«En la Asunción, el cuerpo de María, cuerpo de mujer, es exaltado»

La teóloga Cettina Militello explica implicaciones de esta verdad de fe

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ROMA, 1 nov (ZENIT.org).- No es un simple aniversario. El dogma de la Asunción del que hoy, en la Plaza de San Pedro, el Papa ha recordado los 50 años de su proclamación, es una verdad de fe que tiene mucho que decir a nuestra cultura. Lo asegura la teóloga Cettina Militello, que justamente sobre este tema tuvo ayer una ponencia en el I Foro Internacional de Mariología que se celebra en Roma.

Teólogos católicos, protestantes y ortodoxos han analizado durante dos días en Roma a algunos de los interrogantes más interesantes que plantea este dogma: ¿Cómo llegó la Iglesia católica a pronunciar esta definición? ¿Qué significado tiene para la cultura contemporánea? ¿Qué repercusión puede tener en la búsqueda d sentido del dolor humano? (Cf. «María, motivo de unión entre católicos, ortodoxos y protestantes»).

«El lazo de unión entre el dogma de la Asunción y el Jubileo no es casual –indica la profesora Militello, catedrática en las facultades teológicas «Marianum» y «Teresianum» de Roma y presidente de la Sociedad Italiana Para la Investigación Teológica–. Ya en el 1950, el año en el que Pío XII lo proclamó, era un año santo. La misma constitución apostólica «Munificentisimus Deus», que proclama esta verdad de fe, tiene un tono doxológico, es un himno de alabanza a Dios por las maravillas realizadas en María. Y la alabanza es una dimensión típicamente jubilar».

–¿Pero qué puede decir la Asunción al hombre de hoy?

–En el contexto de transición cultural en el que vivimos, con un hombre contemporáneo que cada vez más se enfrenta a la búsqueda de sentido, yo creo que el tema a subrayar es el de la corporeidad: este dogma dice que el cuerpo de María, cuerpo de mujer, es exaltado. Es un hecho que para nosotros es paradójico: justamente el cuerpo femenino, en nuestra cultura, ha sido durante mucho tiempo el emblema del desprecio. María, en cambio, exaltada en su Asunción, revoluciona esta idea: nuestra corporeidad, por muy enferma que esté, está llamada a la transfiguración en el diseño de Dios.

–María muestra, por tanto, lo que nos espera…

–Sí. Pero dice también algo sobre nuestra condición de hoy, sobre este cuerpo nuestro, lugar de la relación con el otro y con la creación. En el fondo de la Asunción está el misterio de la Encarnación que hay que tomarlo en serio: si Cristo se ha hecho carne, tampoco la dimensión corpórea es ya la de antes. El resucitado nos ha sumergido ya en la nueva realidad, nos lleva a interpretar el espacio y el tiempo en manera diversa. Lo que en María se ha cumplido ya en plenitud, también nosotros estamos llamados a experimentarlo en forma sacramental en la relación con nuestro cuerpo.

–Pero, ¿qué tiene que decir el cuerpo de María elevado a los cielos sobre nuestro destino último?

–Es para nosotros horizonte, meta, signo de esperanza. María nos muestra la plenitud de la carne: la salvación no es una dimensión desencarnada. Las imágenes de las que se sirve la Escritura, los bienes que se nos han prometido, lo dicen claramente. No se trata de hacer una física de las realidades últimas: todo queda en el misterio. Pero imágenes como las del Apocalipsis (la esposa, el banquete…) nos hacen intuir en forma simbólica que la plenitud no será sólo espiritual.

–¿Por qué se hace memoria de este dogma justo en la fiesta de Todos los Santos?

–Hay un nexo profundo entre María y la comunión de los santos. Lo que contemplamos en la Asunción como un «privilegio» de la Madre de Dios, en la solemnidad de Todos los Santos se hace un hecho participado y común. Es un designio que implica a todos los redimidos: los del cielo y junto a ellos todos los que viven en gracia. La comunión de los santos, en efecto, no es sólo de los que nos han precedido: se relaciona, para usar la definición clásica, también con la Iglesia peregrinante, la que vive en el mundo. La Asunción, por tanto, es la primera, no la única. Y en la fiesta de Todos los Santos celebramos la coparticipación en todo lo que ella goza. Pío XII podía perfectamente promulgar este dogma el día de la Asunción. Al escoger como fecha el 1 de noviembre, en cambio, dio a esta verdad de fe una precisa impronta eclesiológica.

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ZENIT Staff

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