En el ángelus: Volvernos 'pan partido'. La tortura es pecado mortal

El Santo Padre invita a seguir a Jesús eucaristía donándonos a nuestro prójimo

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El santo padre Francisco rezó este domingo 22, la oración del ángelus desde la ventana de su estudio que asoma a la plaza de San Pedro, en donde una multitud le esperaba. Y les dirigió las siguientes palabras:

«Queridos hermanos y hermanas

En Italia y en muchos otros países del mundo se celebra este domingo la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, y se usa frecuentemente el nombre en latín: Corpus Domini, o Corpus Christi. La comunidad eclesial se recoge entorno a la eucaristía para adorar el tesoro más precioso que Jesús nos ha dejado.

El evangelio de Juan nos presente el discurso sobre el ‘pan de vida’, que Jesús realizó en la sinagoga de Cafarnaún, en el cual afirmó: ‘Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come este pan vivirá eternamente y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.

Jesús subraya que no vino a este mundo para traer alguna cosa, pero para dar su vida, para nutrir a quienes tiene fe en Él. Esta comunión con el Señor nos empeña a nosotros sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra existencia, con nuestra actitud un pan partido para los otros, como el Maestro ha partido el pan que es su realmente su carne. Para nosotros en cambio son las actitudes generosas hacia el prójimo lo que lo demuestran.

Cada vez que participamos a la Santa Misa y nos nutrimos del Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo actúa en nosotros, llena nuestro corazón y nos comunica actitudes interiores que se traducen en comportamientos según el Evangelio.

Sobre todo la palabra de Dios, después la fraternidad entre nosotros, el coraje del testimonio cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los desanimados, de acoger a los excluidos.

De esta manera la eucaristía hace madurar un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo acogida con el corazón abierto nos cambia, nos transforma, nos vuelve capaces de amar, no según una medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios, o sea sin medida.

¿Y cuál es la medida de Dios?, sin medida. La medida de Dios no tiene medida, todo, todo, todo. No se puede medir el amor de Dios, porque no tiene medida. Y entonces nos volvemos capaces de amar también a quien no nos ama. Y no es fácil amar a quien no nos ama, no es fácil, porque si sabemos que una persona no nos quiere, también nosotros tenemos ganas de no quererlo. Y no, tenemos que amar también a quien no nos ama, de oponernos al mal con el bien, de perdonar, de compartir, de acoger.

Gracias a Jesús y al Espíritu, también nuestra vida se vuelve “pan partido” para nuestros hermanos. Y viviendo así descubrimos la verdadera alegría, la alegría de volverse don, para devolver el gran don que nosotros recibimos primero sin tener mérito. Es bello esto, nuestra vida se hace don, esto es imitar a Jesús.

Querría recordar dos cosas. Primero: la medida de amar a Dios es amar sin medida. ¿Está claro esto? Nuestra vida con el amor de Jesús recibiendo la eucaristía, se hace un don, como fue la vida de Jesús. No nos olvidemos de estas dos cosas: La medida del amor de Dios es amar sin medida. Siguiendo a Jesús con la eucaristía, hacemos de nuestra vida un don.

Jesús, pan de vida eterna, descendió del cielo y se hizo carne gracias a la fe de María Santísima. Después de haberlo llevado en sí con inefable amor, Ella lo ha seguido fielmente hasta la cruz y la resurrección. Pidamos a la Virgen que nos ayude a descubrir la belleza de la eucaristía, a hacerla el centro de nuestra vida, especialmente en la misa dominical y en la adoración».

El Santo Padre rezó el ángelus y a continuación ha recordado que «el 26 de junio próximo es la Jornada de las Naciones Unidas por las víctimas de la tortura. En esta circunstancia reitero la firme condena de todo tipo de tortura e invito a los cristianos a empeñarse para colaborar a la abolición y apoyar a las víctimas y a sus familiares. Torturar a las personas es un pecado mortal, un pecado mortal muy grave».

Y concluyó sus palabras saludando “a todos los romanos y peregrinos aquí presentes”, a los estudiantes de diversas escuelas y a algunas iniciativas varias. Y se despidió de los presentes con su “buona domenica e un buon pranzo. Arrivederci”.

(Traducido y debobinado por H. Sergio Mora)

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ZENIT Staff

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