El primer beato cubano, fray José López Piteira

Por Miguel Ángel Fernández González

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ROMA, domingo, 28 octubre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la biografía del primer cubano de la historia fray José López Piteira, O.S.A., beatificado este domingo junto a 497 mártires asesinados durante la persecución religiosa que tuvo lugar en España en los años treinta del siglo pasado.

Ha sido escrita por Miguel Ángel Fernández González, quien fue encargado del Archivo Parroquial de San José de Jatibonico y Arroyo Blanco en Cuba, localidad natal del nuevo beato.

* * *

Para hablar de la figura de quien da pie este artículo, primeramente tendríamos que ubicarnos en el contexto hispano-cubano del primer tercio del recién terminado siglo XX, del cual la inmensa mayoría de los destinatarios del presente resumen biográfico somos deudores.

Es en la Galicia profunda de finales del siglo XIX, donde nos situaremos para comenzar esta introducción genealógica de las familias López-Vilelo y Piteira-Romero. Los lugares donde tienen ambas familias ancladas sus raíces ancestrales son los concejos de Maside y de Carballiño, en la provincia de Ourense, región autónoma
de Galicia, en el Reino de España.

El padre de Fr. José, D. Emilio López Vilelo, nació el 6 de marzo de 1877 en la parroquia de Amarante, del antes cita ayuntamiento de Maside, hijo de D. Manuel López Rodríguez y de Carmen Vilelo Cabo, naturales ambos del lugar de Dacón, perteneciente a dicho término parroquial.

Ocho años más tarde, en la cercana parroquia de Partovia, en el concello de Carballiño, nacería la madre de nuestro mártir, Dª. Lucinda Piteira Romero, el 29 de julio de 1885, hija a su vez de Francisco y de Pilar, ambos naturales del mismo lugar.

Ambos jóvenes, quienes se conocerían en su plena juventud, contrajeron matrimonio en los albores del siglo XX, en la parroquia de Santa María de Amarante en Maside, fijando su primera residencia en el mencionado Dacón. Muy pronto tuvieron el primer fruto de su amor conyugal con la llegada de su primogénita, a quien llamarían Rosa, y quien vio la luz el 19 de julio 1904. Poco más de un año después, nacería su segundogénito, Francisco, el 16 de diciembre de 1905.

Es entre los años 1906 y 1907 cuando la joven y vigorosa pareja, decide embarcarse en el periplo de su personal aventura emigratoria, como muchos otros coterráneos en esa época, quienes dejando atrás una maltrecha y bastante precaria forma de vida, decidieron probar suerte en la recién estrenada República de Cuba. Creemos actualmente que fue por Santiago de Cuba por donde hicieron su entrada a la mayor de las Antillas, ya que en dicha ciudad fue donde nacería Pilar, la tercera de sus hijas, el 21 de octubre de 1908.

Entretanto sus hijos Rosa y Francisco quedarían en Dacón, bajo la tutela de sus abuelos paternos. Debió ser en el año 1909, cuando la familia López-Piteira se trasladó al recién fundado pueblo de Jatibonico, lugar que por aquel entonces constituía un destino preferente de asentamiento para emigrantes por sus oportunidades de trabajo, sobre todo en el sector agrícola, así como por los bajos precios de sus fincas rurales y solares urbanos.

Fue precisamente en la que imaginamos como una humilde casa de madera, seguramente de reciente construcción, que más tarde sería adquirida en propiedad por aquella pareja de emigrantes gallegos, ubicada en lo que entonces era el solar nº 10, de la manzana nº 34 de Jatibonico, sita en la calle del Comercio (hoy Cisneros), entre las calles de las Camelias (actualmente Simón Reyes) y de la Recedá (ahora Hermanos Agüero) donde nació su cuarta hija, a quien pusieron el nombre de Purificación, el 9 de agosto de 1910.

Año y medio después, vendría al mundo en esa misma dirección, el quintogénito hijo y segundo varón de la familia, José López Piteira, que nació el viernes 2 de febrero de 1912, en una construcción que ya hoy no se conserva puesto que todas las anteriores viviendas originales del primitivo Jatibonico, dieron paso a las nuevas construcciones hechas entre los años 80 y 90 del pasado siglo, aunque como dato de interés y para quien esté interesado en saber donde estaba situada la antigua casa, sería sin lugar a dudas, enfrente de las dependencias de las oficinas municipales del Partido Comunista de Cuba.

