El predicador del Papa alerta: El pecado que Dios denuncia con más fuerza es la hipocresía

Primera predicación de Cuaresma al Papa y a la Curia

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 9 marzo 2007 (ZENIT.org).- La hipocresía, el pecado que Dios denuncia con más fuerza, también es el menos admitido; por eso el predicador del Papa alerta de sus peligros y brinda herramientas para contrarrestarlo, algo que beneficiaría a toda la sociedad.

En presencia de Benedicto XVI y de sus colaboradores de la Curia, en la capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico, el predicador de la Casa Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap. pronunció, en la mañana de este viernes, la primera de sus cuatro predicaciones cuaresmales, centradas en las Bienaventuranzas evangélicas.

Entre ellas, propuso reflexionar sobre ésta: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios», y aclaró equívocos. Remitiéndose al Evangelio, «lo que decide la pureza o impureza de una acción es la intención: si se hace para ser vistos por los hombres o para agradar a Dios», apuntó.

Y es que «en realidad la pureza de corazón no indica, en el pensamiento de Cristo, una virtud particular, sino una cualidad que debe acompañar a todas las virtudes, para que sean de verdad virtudes y no “espléndidos vicios”»; por eso «su contrario más directo no es la impureza, sino la hipocresía», señaló el padre Cantalamessa.

Y ese es el pecado que denuncia con más fuerza Dios a lo largo de toda la Biblia, porque con la hipocresía «el hombre rebaja a Dios, le sitúa en el segundo lugar, colocando en el primero a las criaturas, al público», prosiguió.

De manera que «la hipocresía es esencialmente falta de fe» -recalcó-, pero también «falta de caridad hacia el prójimo, en el sentido que tiende a reducir a las personas a admiradores».

«Nunca se habla de la relevancia social de la bienaventuranza de los puros de corazón», pero «estoy convencido –manifestó el padre Cantalamessa- de que esta bienaventuranza puede ejercer hoy una función crítica entre las más necesarias en nuestra sociedad», pues «se trata del vicio humano tal vez más difundido y menos confesado».

Se traduce en llevar dos vidas: una es la verdadera, la otra la imaginaria que vive de la opinión, propia o de la gente; se traduce, según el religioso, en la cultura de la apariencia, en la tendencia que tiende a vaciar a la persona, reduciéndola a imagen, o a simulacro.

El padre Cantalamessa hizo hincapié en que la hipocresía acecha a las personas religiosas por un sencillo motivo: «donde más fuerte es la estima de los valores del espíritu, de la piedad y de la virtud, allí es más fuerte también la tentación de ostentarlos para no parecer privados de ellos».

Pero existe «un medio sencillo e insuperable para rectificar varias veces al día nuestras intenciones», propuso el predicador de la Casa Pontificia; nos lo dejó Jesús en las tres primeras peticiones del Padrenuestro: «Santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad».

«Se pueden recitar como oraciones, pero también como declaraciones de intención: todo lo que hago, quiero hacerlo para que sea santificado Tu nombre, para que venga Tu reino y para que se cumpla Tu voluntad», añadió.

«Sería una preciosa contribución para la sociedad y para la comunidad cristiana si la bienaventuranza de los puros de corazón nos ayudara a mantener despierta en nosotros la nostalgia de un mundo limpio, verdadero, sincero, sin hipocresía -ni religiosa ni laica-, un mundo donde las acciones se corresponden con la palabras, las palabras con los pensamientos y los pensamientos del hombre con los de Dios», concluyó.

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ZENIT Staff

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