El sentido de la visita del Papa al patriarcado ecuménico de Constantinopla

Habla el padre Giovanni Cereti, profesor de teología ecuménica

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ROMA, lunes, 27 noviembre 2006 (ZENIT.org).- El intercambio de visitas entre las iglesias es un «gesto de amor». Lo explica el padre Giovanni Cereti a Zenit en esta entrevista en la que ilustra la importancia del viaje apostólico de Benedicto XVI al patriarcado ecuménico de Constantinopla, (Estambul, Turquía), que culminará el 30 de noviembre.

Don Giovanni Cereti, teólogo católico, es docente de teología ecuménica en el Instituto de Estudios Ecuménicos de Venecia, en la Pontificia Facultad Teológica Marianum de Roma y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosos Mater Ecclesiae –vinculado al Angelicum– de Roma.

Este experto en ecumenismo recuerda que existe un modelo eclesiológico en el que ortodoxos y católicos se encuentran: la «koinonia» o comunión.

–Todos los años, el 30 de noviembre, fiesta de San Andrés, una delegación vaticana visita el patriarcado ecuménico, y el patriarcado manda una delegación a Roma para la fiesta de San Pedro el 29 de junio. ¿Cuándo comenzaron estas visitas y cuál es la importancia que tenemos que atribuir al hecho de que sea el mismo pontífice quien cumpla con este gesto en esta ocasión?

–Cereti: En las relaciones entre los cristianos el intercambio de visitas entre las iglesias se remonta a la época apostólica y reviste un gran sentido simbólico y espiritual como gesto de amor y comunión fraterna.

La Iglesia de Cristo es una comunión y las relaciones fraternas entre los cristianos y las iglesias son una expresión fundamental de esta comunión que ya nos une a Dios en virtud de la común fe y el único bautismo.

Después de un largo período en que por dificultades externas estas visitas no pudieron realizarse, el Concilio Vaticano II constituyó un nuevo punto de partida y el intercambio de visitas entre iglesias locales de Occidente y de Oriente se ha hecho muy frecuente.

Entre todas estas visitas, las más significativas son justamente las que han sido realizadas entre las dos sedes más significativas de la cristiandad, por iniciativa de Pablo VI y el Patriarca Atenágoras.

Se han convertido en habituales con ocasión de las grandes fiestas de los santos patronos de la Iglesia de Roma y Constantinopla, y en algunos casos no se ha tratado sólo de delegaciones oficiales sino de visitas realizadas por sus más altos representantes. Recordemos que el Papa Pablo VI estuvo en el patriarcado de Constantinopla en 1967 y el Papa Juan Pablo II en 1979.

En esta ocasión la visita de Benedicto XVI al patriarca de Constantinopla con ocasión de la fiesta de San Andrés constituye un signo de agradecimiento con motivo de la visita hecha por el patriarca Bartolomé al obispo de Roma con ocasión de la fiesta de los santos Pedro y Pablo en 2005.

–¿Existe un modelo común de unidad en la Iglesia reconocido por ortodoxos y católicos o todavía está por encontrarse?

–Cereti: Un modelo eclesiológico ya existe, y también se remonta a la Iglesia de la época apostólica.

Es el modelo de la «koinonia»: la iglesia de Cristo es una «koinonia», una comunión, y vive esta comunión en las dimensiones apenas citadas: en la fe común, basada en la única revelación; en la única Sagrada Escritura, y expresada en los símbolos de fe de la Iglesia antigua; en la vida sacramental, y en particular en el bautismo, puerta de entrada a la comunión eclesial y en la Eucaristía, suprema señal visible de la comunión eclesial; y por último, la vida de caridad del conjunto del pueblo cristiano, vida de caridad que se ejercita de múltiples formas y que se realiza bajo la guía del ministerio ordenado, y en particular del episcopado, que tiene precisamente la tarea de estar al servicio de la comunión eclesial.

En este modelo de comunión concuerdan hoy católicos y ortodoxos. Una comunión así se expresa en el carácter sinodal, o en la colegialidad episcopal, pero en todos los niveles de la este carácter sinodal existe un «protos», un primero, presidente o moderador del sínodo o del concilio.

