En el mundo global, la democracia subsistirá si hay subsidiariedad

Según Guzmán Carriquiry, subsecretario del Pontificio Consejo para los Laicos

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MADRID, 18 noviembre 2002 (ZENIT.org).- En tiempos de globalización, el modelo de Estado social necesita cambios y la democracia exige una refundación bajo el principio de subsidiariedad.

Esta fue la propuesta del subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos, Guzmán Carriquiry, lanzada en el IV Congreso Católicos y Vida Pública celebrado este fin de semana en Madrid.

El intelectual uruguayo no dudó en constatar que el concepto de «subsidiariedad» emerge nuevamente con fuerza como uno de los temas esenciales del debate público, cultural y político.

La subsidiariedad es un elemento fundamental –junto a la solidaridad– de la doctrina social de la Iglesia. Como explicó Pío XI en la «Quadragesimo anno» (1931), subraya la necesidad de que ninguna autoridad (comenzando por el Estado) anule o se apodere de las atribuciones que les corresponden a los cuerpos intermedios de la sociedad, comenzando por la familia.

Se trata de un elemento, en opinión de Carriquiry, uno de los laicos con mayores cargos de responsabilidad en el Vaticano, que surge «también como respuesta al agotamiento de la utopía del mercado auto-regulador».

El principio de subsidiariedad, afirmó Guzmán Carriquiry, autor del libro recientemente publicado en México «Globalización e identidad católica de América Latina» (editorial Plaza y Janés, en España todavía no ha sido editado), constituye la respuesta al «eufórico liberalismo vencedor, a la estrechez de la relación Estado-mercado, a la necesidad de una refundación y desarrollo de la democracia».

En definitiva, constató la subsidiariedad constituye «la custodia, salvaguardia y despliegue de la libertad ante nuevas modalidades de concentración e influjo del poder».

La subsidiariedad implica, necesariamente –explicó Carriquiry–, que el Estado se ponga al servicio de la sociedad, de la libertad, creatividad, laboriosidad, empresarialidad y solidaridad de las personas, de las familias, de la nación, y de sus más variadas modalidades asociativas.

Es por ello que se necesita la «reforma del Estado social», puesto que éste no puede ofrecer hasta el infinito sus prestaciones, compensaciones y subsidios sin comprometer las bases de su propia existencia.

Por lo tanto, «se requiere una creativa aplicación de la subsidiariedad, que permita el desarrollo de sociedades intermedias», afirmó Carriquiry.

La economía de mercado debe contemplar a la vez dos realidades: la economía «privada» y la economía «social» o «civil». La economía social o civil concierne la producción y distribución de una serie de bienes que no pueden ser encuadrados en las tradicionales reglas de mercado, continuó Carriquiry.

Un paso más allá, «el principio de subsidiariedad apunta precisamente a los cauces de educación, promoción y movilización de las energías vivas de la persona y de la sociedad. Es el denominado tercer sector».

Por todo ello, concluyó Carriquiry, es necesaria una refundación de la democracia. No faltan razones para esa pretensión, como por ejemplo «el desarrollo de sociedades multiculturales, la autorregulación de innovaciones y dinamismos tecnológicos y los influjos capilares y potentes de la revolución de las comunicaciones».

Se pueden añadir «el despliegue de la liberalización de los mercados y su globalización, las crecientes formas de exclusión, la decreciente participación electoral, la crisis de los partidos políticos (…), el desinterés de vastos sectores de la población por la cosa pública, así como la auto-organización de vastos mundos «informales» ajenos a toda regulación política».

Una auténtica democracia –recalcó Carriquiry– debe fundarse en la subsidiariedad, «en cuanto se reconoce la centralidad y el primado de la persona humana en su subjetividad corporal y espiritual, en su dignidad integral, en sus derechos naturales, inalienables e imprescriptibles, en el ejercicio de su libertad con verdad y responsabilidad, como fundamento, sujeto y fin de todas las instituciones sociales y políticas».

Son los pasos necesarios para llegar a la reconstrucción del hombre. Se trata, como dijo Carriquiry, de «reconstruir a la persona como desafío capital de toda construcción humana y social. Un desafío educativo: despertar y cultivar la humanidad del hombre, hacer crecer la autoconciencia de su vocación, dignidad y destino».

El Congreso Católicos y Vida Pública –organizado por la Fundación Universitaria San Pablo-CEU—, que concluyó este domingo, ha tenido como objetivos en esta edición analizar, promover y canalizar la acción de los católicos en el ámbito social, político, económico y cultural a la luz de los principios actuales de la Doctrina Social de la Iglesia.

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ZENIT Staff

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