¿Eliminar a Cristo?

Por monseñor Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos

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BURGOS, sábado, 10 de abril de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito monseñor Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos, con el título «Esta sociedad no es el relevo».

* * *

Lo dije en la Catedral el pasado Viernes Santo, porque estoy firmemente convencido. «La victoria será de Jesucristo. No será de esta sociedad, cuarteada en toda su estructura de valores y herida en sus cimientos morales. Una sociedad que considera progreso matar a sus hijos más débiles, corromper a los niños desde la escuela, incitar a los adolescentes y a los jóvenes al placer sexual más desenfrenado, ejercer la justicia según el color político de los jueces y de los reos, malgastar en cosas suntuarias y superfluas los bienes que son necesarios para la subsistencia de los más necesitados, en una palabra: una sociedad que se tambalea en sus cimientos éticos no puede dar el relevo a Jesucristo».

Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza. De ahí que tenga inteligencia para buscar y encontrar la verdad, voluntad para amar y libertad para ser responsable de sus actos. Ahí radica su grandeza y su dignidad. Ahí está también el fundamento de la igualdad radical entre todos los hombres y mujeres. Bien se ciña con diadema real o se vista con harapos de pordiosero, posea un capital multimillonario o no tenga dónde caerse muerto, sea elevado al más alto pedestal u ocupe el más bajo de todos los niveles, ante Dios todo hombre será siempre una imagen suya, un icono suyo, el ser más grande de cuantos viven en la tierra. Por eso, levantará siempre su dedo acusador frente a quienes, sirviéndose de su poder político, económico o mediático traten de despojar al hombre -a cualquier hombre- de su dignidad y grandeza.

Jesucristo todavía ha ido más lejos. Haciéndose él mismo hombre, engendrándole a una vida nueva por su muerte redentora y el bautismo, ha divinizado al hombre hasta un grado tal, que, sin dejar de ser hombre, le ha divinizado. Gracias a ello, ha aparecido una nueva raza de hombre sobre la tierra: la raza de los hijos de Dios, a la que todos los hombres están llamados a pertenecer. San Pablo, con el vigor de su poderosa inteligencia y la convicción de su encuentro personal con el Cristo vivo del camino de Damasco, lo formuló con enorme fuerza: «Ya no hay judío ni gentil, esclavo o libre, hombre o mujer», porque todos los bautizados han sido injertados en Cristo Jesús.

Jesús no se hizo hombre y murió por los pobres o por los ricos, por las clases altas o por las proletarias, por los que llamamos buenos y por los que llamamos malos, sino por los unos y los otros, por todos. Y mientras vivía defendió a las viudas, curó a los enfermos, resucitó a los muertos, fustigó a los poderosos que estaban corrompidos, multiplicó los panes para saciar a los hambrientos, amó y mandó amar a los enemigos, no condenó a la mujer sorprendida en adulterio, fustigó con inusitada fuerza las apariencias farisaicas que escondían montones de podredumbre en sus corazones, alabó la minúscula limosna de una viuda más que los grandes donativos de los ricos, abrazó y bendijo a los niños y tuvo en tan alta estima a la mujer, que los primeros testigos de su resurrección fueron unas mujeres

Jesús levanta hoy su voz acusadora contra todos los explotadores de la mujer, de los asalariados, de los que asesinan a los inocentes no nacidos y a los ancianos sin familia. ¿Jubilar a este Jesús de la historia, de la cultura, de la economía, de la organización social, en una palabra, del mundo de los hombres? Alguien tan poco sospechoso de creencias católicas, como el filósofo alemán Habermas, ha dicho que la cultura actual ha «descarrilado». Algo así como cuando chocan dos trenes de alta velocidad y sus aparatos sofisticados quedan inservibles, pero reclamando reparación para volver a circular y ser útiles.

Jesucristo propone un modelo de hombre capaz de volver a pensar en serio, capaz de amar sin límites a todos y capaz de compadecerse de los más necesitados. ¿Cómo puede tener la pretensión de eliminarlo el pensamiento débil de nuestra época, la actual sociedad egoísta, injusta y moralmente decadente?

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ZENIT Staff

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