El predicador del Papa invita a los sacerdotes a ser el “buen olor de Cristo”

Segunda predicación de Adviento del padre Raniero Cantalamessa

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 11 diciembre 2009 (ZENIT.org).- El sacerdote debe ser «el buen olor de Cristo» en el mundo, aclaró este viernes el predicador del Papa, reconociendo que sus infidelidades pueden alejar de Cristo.

Por este motivo, el padre Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap., en la segunda meditación de Adviento que dirigió a Benedicto XVI y a sus colaboradores de la Curia Romana, quiso profundizar en la grandeza del don del sacerdocio: por la unción recibida en el sacramento del Orden, el sacerdote queda configurado con Cristo y puede actuar en su nombre.

En su segunda predicación de Adviento, pronunciada en la capilla Redemptoris Mater del Vaticano, el fraile capuchino continuó meditando sobre el año sacerdotal convocado por el obispo de Roma: después de haber presentado la semana anterior a los presbíteros como «Siervos y amigos de Jesucristo», en esta ocasión sintetizó su vocación como «Ministros de la nueva alianza del Espíritu».

La unción

El padre Cantalamessa comenzó explicando la importancia de la unción que todo sacerdote recibe en el momento de ser ordenado, «porque en ella, estoy convencido, está encerrado el secreto de la eficacia del ministerio episcopal y presbiteral».

«La unción sacramental nos capacita para realizar ciertas acciones sagradas, como gobernar, predicar, instruir; nos da, por así decirlo, la autorización para hacer ciertas cosas, no necesariamente la autoridad al hacerlas; asegura la sucesión apostólica, ¡no necesariamente el éxito apostólico!», exclamó.

«La unción sacramental, con el carácter indeleble (el ‘sello’) que imprime en el sacerdote, es una fuente a la que podemos acudir cada vez que sentimos necesidad de ella, que podemos, por así decirlo, activar en cada momento de nuestro ministerio». 

Pero, ¿cómo es posible «activar» esta unción?

El padre Cantalamessa invitó, «ante todo» a «rezar», recordando que Jesús prometió de manera «explícita» que «el Padre celeste dará el Espíritu Santo a quien se lo pida», y, en segundo lugar, a «romper también nosotros el vaso de alabastro como la pecadora en casa de Simón. El vaso es nuestro yo, quizás nuestro árido intelectualismo. Romperlo, significa negarnos a nosotros mismos, ceder a Dios, con un acto explícito, las riendas de nuestra vida. Dios no puede entregar su Espíritu a quien no se entrega enteramente a él». 

«Recibir la unción significa, por tanto, tener al Espíritu Santo como ‘compañero inseparable’ en la vida, hacer todo ‘en el Espíritu’, en su presencia, con su guía. Ésta comporta una cierta pasividad, ser empujados, movidos, o, como dice Pablo ‘dejarse guiar por el Espíritu'», subrayó.

El padre Cantalamessa explicó que, «a veces, el efecto es inmediato. Se experimenta casi físicamente la venida sobre sí mismo de la unción. Una cierta conmoción atraviesa al cuerpo: claridad de mente, serenidad de alma; desaparece el cansancio, el nerviosismo, todo miedo y toda timidez; se experimenta algo de la calma y de la autoridad misma de Dios».

El predicador de la Casa Pontificia reconoció que Dios no escucha todas nuestras oraciones, pero está convencido de que «ante Dios» el sacerdote tiene «una especie de derecho» a «reclamar» la unción.

Escándalos de sacerdotes

A la luz de esta reflexión, el padre Cantalamessa meditó sobre los escándalos de sacerdotes que en los últimos años han conmocionado a católicos y no católicos, pues «llevamos este tesoro en recipientes de barro», como decía Pablo de Tarso.

«También el ungüento, si pierde el olor y se desvirtúa, se transforma en lo contrario, en olor nauseabundo, en vez de atraer a Cristo aleja de él».

Ahora bien, citando al mismo Benedicto XVI, reconoció que «lo más conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar escrupulosamente las debilidades de sus ministros, cuanto renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de pastores generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas».

«La revelación de las debilidades también debe hacerse para hacer justicia a las víctimas y la Iglesia ahora lo reconoce y la aplica lo mejor que puede», afirmó, pero «no vendrá de ahí el empuje para una renovación del ministerio sacerdotal».

La renovación vendrá de esos sacerdotes que transmiten el buen olor de Cristo, concluyó, como el cura de Ars, o como el padre Pío de Pietrelcina, que como dijo, «difundía el olor de Cristo, a veces incluso con un perfume físico, como lo atestiguan innumerables personas dignas de fe».

«Muchos sacerdotes, ignorados por el mundo, son en su ambiente el buen olor de Cristo y del Evangelio», aseguró.

En la página web de ZENIT (www.zenit.org) puede leerse el texto integral de la meditación: «Ministros de la nueva alianza del Espíritu»

Por Giséle Plantec

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ZENIT Staff

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