El trabajo también necesita ser «redimido», advierte el Papa

En un mensaje a Acción Católica

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 4 mayo 2004 (ZENIT.org).- Consciente de que el trabajo es un valor «que ha sido profanado por el pecado y contaminado por el egoísmo», Juan Pablo II ha recordado que se trata de una realidad que también «tiene necesidad de ser redimida».

Un mensaje dirigido a los participantes del congreso nacional (30 abril-2 mayo) de las presidencias diocesanas de Acción Católica Italiana (ACI) –leído el viernes pasado en la vigilia de oración celebrada junto a los trabajadores de ACI de Roma en la Basílica Vaticana por la fiesta de san José Obrero–, ha sido vehículo de esta reflexión del Papa sobre el sentido del trabajo.

En el texto, el Papa también confirma su presencia en la conclusión de la peregrinación de ACI a Loreto (el 5 de septiembre próximo), en cuyo Santuario se conserva –según la tradición– la santa Casa de la Virgen María, transportada desde Nazaret en 1294.

La santa Casa de Loreto recuerda espontáneamente al misterio de Nazaret, «¡que no acaba de sorprendernos! –reconoce el Papa–: ¿por qué el Hijo de Dios (…) quiso pasar un tiempo tan prolongado sujetándose a la dura fatiga del trabajo?».

De este «evangelio del trabajo» se puede deducir que «Jesús fue hombre de trabajo y que el trabajo le permitió desarrollar su humanidad», además de que «el trabajo en Nazaret constituyó para Jesús un modo de dedicarse a las “cosas del Padre”» testimoniando que con el trabajo se «prolonga la obra del Creador», explica.

«Según el plan providencial de Dios –subraya Juan Pablo II–, trabajando el hombre realiza su propia humanidad y la de los demás: el trabajo, de hecho, “forma al hombre y en cierto sentido lo crea”».

«Pero el trabajo –nos enseña Cristo– es un valor que ha sido profanado por el pecado y contaminado por el egoísmo y por ello, como toda realidad humana, necesita ser redimido», prosigue.

Advierte el Papa que el trabajo debe ser rescatado «de la lógica del beneficio, de la falta de solidaridad, del frenesí de ganar cada vez más, del deseo de acumular y consumir», porque cuando es sometido a la «inhumana riqueza» el trabajo se convierte en «ídolo seductor y despiadado».

Libera de estas cadenas el «retorno a las palabras austeras del Divino Maestro: “¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o arruina?” (Lc 9, 25)», recuerda el Santo Padre.

También «el divino Trabajador de Nazaret nos recuerda que “la vida vale más que el alimento (Lc 12, 23)” y que el trabajo es para el hombre, no el hombre para el trabajo –subraya el Papa–. Lo que hace grande una vida no es la entidad de la ganancia, ni el tipo de profesión o el nivel de carrera. El hombre vale infinitamente más que los bienes que produce o que posee».

Por ello invita a «estar alerta», porque «el corazón que se afana desmesuradamente por el propio alimento o vestido» y no se preocupa del «de los hermanos más pobres, se convierte inexorablemente en un corazón cegado por las riquezas, incapaz de solidaridad y de amor desinteresado, tercamente cerrado a Dios y obstinadamente cerrado a los hermanos».

«Corresponde a los cristianos, individualmente o asociados, en particular a los fieles laicos, introducirse en el tejido de la sociedad civil para inscribir la ley divina en la vida de la ciudad terrena», recuerda el Papa en su mensaje a responsables y miembros de ACI.

El Papa exhorta además a «favorecer la creación de ocasiones adecuadas de trabajo para todos los jóvenes, de forma que puedan formar una familia en condiciones dignas de vida, la primera de ellas, en una casa propia».

Igualmente invita al compromiso a favor de un «tratamiento equitativo y paritario para todos los trabajadores» y para que «se combata toda explotación y se respeten los contratos laborales de los inmigrantes».

«No descuidéis nunca el empeño de un apostolado de primera evangelización misionera entre la multitud de inmigrantes que no son cristianos», exhorta el Santo Padre.

Y recomienda finalmente con fuerza «poner toda atención para que el domingo sea para todos los que creen en Cristo el día de descanso y de fiesta, día del Señor y de la comunidad, de la familia y de los pobres».

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ZENIT Staff

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