Entre los documentos que figuran entre los legajos del primitivo Registro de Ventas de Fincas Rústicas y Urbanas, del Departamento de Terrenos, de la compañía The Cuba Company, conservados en el Archivo, que está dentro de las dependencias del Museo Municipal de Jatibonico, podremos encontrar las copias de los contratos de compra de las propiedades de los solares 10 y 11 de la manzana 34, a nombre del padre de Fr. José y de su tío materno, Camilo Piteira Romero3, por valor total de 157 pesos de la época, los cuales fueron amortizados por ambos compradores en puntuales pagos anuales hasta 1918, según se detalla en dichos registros. Dicha propiedad fue conservada por la familia hasta finales de los años 40, cuando Dª. Lucinda, -ya viuda-, extendió traspasó de sus poderes a su hijo Francisco, en ese entonces residente en La Habana, para que procediese a la venta de la misma.

Quizás por el hecho de haber dejado a sus primeros dos hijos detrás, y también porque la situación con la que se tropezaron en su condición de emigrantes después de haber tenido nuevos vástagos tras su llegada a Cuba, la familia decidió volverse a España, cuando su hijo José era todavía muy pequeño, tal vez con 4 ó 5 años de edad4. Tras su vuelta a la natal Galicia, la familia decide radicarse en Partovia, lugar de origen de la madre donde nacerían en los años subsiguientes los restantes 5 hijos de la pareja: Agustín (1918), Inocencio (1921), Julia (1924), José Benito (1926) y Caridad (1930).

De la niñez y de los años iniciales de la adolescencia de nuestro mártir, pocos datos tenemos, ya que su hermano José Benito no le llegó a conocer puesto que nació cuando José contaba con 14 años de edad y por esa época estudiaba la Enseñanza General bajo régimen interno en el Monasterio Benedictino de Santa María de San Clodio, en el también municipio orensano de Leiro. De dicha época de estudios de Fr. José aún queda pendiente el poder localizar adonde fueron destinados los archivos monacales de dicho priorato, que dependía del Monasterio de Samos, antes de su cierre.

Tras la finalización de su capítulo de estudios con los benedictinos a mediados de los años 20, José hizo el noviciado en el convento de agustinos de Ntra. Sra. del Buen Consejo de Leganés, en Madrid, donde profesó sus votos simples el 20 de agosto de 1929, recibiendo su profesión religiosa el prior del convento, P. Natalio Herrero. No sé sabe con exactitud quién le orientó hacia los agustinos, aunque si la familia López Piteira se encontraba establecida en Partovia, como bien sabemos, se podía buscar una conexión a través de los agustinos de El Escorial, los padres Miguel Giráldez, de Leiro, Ourense, y Manuel Formigo, de Pazos Hermos, concello de Cenlle, Ourense, ambos pueblos cercanos a Partovia.

En un catálogo de religiosos agustinos del año 1931, aparece el nombre de su hermano Agustín López Piteira, que estudiaba en el Seminario Menor de los Agustinos de Guernica, Guipúzcoa, en el País Vasco, con miras a ingresar algún día en la Orden. Agustín estuvo uno o dos años en Guernica, no más, puesto que tras el advenimiento de la República española, salió del mismo y dio por terminada su experiencia vocacional. Otro nombre que aparece en el mismo catálogo es el de Fr. Julián Crespo Piteira, nacido en Partovia, Ourense, el 30 de septiembre de
19129.

De los años de fray José López, -como él firma en su profesión como monje agustino-, estudió tres años de filosofía en Leganés, que completó, con un año más en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, y tres de teología en el mismo Monasterio.

Profesó de votos solemnes en el mismo m
onasterio de San Lorenzo el 16 de julio de 1934. Un compañero de estudios dice que era rubio y bien parecido. Esa es la impresión que trasmite alguna foto suya. Su estatura era media, normal, más bien tirando hacia arriba. La capacidad para los estudios era buena, sin llegar a ser sobresaliente. «Era de carácter bondadoso y tratable, entusiasta y observante», según cuenta una relación de sus contemporáneos.

Fue ordenado de subdiácono por el obispo de Madrid, Mons. Leopoldo Eijo Garay el 6 de abril de 1935, en la capilla del Seminario Diocesano de San Buenaventura de Madrid; y de diácono, por Mons. Francisco Gómez de Santiago, obispo dominico misionero, Vicario Apostólico de Hai Phòng, en Vietnam, el 8 de septiembre del mismo año, en el Real Monasterio. Tan sólo le quedaba un año para terminar sus estudios y poder realizar su sueño de ser ordenado sacerdote…

Debido al poco tiempo que transcurrió desde su profesión no es mucho lo que se conoce de su tiempo entre los agustinos. Uno de sus compañeros dice textualmente: «Puedo dar testimonio de que manifestó una vocación muy decidida desde el primer momento, a la que correspondió con una vida de piedad muy intensa» durante los años de su formación. Otro compañero añade que fue «un religioso ejemplar».

