El secreto para no desesperar ante el silencio de Dios; según el Papa

No es un emperador impasible; recuerda

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CIUDAD DEL VATICANO, 13 marzo 2002 (ZENIT.org).- Del drama que puede sentir el creyente ante el aparente silencio de Dios se convirtió en el argumento central de la intervención que pronunció Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles.

El pontífice se hizo portavoz de las angustias que tocan con frecuencia la vida de todo hombre y mujer: «Cuando el dolor llega al colmo y se querría alejar el cáliz del sufrimiento, las palabras estallan y se convierten en una pregunta lacerante».

Silencio de Dios
«Este grito interpela al misterio de Dios y de su silencio», reconoció al dirigirse a los miles de peregrinos reunidos en la sala de las audiencias del Vaticano: Lo hace con preguntas directas: «¿Ha desmentido Dios su amor y su elección? ¿Ha olvidado el pasado en el que nos apoyaba y hacía felices?».

El Santo Padre planteó estos interrogantes al meditar en el Salmo 76, continuando así la serie de intervenciones que comenzó el año pasado sobre los cánticos bíblicos que se han convertido en motivo de oración de los cristianos.

«Así como surgen días tenebrosos, en los que el cielo se cubre de nubes y amenaza con la tempestad, así nuestra vida experimenta jornadas densas de lágrimas y miedo –reconoció el Papa Wojtyla–. Por eso, ya en la aurora, la oración se convierte en lamento, súplica, invocación de ayuda».

En esos momentos, la oración se convierte en «un grito de ayuda que es lanzado a un cielo aparentemente mudo, las manos se elevan en la súplica, el corazón desfallece por el desaliento».

Esperanza
Ahora bien, para el Salmista «el Señor no es un emperador impasible, alejado en sus cielos luminosos, indiferente a nuestras vicisitudes», recordó.

«Si así fuera, Dios sería irreconocible, se convertiría en un ser cruel», siguió diciendo. La segunda parte del Salmo 76 se convierte en «un canto a la salvación actuada en el pasado, que tuvo su epifanía de luz en la creación y en la liberación de la esclavitud de Egipto».

«El presente amargo se ilumina con la experiencia salvadora del pasado, que es una semilla colocada en la historia: no ha muerto, sólo ha sido enterrada, para germinar después», aseguró el sucesor de Pedro.

Este «memorial» de las obras de Dios «no es sólo una vaga memoria consoladora, sino la certeza de una acción divina que no desfallecerá», insistió Juan Pablo II.

«Profesar la fe en las obras de salvación del pasado lleva a la fe en lo que el Señor es constantemente y, por tanto, también en el presente», aclaró. «El presente que parecía sin salida y sin luz es iluminado así por la fe en Dios y se abre a la esperanza».

«Dios regresará para llevarnos a la salvación», fue la conclusión de la meditación pontificia.

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ZENIT Staff

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