paz duradera».
 
«En los últimos años –escribe– se ha hecho más clara la conciencia de que la reconciliación es un compromiso para la sociedad civil, para las iglesias y para los grupos de voluntarios, para los estudiosos y las universidades» porque «una paz duradera no puede ser impuesta».
 
«Una palabra que no está en la Resolución de Naciones Unidas y sin embargo fundamental para toda concreta iniciativa de reconciliación –observa el arzobispo Tomasi–, es perdón, la voluntad de volver a empezar, de restablecer relaciones interrumpidas y de mirar al futuro más bien que al pasado».
 
«Aquí las raíces religiosas de la reconciliación asumen todo su significado», afirma porque «la palabra reconciliación misma proviene de la larga tradición de la religión que afirma que el perdón puede y debería reintegrar a una persona en la comunidad y una comunidad en el más amplio organismo de todos los creyentes, y hace posible el paso de la comunidad a la comunión».
 
«El cambio está implícito en la reconciliación, y el perdón es un cambio profundo e interior de la persona que la hace consciente de que también las otras personas pueden cambiar», explica.
 
Entre los primeros pasos que la Iglesia católica da en iniciativas de reconciliación, el prelado señaló el de «fundar la reconciliación en el centro del mensaje evangélico (Dios reconcilia al mundo en Cristo) y compartir esta buena noticia con el mundo mediante la enseñanza y la liturgia».
 
De aquí deriva «el empeño cotidiano de las comunidades en acoger y servir a todo el que esté en situación de necesidad y estructurar este empeño, en momentos específicos de crisis, a través de formas de reconciliación más formalizadas» y «la acción ocasional diplomática de mediación y reconciliación entre Estados».
 
«El lazo que une a estas varias formas de empeño –añade el prelado– es el fundamento común sobre el que estas reposan, la fe en que la familia humana es una sola y tiene un destino común, según el proyecto de Dios».
 
Un ejemplo en tal sentido ha sido la directa implicación de la Santa Sede en 1978 -gracias sobre todo a Juan Pablo II- en las diferencias fronterizas entre Argentina y Chile relativas a la posesión de las islas de Picton, Lennox y Nueva en el Canal de Beagle, que condujo a una solución diplomática y desbarató el estallido de un conflicto.
 
A veces es en cambio la Iglesia local la que interviene, como en el caso de la Conferencia Episcopal de Colombia que ha guiado la Comisión Nacional de Conciliación, creada el 4 de agosto de 1995, con el fin de alcanzar la pacificación en el país. «Elemento clave de esta política –escribe monseñor Tomasi– es la defensa y la promoción de los derechos humanos y la aplicación de los principios del derecho internacional humanitario para los conflictos internacionales».
 
El camino hacia la reconciliación se refiere también a los países ricos tecnológicamente avanzados, «donde millones de inmigrantes impulsan a la Iglesia a trabajar por la integración, por la acogida recíproca», y donde se comprende que «la tolerancia no es suficiente» y que la vía a recorrer es la del «respeto» y del «amor».
 
«Hoy, la necesidad de reconciliación como base para la paz es una urgente prioridad», subraya el prelado, y «sin una verdadera reconciliación, la guerra se volverá a presentar con regularidad».
 
Por esto, recuerda por último, «existe la necesidad de reflexionar ulteriormente sobre todo esto y elaborar una doctrina del jus post bellum» (el Derecho tras la guerra) porque «cerca de la mitad de todos los países que salen de una guerra recaen en la violencia antes de cinco años».
 
Traducido del italiano por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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