Debido a los acontecimientos de la persecución religiosa del 18 de julio de 1936 en España, fray José fue detenido con todos los demás religiosos agustinos del monasterio de El Escorial el 6 de agosto de 1936. Conducidos a Madrid fueron encarcelados en la prisión de San Antón (ex colegio de Escolapios), en la céntrica calle de Hortaleza de la capital madrileña.

Después de innumerables esfuerzos protagonizados por sus familiares y parientes ante funcionarios consulares cubanos y del Ministerio de Asuntos Exteriores de la República, estando en la prisión se le presentó a fray José la posibilidad de conseguir la libertad, por ser ciudadano cubano. Ante esta situación él manifiesta, sin lugar a dudas, su temple de religioso y de amor fraterno para con los demás religiosos agustinos, compañeros de prisión.

Es el padre Natalio Herrero, que, como prior, le conocía desde el año del noviciado, quien nos trasmite el detalle: «Es digno de notarse la respuesta del diácono José López Piteira, nacido en Cuba, quien, al decirle que podía hacer valer esa circunstancia, de haber nacido en Cuba, para conseguir la libertad, contestó: ‘Están aquí todos ustedes que han sido mis educadores, mis maestros y mis superiores, ¿qué voy a hacer yo en la ciudad? Prefiero seguir la suerte de todos, y sea lo que Dios quiera’…”.

Pasaron casi cuatro meses de privaciones y de sufrimientos. Tras ser juzgados sumariamente, fueron condenados por su simple condición de religiosos. Su nombre fue incluido en una «saca de la muerte”, y llamado a primeras horas de la mañana del último día de noviembre, festividad de San Andrés, apóstol y mártir, después de varios días de constante sangrado de las cárceles madrileñas, y en la tercera ocasión durante dicho mes en que incorporaban a agustinos en dichos “paseos”. Le ataron las manos, después de haberle despojado de todo, siendo conducido a Paracuellos del Jarama, a las afueras de Madrid, con otros 50 agustinos, donde fueron sacrificados el 30 de noviembre de 1936, dando verdaderas muestras de entereza y fe cristiana ante las propios verdugos que les mataron, tanto es así que éstos quedaban admirados de su valor y fortaleza cristianas.

Tenía temple de mártir. Creemos, buenamente, que le sacrificaron por no haber renegado de su fe y de su profesión religiosa, y que murió, como todos los demás, perdonando, a imitación del Maestro desde la Cruz, a los propios verdugos, y con el grito de “¡Viva Cristo Rey!”.

Desde nuestra condición de cristianos militantes, sabiendo que muchas veces renegamos los católicos de hoy día de dar el más simple testimonio de nuestra fe, en los medios donde vivimos; creemos firmemente que este tipo de actos heroicos de los cuales se nutre nuestra propia fe, se acrecienta nuestra esperanza y se manifiesta nuestra caridad cristiana, constituyen una auténtica prueba de esas que han pasado por el crisol, no sólo del calor y del fuego, sino de la sangre y del metal, derramados ambos material y cegadamente. No creemos pues en revanchismos y menos aún en revisionismos históricos, porque “lo escrito, escrito está”, pero si apelamos a la clara convicción de que el amor prevalece siempre sobre el odio y el testimonio de la fe viva, verdadera, incólume de quienes son los auténticos testigos del Señor, nos indican día tras día aquellas palabras que sin duda soportaron a nuestros mártires de ayer y de hoy… “No tengan miedo, porque yo estoy, y estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

En los tiempos en que Santa Faustina Kowalska escribía sus horribles visiones de un mundo que se estaba protagonizando y viviendo ya en España y poco después en toda Europa, nuestra fe se acrecienta más en ese llamamiento hacia el amor verdadero que proviene de la Divina Misericordia…

Ese es el único clamor que se ha elevado al Cielo desde la Plaza de San Pedro, en la ceremonia de beatificación, el 28 de octubre, para reconocer públicamente nuestra Iglesia la condición martirial de esos 498 Siervos de Dios, que entre obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, así como laicos han lavado sus vestiduras en la Sangre del Cordero y ahora velan por nosotros desde su condición de miembros de la Iglesia Triunfante… Así sea…

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ZENIT Staff

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