El secreto del comunicador católico: estar enamorado de Cristo

Entrevista con el padre Raniero Cantalamessa OFM Cap., predicador del Papa

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MONTERREY, martes, 15 mayo 2007 (ZENIT.orgEl Observador).- Los medios de comunicación se encuentran, paradójicamente –porque deberían ser sólo medios, nunca fines en sí mismos–, en primer plano en lo que toca a la formación de las nuevas generaciones.

Esta situación se torna en un desafío para la Iglesia, que debe hacer presencia en estos modernos areópagos para llevar la Palabra que da Vida en el contexto de la cultura de la muerte.

El padre Raniero Cantalamessa, fraile franciscano capuchino y predicador de la Casa Pontificia, nos ofrece algunas reflexiones en torno a esta oportunidad que la Iglesia tiene en los medios de comunicación social.

Este domingo 20 de mayo la Iglesia celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales.

–¿Cómo percibe a los medios hoy en día?

–Padre Cantalamesa: La característica de nuestra época, su realización y éxito más grandioso es la informática, es decir la comunicación de masa: prensa, cine, televisión, internet, celular. Los así llamados medios de comunicación son los grandes protagonistas del momento. Cada individuo, puede, en cualquier momento del día y de la noche, informarse sobre aquello que sucede en el mundo y meterse en contacto directo con otra persona en cualquier punto del planeta. Toda esta realidad es signo de un gran progreso por el cual debemos estar agradecidos a Dios y a la técnica que lo ha hecho posible. Hay, sin embrago, graves peligros y aspectos negativos en la comunicación social de hoy.

–¿A qué se refiere?

–Padre Cantalamesa: Es una comunicación consumista, en el sentido que empuja al consumo y que se consume y acaba en sí misma: es una comunicación exclusivamente horizontal. Los hombres, en este caso, se intercambian sus noticias y como ellos son efímeros, pasajeros, también sus noticias son efímeras. Una cancela a la otra.

Cuanto más crece la comunicación, más se experimenta la incomunicabilidad. Las comunicaciones se reducen a sonidos, a rumores. El rumor nos asegura que no estamos solos; pero falta una comunicación vertical, creativa, falta totalmente el otro. Toda su comunicación se convierte en un espejo que refleja la imagen de la propia miseria y el eco del propio vacío.

En suma, la comunicación moderna es una comunicación de tristeza. Los medios dan mucho más relieve a lo que hay de malo y de trágico en el mundo que a lo que hay de bueno y de positivo.

–¿Qué otros riesgos ve usted en los medios de masa?

–Padre Cantalamesa: Los medios de comunicación nos ponen ante los ojos en cada momento lo que podríamos ser y no somos, lo que otros hacen y nosotros no hacemos. Nace de ahí una sensación de resignada frustración y aceptación pasiva de la propia suerte, o bien, al contrario, una necesidad obsesiva de salir del anonimato e imponerse a la atención de los demás.

Otro rasgo negativo en la comunicación de masa, especialmente en los espectáculos, es la explotación de la mujer, el abuso que se hace de su cuerpo, y en general la visión negativa de la relación entre los sexos.

–¿Cuáles serían las características de una comunicación en clave cristiana que pudieran hacer frente a las formas y contenidos de la comunicación actual?

–Padre Cantalamesa: Creo que el Evangelio puede ayudarnos a cambiar este estado de cosas. Es la «Buena Nueva» del amor de Dios para los hombres. Dios nos conoce perfectamente, pero no usa este conocimiento para juzgarnos, su corrección es amor.

Yo puedo decir, como franciscano, que tenemos que contribuir a difundir esperanza y alegría. Francisco es el hombre de la alegría perfecta, el juglar de Dios. No se trata de una alegría ilusoria, si no de una alegría fundada en la esperanza. Tenemos que insistir sobre esta raíz de fe: la unión profunda a Cristo y en particular a la cruz de Cristo.

–Entonces, ¿hay algún secreto para la comunicación católica?

–Padre Cantalamesa: Entonces, si queremos evangelizar a través de los medios de comunicación social, el secreto es sencillo: estar enamorados de Cristo.

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ZENIT Staff

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