El pueblo iraquí impotente ante su situación

Desgarrador testimonio de una mujer estadounidense en visita al país

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ROMA, 1 en (ZENIT).- Los cristianos iraquíes han festejado las fiestas de Navidad del Jubileo con una cierta tristeza por no saber cuándo podrá
cumplir el Papa su sueño confesado de visitar Ur de los Caldeos. Esta impresión ha sido confirmada a nuestra redacción por la visita que acaba de
hacer al país una madre de cinco hijos, por invitación de la Federación General de Mujeres Iraquíes con motivo de la 16 Conferencia General.
Normalmente, la Federación invita a estas conferencias a mujeres de todo el mundo, y suelen ser un encuentro en el que se da también mucha propaganda del régimen dictatorial de Saddam Hussein pero también es una ocasión de encuentro con el pueblo y la cultura iraquí y se comparten los sufrimientos y las esperanzas de las mujeres de todo el mundo.
«Acabo de volver de Irak a mi limpia, «a salvo» y bien ordenada vida con mis cinco hijos todos saludables, con aire puro para respirar y agua
potable que está a la mano simplemente abriendo una botella –explica Krista Clement, de Farmington–. Pero mi vida ya no puede ser la misma.
Muchas veces al día, cuando me siento a comer, o veo a un niño lleno de salud o un bebé bien cuidado, tengo que contener las lágrimas cuando la
memoria me recuerda que he dejado una tierra en la que un niño muere cada seis minutos, como resultado de las sanciones económicas».
«La indómita fuerza espiritual, integridad y hospitalidad de las mujeres iraquíes me ha impresionado profundamente –dice esta norteamericana, acogida con cordialidad por un pueblo golpeado–. El sufrimiento que dura
ya nueve años ha unido más al pueblo iraquí. ¿Cómo puedo soportar la ironía de sentirme mucho más en casa en Irak que en la cultura superficial que conocemos en América?».
«Una noche tarde, cuando mi marido y yo caminábamos hacia nuestro hotel a través de las calles desiertas de Bagdad, vi un gran camión parado en el semáforo con cinco hombres extenuados después de un día de duro trabajo.
Los saludos de bienvenida surgieron espontáneos y nos sorprendieron.
Estrecharon nuestras manos. Así es como nuestros «enemigos» nos tratan en Irak», añade Krista.
«Visité el mayor hospital de niños de Bagdad, habitación por habitación,fila tras fila de niños muriendo lentamente, observados por parientes y
ayudados por doctores y enfermeras; sin ayuda, porque las sanciones le prohiben conseguirlas, ayudas médicas que necesitan. Hoy, dos mil años
después, los inocentes están siendo masacrados de nuevo, esta vez en Irak».
«El pueblo iraquí es rico en fe en Dios y en amor a los familiares. Es esto lo que le da la fuerza para arrostrar cada día con coraje y esperanza, en
lugar de amargura y desesperación. Ojalá que Dios les ayude y sostenga su fe. Y pueda darnos a nosotros que empecemos a darnos cuenta de lo que hemos perdido a través de nuestro individualismo y el brillo vacío de nuestro diario trepar detrás del dinero y las cosas materiales», concluye Krista Clement.

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ZENIT Staff

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