El secreto para hacer presente la eternidad en esta vida, según el Papa

Al comentar las celebraciones de todos los santos y de los fieles difuntos

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 2 noviembre 2006 (ZENIT.org).- Al comentar el sentido de las celebraciones de todos los santos y de los fieles difuntos, Benedicto XVI recordó este miércoles que encontrar el sentido de la vida es «pensar en Dios como protagonista de la historia y de nuestra misma vida».

Al rezar el Ángelus con varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro, el Papa ofreció a mediodía desde la ventana de su estudio una meditación sobre la vida eterna.

«El hombre moderno, ¿sigue esperando esta vida eterna o considera que pertenece a una mitología ya superada?», se preguntó el Papa.

«En nuestro tiempo –respondió–, más que en el pasado, vivimos tan absorbidos por las cosas terrenales, que en ocasiones es difícil pensar en Dios como protagonista de la historia y de nuestra misma vida».

«La existencia humana, sin embargo, por su naturaleza, está orientada hacia algo más grande, que le trasciende; en el ser humano no se puede suprimir el anhelo por la justicia, la verdad, la felicidad plena», siguió diciendo.

«Ante el enigma de la muerte, muchos sienten el deseo y la esperanza de volver a encontrar en el más allá a sus seres queridos. Y es fuerte también la convicción de un juicio final que restablezca la justicia, la espera de un esclarecimiento definitivo en el que a cada quien se le dé lo que le corresponde», reconoció.

Para los cristianos, aclaró, «vida eterna» «no sólo indica una vida que dura para siempre, sino también una nueva calidad de la existencia, sumergida plenamente en el amor de Dios, que libera del mal y de la muerte y nos pone en comunión sin fin con todos los hermanos y hermanas que participan en el mismo Amor».

«La eternidad, por tanto, puede estar ya presente en el centro de la vida terrena y temporal, cuando el alma, mediante la gracia, se une a Dios, su fundamento último. Todo pasa, sólo Dios no cambia».

Por eso, indicó el obispo de Roma, los auténticos cristianos «tienen los pies en la tierra, pero el corazón ya está en el Cielo, morada definitiva de los amigos de Dios».

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ZENIT Staff

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