También a nivel de iglesia universal tiene que existir un ministro llamado a presidir en la caridad a la comunión de la Iglesia universal.

Los católicos creen que esta tarea le es confiada al obispo de Roma, pero también los ortodoxos reconocen que el día en que fuera restablecida la comunión entre Oriente y Occidente el obispo de Roma retomaría el primer sitio que le es reconocido según la tradición de la Iglesia antigua entre los obispos y los patriarcas.

–¿Responde el cisma del 1054 a problemas doctrinales y de fe, o más bien a problemas político-culturales y al hecho de que la mentalidad de orientales y occidentales era bastante diferente?

–Cereti: La separación entre Oriente y Occidente es el fruto de una evolución en la separación de las dos partes de Europa, oriental y occidental, que tuvo lugar en el curso de muchos siglos y que llevó al crecimiento de dos culturas muy diferentes, que se expresaron en lenguas diferentes, el griego y el latín, y que forjaron mentalidades claramente diferentes.

Ya en el primer milenio se dieron incomprensiones y períodos de interrupción de la comunión entre Roma y Oriente.

La fecha del 1054 es una fecha simbólica y la excomunión recíproca que tuvo lugar entonces debería ser borrada de la memoria de las iglesias tal y como ha sido solicitado en la Declaración común de Roma y Constantinopla de 1965.

Desafortunadamente la separación de 1054 siguió profundizándose en los siglos siguientes, en parte a causa de las cruzadas y sobre todo de la cuarta cruzada del 1204, creando un surco profundo entre las dos iglesias. Las dificultades de comunicación de los siglos pasados contribuyeron a que se hicieran más rígidos los prejuicios recíprocos, y al mismo tiempo el escaso conocimiento de la otra parte hizo que faltara el amor por el otro.

Con todo, la separación no ha sido nunca total, las dos iglesias han seguido reconociéndose como tales, y en Florencia en el 1439 se llegó a restablecer la comunión mutua, en concilio que no fue comprendido por las poblaciones y que por esto no fue acogido por el pueblo cristiano.

Hoy podríamos restablecer sencillamente la comunión con la recepción aunque sea tardía de las decisiones de Florencia.

En todo caso la razones doctrinales no justificaban la separación: durante siglos se ha adujo como motivo doctrinal el añadido del «Filioque» en el Credo niceno-constantinopolitano por parte de la Iglesia de Occidente, pero la Iglesia católica tiene hoy solemnemente declarado, por ejemplo con la «Dominus Jesús», que ella profesa la misma fe del símbolo niceno-constantinopolitano en su forma original, sin el «Filioque», que queda como añadido litúrgico de la Iglesia latina y que sin embargo nunca fue reconocido por las iglesias greco-católicas.

La gran dificultad real es el reconocimiento del primado del obispo de Roma. Ahora bien, esta dificultad no afecta tanto al principio del ministerio petrino, sino más bien a la manera en que tiene lugar el ejercicio de este ministerio. Sobre esto no es imposible encontrar un acuerdo, como ya escribió el Papa Juan Pablo II en la encíclica «Ut Unum Sint».

–Se sabe que el diálogo entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas sigue avanzando. ¿Personalmente espera algún gesto importante en breve?

–Cereti: Personalmente me espero todos los días una sorpresa agradable y no está excluido que pueda acaecer en esta visita de Benedicto XVI al Patriarcado de Constantinopla: el 30 de noviembre se espera una declaración conjunta que podría señalar un progreso significativo.

El Espíritu Santo está cambiando los corazones de los cristianos, que cada vez más se reconocen como hermanos y herm
anas en la única fe en Cristo más allá de todas las divisiones y que no soportan esta condición de separación en una Europa y en un mundo que se van unificando y en el que tenemos que afrontar juntos los desafíos del futuro y sobretodo el del diálogo con las otras grandes tradiciones religiosas de la humanidad.

El Señor Jesús nos llama a la plena comunión consigo y entre nosotros, y solamente unidos podemos dar testimonio al mundo de la credibilidad de la fe cristiana y de la realidad del amor de Dios que nos ha llenado el corazón con su amor, por medio del Espíritu Santo que nos ha dado (Romanos 5, 5).

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ZENIT Staff

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