El pintor RoFer se decide a hablar de un milagro del padre Rubio

Cumple la promesa hecha al jesuita por la curación de su hija

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MADRID, miércoles 13 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Después de 26 años, el pintor Roberto Fernández (RoFer) se decide a hablar y testimoniar el milagro experimentado por intercesión del santo José María Rubio, en la persona de su hija. Además, ha cumplido la promesa de realizar dos retratos del santo jesuita, tras la curación de la niña y que todavía no había cumplido

La historia se remonta al año de la beatificación del popularmente conocido en Madrid como padre Rubio, 1985, mientras el escritor y jesuita Pedro Miguel Lamet, a la sazón director de la revista católica Vida Nueva, escribía la biografía del sacerdote almeriense ya canonizado.

Lamet recoge el suceso en el apéndice de su libro De Madrid al cielo, primera versión de la biografía del beato José María Rubio (Sal Terrae, Santander, 1985).

La portada de dicho libro es del dibujante RoFer (portadista, dibujante de prensa y televisión, ya jubilado). Por dicha portada pensaba cobrar 150.000 ptas, pero tras la curación de su hija, después de pedir la intercesión del santo, regaló el diseño de la cubierta a la Compañía de Jesús.

Veintiséis años después, se ha vuelto a poner en contacto con el biógrafo para acabar de cumplir la promesa que le había hecho al padre Rubio: pintarle un retrato a la acuarela y donarlo a la Compañía de Jesús.

Lo que sucedió

El 10 de julio de 1985, se le encargó a RoFer la portada del libro, y esa misma tarde abocetó la misma. Representa a un padre pidiendo la intercesión del padre Rubio por un niño que aparece descalzo. El viernes 12 de julio marcha de viaje para pasar unos días de vacaciones con su familia en Campello, Alicante, adelantándose un día, por puro despiste, a la fecha en que había señalado que llegaría.

Esto le permitió asistir al accidente de su hija Patricia de once años que, jugando con unas amigas al juego del látigo, cayó al suelo y dio con la nuca en el suelo quedando semiinconsciente, y con síntomas de parálisis en los miembros superiores.

Fue trasladada a la Clínica Velázquez en San Juan, Alicante, donde los médicos le confesaron que estaban asustados y pensaban que la niña no iba a salir con vida. En aquel momento, el padre se acordó del padre Rubio y le prometió no cobrar nada por la cubierta de su biografía si intercedía ante Dios para que su hija se curara.

Su esposa, además, prometió volver a acudir a misa. La niña fue trasladada al hospital de la Seguridad Social de Alicante y se recuperó en una hora sin la menor lesión.

El 30 de julio, RoFer entregó el dibujo para la portada renunciando a su cobro y a todos los derechos de autor.

Por otro lado, recuerda que años antes había ilustrado un reportaje sobre un milagro del padre Rubio para la revista Semana, donde había dibujado al jesuita junto a una niña que estaba como muerta. Era la representación de uno de los milagros que sirvieron para la beatificación, el de la niña de Aranjuez María Victoria Guzmán.

Para dicho dibujo, utilizó una cartulina azul que tenía prohibido usar a sus hijas y que creía estaba nueva. Al terminar el dibujo observó que por detrás de la misma estaba escrito el nombre de Patricia, su hija la que tuvo el accidente. Era una anotación de su otra hija.

Patricia, con el tiempo, llegaría a estudiar brillantemente en el Instituto Católico de Administración y Dirección de Empresas (ICADE), de los jesuitas, y hoy es ejecutiva de un destacado banco.

Padre Rubio

José María Rubio, el llamado “apóstol” de Madrid nació el 22 de julio de 1864 en Dalías, Almería. Era el mayor de doce hijos y tuvo una infancia campesina. A los once años ingresó en el Seminario de Almería. En 1879, empezó sus estudios en Granada donde le apadrinó y protegió el canónigo, y luego vicario de Madrid, Joaquín Torres Asensio del que dependerá hasta su muerte.

En 1886, se trasladó a Madrid donde acabó sus estudios en el seminario diocesano y fue ordenado sacerdote en 1887. Su primer destino fue la parroquia de Chinchón, Madrid, donde empezó su entrega a los más pobres y necesitados y luego sería párroco en Estremera, Madrid. En 1893, es capellán de las religiosas cistercienses conocidas como Bernardas de la madrileña iglesia del Sacramento.

Comenzó a trabajar en los suburbios de Madrid con traperos y golfos. En los barrios de Entrevías y La Ventilla, fundó escuelas, predicó la palabra de Dios y formó a muchos cristianos. Su labor en el confesionario comenzó a hacerle famoso.

En 1904, viajó a Tierra Santa, lo que le marcó profundamente y tomó la decisión de hacerse jesuita, hecho que se produjo tras la muerte de su mentor.

Entró en el noviciado jesuita de Granada, en 1906, con 42 años. Tras su formación en la Compañía, a partir de 1911, residió en la casa profesa jesuita de Madrid, calle de la Flor Baja, donde realizaba su conocida labor de confesor –en la cola algunos llegan a “vender el puesto”–, y sigue trabajando con los pobres y marginados. Su fama de santidad iba creciendo mientras el eco de sus milagros se extendía por la ciudad.

Murió con mucha sencillez, como le era propio, el 2 de mayo de 1929 en Aranjuez. Más de dos mil personas acudieron al sepelio.

Su fuerza interior estuvo siempre apoyada en sus tres grandes referencias: el Sagrado Corazón, la Virgen María y San Ignacio de Loyola. Las tres curaciones más fulminantes, calificadas de milagros, datan de 1944, 1953 y 1987, ésta última en la persona del jesuita José Gómez-Muntán, que fue curado de un cáncer.

El 6 de octubre de 1985, Juan Pablo II le beatificó en Roma, junto a otros dos jesuitas, el hermano Gárate y Diego Luis de San Vitores. El 4 de mayo de 2003, el Papa Juan Pablo II le canonizó en Madrid junto a otros cuatro beatos españoles, durante su quinto viaje a España.

Más información: http://www.padrerubio.com.

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ZENIT Staff

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