Emergencia y reconstrucción, prioridades de la Iglesia en Birmania

Testimonio del arzobispo Charles Bo

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CIUDAD DEL VATICANO, martes 10 de junio 2008 (ZENIT.org).- Reforzar la distribución de ayuda de emergencia a los damnificados y comenzar a preparar la reconstrucción de los medios de vida de las comunidades afectadas son las máximas prioridades de la Iglesia católica en Birmania un mes después de la catástrofe causada el pasado 2 de mayo por el ciclón «Nargis».

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El Comité de Ayuda a la Emergencia de la Iglesia birmana cuenta desde hace dos semanas con el apoyo en el terreno de un equipo de expertos de , que está evaluando las necesidades más urgentes de las zonas afectadas y poniendo a punto el futuro plan de reconstrucción.

Caritas Internationalis acaba de difundir una carta remitida desde Bimania escrita por el arzobispo de Rangún (Yangón), monseñor Charles Bo, que coordina el Comité de Ayuda a la Emergencia, tras su reciente visita a varias de las zonas siniestradas. Este es el texto de la misiva enviada por el prelado:

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El lunes 2 de junio, un mes después del desastre causado por el ciclón «Nargis», comenzó el año escolar en Birmania. Sin embargo, muchos niños no tienen escuela alguna a la que acudir. Para los niños de la región del delta del Irawady su vida se ha vuelto del revés. Muchos de ellos han perdido sus padres y sus hogares.

La pasada semana visité la localidad de Aima y algunas de las aldeas de las islas cercanas de Phaya-lay-gone, Pein-ne-gone, Ta-yoke-gone y Lein-maw-gone. Aima pertenece al municipio de Labutta, situado en zona meridional del delta, a donde resulta muy difícil acceder. Nos llevó casi diez horas llegar hasta allí en barca.

En ese lugar me reuní con las familias que siguen luchando por sobrevivir y alimentar a sus hijos. Es esta zona todas las escuelas han sido destruidas. El horror del ciclón aún persigue a los niños de Aima. Muchos de ellos lloran por la noche o cuando llueve. Se temen lo peor y reviven el trauma de la noche del 2 de mayo. En su pueblo quedan todavía heridas profundas que tardarán mucho tiempo en cerrarse.

Por el momento ha llegado muy poca ayuda hasta estas comunidades. Durante las dos primeras semanas, el único auxilio que recibieron estas personas fue el de de la Iglesia católica. Ellos me han dicho que sin ese apoyo no podrían haber sobrevivido. Actualmente, el Gobierno únicamente distribuye dos latas de arroz por persona al día, lo que no es suficiente para las personas que siguen viviendo allí. En algunos casos, el Gobierno ha pedido a los afectados que dejen los campos de acogida temporal y regresen a sus aldeas. Pero en muchas de ellas no hay lugares donde resguardarse, ni comida ni agua potable, y las autoridades únicamente les proporcionan unos pocos utensilios de cocina.

Mi visita a Aima me ha demostrado también lo importante que es para la Iglesia católica el seguir trabajando para asegurar nuestro apoyo a estas comunidades de la mejor forma posible. Hasta la fecha hemos sido capaces de distribuir alimentos, agua potable, medicinas, lonas y enseres domésticos para unos 20.000 damnificados en el municipio de Labutta. Ahora debemos seguir ayudándolos, sobre todo para que puedan sobrevivir, pero también para que reconstruyan sus vidas. Las personas con las que me encontré han sido sumamente humildes en sus demandas y solamente nos pedían comida y abrigo.

El comienzo del curso escolar es también un importante recordatorio sobre la necesidad de dar la mayor prioridad a las carencias de la población infantil afectada por el ciclón «Nargis». La Iglesia va a comprometerse a fondo para que estos niños puedan reunirse con sus familias, vuelvan a jugar de nuevo y dispongan de un lugar para hacerlo. Debemos asegurar también que todos ellos puedan regresar a la escuela lo más pronto posible. Sin la rutina diaria de la escuela, para estos niños, además de una pérdida educativa vital, les será mucho más difícil superar el trauma.

En mi reciente visita, entre tanta muerte y destrucción, pude escuchar muchas historias que me confirmaron la capacidad de resistencia de los niños. En una de ellas, una mujer llamada Verónica me contó cómo ella y su hijo de tres meses quedaron atrapados en su casa cuando la caída de un árbol bloqueó la puerta de entrada. El agua comenzó a inundar la casa y ella amontonó varios muebles para ponerse a salvo. El nivel, sin embargo, siguió subiendo hasta que su cabeza y la de su bebé quedaron atrapadas a solo un palmo del techo de permanecieron hasta la mañana siguiente, cuando el nivel del agua comenzó a descender. Al contarme esta historia, Verónica me aseguró que durante todo ese tiempo su bebé no lloró ni una sola vez.

También escuché el relato de un niño de cinco años de edad en la aldea de Lein-maw-gone. Había quedado separado del resto de su familia y cuando el agua comenzó a subir, se subió a lomos de su perro. Se mantuvo sobre el animal, que comenzó a nadar. El perro estuvo nadando durante horas hasta que logró llevar a su amo sano y salvo hasta tierra seca. Tras este gesto admirable, el perro murió de agotamiento.

Tras haberme reunido con los damnificados por el ciclón «Nargis» y haber visto las condiciones en las que están viviendo un mes después del desastre, esta visita me produce a la vez esperanza y angustia. Sigue habiendo una gran dosis de sufrimiento y la gente necesita una cantidad considerable de ayuda para sobrevivir y reconstruir sus vidas. No obstante, me siento optimista ante la importante misión que la Iglesia puede llevar a cabo para paliar esas necesidades. Es ese el objetivo hacia el que debemos avanzar, trabajando juntos al servicio de los necesitados de la manera más eficaz y con nuestras mejores capacidades.

Arzobispo Charles Bo

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ZENIT Staff

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