"En el nombre de Dios: ¡Basta con la violencia!"

Presentamos un artículo de Mons. José Guadalupe Martín Rábago, Arzobispo de León

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LEÓN, sábado, 27 septiembre 2008 (ZENIT.org).- Presentamos un artículo de monseñor José Guadalupe Martín Rábago, arzobispo de León (México), ante los dramáticos asesinatos que ha vivido México en las últimas semanas.

* * *

 

La sociedad mexicana ha sido sacudida, hasta los cimientos, luego de los dramáticos sucesos de violencia inaudita que hemos vivido y padecido, de manera especial, los últimos meses de este año.

La Iglesia católica, como comunidad que está presente en la historia, debe ejercer una eficaz acción de corresponsabilidad ante una realidad que provoca enormes daños físicos, psicológicos y espirituales a la población en general. Su aportación debe estar en consonancia con la misión que le es propia y peculiar: una colaboración pastoral e inspirada en el Evangelio.

En varias ocasiones los Obispos hemos expresado nuestro repudio a la violencia y hemos apelado a la unidad nacional para fortalecer el Estado de derecho y la defensa de la vida humana. Este es un llamado en el cual coincidimos con otros organismos, igualmente sensibles a la peligrosidad que representa el narcotráfico y el crimen organizado. Sin embargo, es necesario que aportemos lo que nos corresponde de manera exclusiva, desde nuestra propia identidad; lo que se espera de quienes somos creyentes y encontramos en el Evangelio los criterios de nuestras decisiones y las palabras que, desde nuestra fe en Cristo, debemos dirigir con valentía a quienes son responsables de estas conductas delictivas.

De ninguna manera considero que debe bajarse la guardia en la lucha armada contra el narcotráfico, a través de la fuerza que corresponde en exclusiva al Estado, para salvaguardar la seguridad de la sociedad. Pero quiero referirme a la aportación que se espera de la Iglesia por medio de un claro, explícito y decidido llamado a quienes se dedican a estas actividades criminales; necesitamos decirles que es absolutamente incompatible su participación en organizaciones que destruyen la paz social y la vida misma, con su pertenencia a la Iglesia y con la profesión de la fe cristiana. Necesitamos decirlo también a quienes, aún sin militar directamente en organizaciones dedicadas al narcotráfico, asumen una actitud de tolerancia y hasta de implícita convivencia con este fenómeno, sin sentir ningún remordimiento ni contradicción con su «pertenencia» a la Iglesia.

Quienes militan en grupos dedicados de manera estructural a perpetrar crímenes se ponen ellos mismos fuera de la comunión de la Iglesia. Parecería ingenuo que esta declaración tuviera algún efecto en personas endurecidas en el corazón y habituadas a los peores crímenes. Sin embargo, hay que decirlo, hay que gritarlo: quienes participan en estas actividades deben arrepentirse y deben reparar los males que han causado con su conducta.

No era ingenuo el Papa Juan Pablo II cuando lanzó un potente llamado a los mafiosos de Sicilia el año de 1993: «Dios dijo una vez: NO MATARÁS. Ningún hombre, ninguna asociación humana, ninguna mafia puede cambiar o pisotear este derecho santísimo de Dios. Este pueblo siciliano es un pueblo que ama la vida, que da vida. No puede vivir siempre sometido a la presión de una civilización contraria. De una civilización de la muerte. Se necesita fortalecer la civilización de la vida. ¡En nombre de Cristo, crucificado y resucitado, de Cristo que es camino, verdad y vida, me dirijo a los responsables: conviértanse, un día tendrán que presentarse ante el juicio de Dios». Este llamado dramático cabe perfectamente en el contexto actual de nuestra patria mexicana; es una voz evangélica que tiene que predicar la Iglesia, que le corresponde por su misión pastoral.

En las palabras del Papa descubrimos más que una condena al fenómeno mafioso, un fuerte y decidido llamado a la conversión de los individuos, yendo así al corazón del problema.

Un año después, en la ciudad de Siracusa, el Papa volvió sobre este tema y dijo: «Aprovecho la ocasión para dirigirme a quienes participan en la mafia y decirles: ¡EN EL NOMBRE DE DIOS: BASTA CON LA VIOLENCIA! ¡BASTA CON LOS ATAQUES!. Es tiempo de abrir el corazón Dios que es justo y misericordioso y les pide un sincero cambio de vida». Posteriormente en Catania el Papa afirmó: «Quien se hace responsable de violencias o de atracos con sangre humana, deberá responder ante el juicio de Dios».

La intervención de la Iglesia debe expresar claramente un llamado a la conciencia de los individuos, para que caigan en la cuenta que su conducta es destructora de la convivencia pacífica, impide cualquier posible desarrollo y progreso y paraliza las actividades económicas.

Nuestra misión de pastores debe tocar el corazón, que es el centro íntimo de la persona, desde donde se decide entre el bien y el mal. Pero no son solamente los que asesinan quienes deben ser tocados por la fuerza transformadora del Evangelio: son también todos los que intervienen en esa larga cadena de corrupción e impunidad que da soporte al narcotráfico los que deben ser llamados a robustecer su sensibilidad ética, a escuchar la voz de Dios que conoce nuestro interior y que a todos nos juzgará conforme a la estricta verdad. La desaparición de esta convicción es la que genera la lucha despiadada del hombre contra el hombre, porque «si Dios no existe, todo está permitido» (Dostoievski).

Este llamamiento debe ir también acompañado de acciones concretas, aunque sean pequeñas, que eduquen a los niños y jóvenes a la convivencia fraterna, a la solidaridad y al respeto a los demás. Debe comprometer a las familias a que creen en el hogar un clima que eduque en valores humanos y cristianos.

Actuando así no somos ingenuos; sólo testificamos que creemos en la verdad de la afirmación paulina: "vence al mal con el bien».

+ José G. Martín Rábago
Arzobispo de León

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ZENIT Staff

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