El presidente de episcopado argentino ofrece su visión de la crisis

BUENOS AIRES, 7 enero 2003 (ZENIT.orgAica).- El arzobispo de Rosario y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor Eduardo Vicente Mirás, ofreció su visión sobre la situación que vive el país en sendos reportajes publicados hace algunos días por los matutinos «La Nación» y «Clarín», de Buenos Aires.

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El prelado manifestó que «el asistencialismo es para el momento de la catástrofe, de la necesidad, pero la solución es crear trabajo», porque «Argentina se merece ser una nación en serio» y no «un país vacío, donde estamos todos apiñados alrededor de Buenos Aires, de Rosario, de Córdoba, con las bolsas de pobreza que esto va engendrando». La crisis que se vive es «fundamentalmente moral y ha producido este estado de corrupción en el que estamos».

De cara a las futuras elecciones, sostuvo que «no se trata de votar sólo por nombres, sino de conocer plataformas, un plan que los candidatos se comprometan a llevar a la práctica».

Con respecto a la relación con los organismos internacionales de crédito, señaló que «si no estamos decididos a ser soberanos, no estamos decididos a ser nación», y aclaró su postura frente a la deuda externa: «los compromisos hay que cumplirlos. Pero según pasos y momentos. Una cosa es decir «me robo lo que me prestaron» y otra decir «ahora no puedo, pero sí en estos plazos». Es un poco lo que se hace en el orden privado cuando hay una convocatoria de acreedores. Esto le conviene a las dos partes porque el que tiene que pagar va encontrando el modo y el que tiene que cobrar, sabe que va a hacerlo».

«No es acatar todas las condiciones porque sí –insistió–. Hay que presentar planes que sean factibles para la Argentina y cumplirlos. Porque en general, quienes nos pueden prestar dinero nos piden compromisos que no realizamos».

Consultado sobre si existen condiciones en temas como la salud reproductiva o el aborto para obtener los créditos, expresó que «en todo el Cono Sur van apareciendo al mismo tiempo los mismos temas con las mismas propuestas. Me hace pensar que hay un plan no nacido de la propia nación, sino que nos es impuesto. Si no, ¿cómo es posible que todos tengan los mismos temas, con el mismo armado y casi con las mismas palabras cuando se resuelven en leyes? ¿Cómo es posible que se les ocurra algo exactamente igual? No puedo poner las manos en el fuego, pero parece una planificación venida de afuera».

A juicio del pastor de Rosario, «la pobreza no cesó, sigue habiendo, como los excluidos también. Lo constata cualquiera, no hace falta que lo diga yo. Ahora, sacerdotes que trabajan en los barrios pobres me dicen que alguna cosa la gente va consiguiendo, como changas. No sé si es el principio de una mejora que va a ser constante o si no es, como dicen los periodistas, un «veranito». Yo de economía no sé nada. Mis juicios creo que pueden ser los del sentido común, nada más. Yo pedí que hubiera justicia, trabajo, equidad en la distribución de los bienes».

Las situaciones de hambre son muy dolorosas, porque «Dios nos dio todo tipo de capacidades y riquezas y no hemos sabido usarlas ni reproducirlas. Siento el escándalo del hambre como una gran inmoralidad. La inmoralidad de la injusticia en la equidad social. Y de haber abandonado aquello que nos permite vivir con dignidad: el camino de la producción para adherir al planteo financiero que se extendió por muchas partes del mundo».

Acerca del modelo económico, reflexionó: «la economía que no tiene como centro al hombre no sirve para nada. No importa que sea neoliberal o comunista. Por sus frutos los conocerán, dice Jesús. Y los frutos cantan. No puede haber frutos buenos de un árbol malo, ni frutos malos de un árbol bueno. Carece de sentido común pensar que vamos a poder vivir siempre de un interés excesivo sobre un capital, en vez de vivir de la producción gracias a ese capital. Lo primero va creciendo cada vez más como un globo que se va inflando hasta que no tiene más capacidad y explota. vivir de la producción gracias a ese capital».

Finalmente estimó que el país puede buscar su recuperación «con el convencimiento de que se merece ser una nación en serio. Necesita un estado que trabaja para el pueblo, una educación de excelencia y gran equidad en la distribución de los bienes».

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ZENIT Staff

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