El siglo XX a la luz de Fátima

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MILAN, 15 mayo (ZENIT.org).- «La visión de Fátima tiene que ver sobre todo con la lucha de los sistemas ateos contra la Iglesia y los cristianos, y describe el inmenso sufrimiento de los testigos de la fe del último siglo del segundo milenio. Es un interminable Via Crucis dirigido por los Papas del Siglo XX». Éstas fueron las palabras del cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado del Vaticano, al final de la Eucaristía en la que Juan Pablo II beatificó a
Francisco y Jacinta, dos de los tres niños testigos de las apariciones de la Virgen en Fátima.

Un siglo calificado de larga e ininterrumpida vía dolorosa. Y la tiara de espinas perteneció a Benedicto XI, entre conflictos mundiales y la revolución bolchevique; Pío XI y la condena de los ateísmos violentos, comunismo y nazismo. México, España y Alemania, con los resplandores de guerra que embestirá dramáticamente el pontificado de Pío XII. Llegarían después Juan XXIII y Pablo VI, el Concilio y su realización. De las estaciones de este Viacrucis, de sobra conocidas, se ha hablado a menudo en un susurro en nombre de lo «políticamente correcto». «Hoy, que por fin
conseguimos admitirlas todas, la decisión de revelar el tercer secreto es como un reconocimiento de la madurez del pueblo cristiano», afirma Giorgio Rumi, uno de los historiadores más prestigiosos de Europa, en una entrevista
publicada en «Avvenire».

El punto de partida está en el «hecho más simple del mundo, aunque nadie lo ha dicho nunca: el 13 de mayo de 1917 se sitúa entre la primera y la segunda revolución rusa, por lo tanto es ya el final de la vieja Rusia imperial y ortodoxa, y existe la gran incógnita de este comunismo que crece. El uno de agosto –continúa Rumi– Benedicto XV envía su famosa nota a todos los jefes de las naciones beligerantes, un hecho sin precedentes. Para nosotros 1917 es el año de Caporetto, después está la revolución bolchevique. Es verdaderamente el año terrible por definición, algo apocalíptico. Lo que sucedió en Fátima está muy lejos de ser idílico, es un comienzo tremendo».

Llegan los años de Pío XI. Tiempo «igualmente apocalíptico porque, aunque es cierto que no hay guerra, sin embargo en cierta manera la situación es aún peor porque se sabe que la guerra volverá», explica Rumi. «Primeros destellos en México, después en España y luego en Alemania, mientras que, a lo largo de esos 17 años de pontificado, comienza en Rusia la primera persecución auténticamente «neroniana», y el hecho de que en el punto de mira esté la Iglesia ortodoxa no cambia nada las circunstancias. No es casualidad que en 15 días, en 1937, el Papa Pío XI publique sus dos encíclicas, «Divini Redemptoris» y «Mit Brennender Sorge», en las que identifica claramente en el comunismo y en el nazismo los dos ateísmos violentos. Y después llegará Pacelli, con todo el problema de la guerra», apunta Rumi.

Una historia terrible. ¿Por qué se habla de ella en voz baja? Rumi ofrece una razón: «Ha sido un poco como una familia que enseña ciertos antepasados y esconde otros porque son impresentables. Cada uno, de este gran libro, ha sacado lo que le interesaba más para su tesis ideológico-política. Por ejemplo, hay un hecho, tal vez el más dramático: en España, del 18 de julio de 1936 al final del verano, más de 6.000 sacerdotes y religiosos fueron asesinados, casi todos por odio a la religión. Sin embargo, quien recordaba este suceso corría el riesgo de ser tachado de filo-franquista. Este Papa, al que no le falta valor ni rectitud, dijo: «éstos han muerto por la fe y yo los declaro mártires». Pero insisto, hasta hace sólo diez años incluso la opinión católica tenía cierto apuro en declararlo, por el miedo a estar del lado equivocado».

«Todos estos miramientos –argumenta Giorgio Rumi– hacían que el libro del siglo XX fuera escaso y mal leído, con muchas páginas oscuras. Creo que el Papa ha aportado una enorme contribución para encender la luz y leerlo todo, incluidos los errores, pero también las luces». En el recorrido de nuestra reciente historia, llegamos a Pío XII: «Estoy
convencido de que cuando llegue el tiempo de la apertura de los archivos, se verá el sufrimiento de Pacelli y de sus colaboradores –afirma Rumi–. ¿Cómo omitir que aquellos fueron años espantosos? Como por otra parte lo fueron también los de Juan XXIII, «Papa bueno» pero no bonachón, hombre sabio, profundo, hombre de su tiempo. Nuncio en Francia, fue severo hacia los sacerdotes obreros, y absolutamente responsable cuando salvó al episcopado francés de tan apresuradas condenas gaullistas de colaboracionismo con Vichy: también él tuvo que llevar una tiara de espinas, no nos olvidemos del inicio del Concilio. Y, sobre todo, del post-Concilio: Pablo VI fue el guía en los difíciles años de la transición, tuvo que conducir la ostpolitik, en una palabra: mantener encendida la llama», concluye el historiador.

En este contexto se enmarcan las palabras del cardenal Sodano en Fátima, tras la ceremonia de Beatificación: «Los sucesivos acontecimiento del año 1989 han llevado, tanto en la Unión Soviética como en numerosos Países del Este, a la caída del régimen comunista que propugnaba el ateísmo. También por esto el Sumo Pontífice le está agradecido a la Virgen desde lo profundo del corazón. Sin embargo, en otras partes del mundo los ataques contra la Iglesia y los cristianos, con la carga de sufrimiento que conllevan, desgraciadamente no han cesado. Aunque las vicisitudes a las que se refiere la tercera parte del secreto de Fátima parecen ya pertenecer al pasado, la llamada de la Virgen a la conversión y a la penitencia, pronunciada al inicio del siglo XX, conserva todavía hoy una estimulante actualidad»

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ZENIT Staff

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