En la Iglesia no puede haber discriminaciones, afirma el Papa

Afronta con los obispos de Ecuador la evangelización de grupos étnicos

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CIUDAD DEL VATICANO, 20 mayo 2002 (ZENIT.org).- El anuncio del Evangelio a los diferentes grupos étnicos de una sociedad no alienta su aislamiento sino su integración en la única familia humana, afirma Juan Pablo II.

El pontífice afrontó el desafío de la evangelización en un país con una gran riqueza de grupos étnicos y de culturas, como es Ecuador, al recibir a los obispos de ese país que concluyeron este lunes su quinquenal visita a la Santa Sede.

Respondiendo al saludo de monseñor Vicente Cisneros, arzobispo de Cuenca y presidente de la Conferencia episcopal, el Santo Padre insistió en la necesidad de tener «en cuenta los ambientes del mundo indígena con sus peculiaridades, pero sin crear separaciones ni, tanto menos, discriminaciones».

La población de Ecuador, con algo más de 13 millones de habitantes, se compone –según algunas fuentes– en un 52% de indígenas (en buena parte quechuas) y un 40% de mestizos; el 8% restante lo conforman principalmente descendientes de españoles y de africanos. El 95% de los habitantes son católicos.

El Papa dejó ante todo claro que «la Iglesia, arraigada firmemente en la fe en Cristo, único salvador de todo el género humano, considera una gran riqueza la multiplicidad de formas, provenientes de sensibilidades y tradiciones diversas, en que se puede expresar el único mensaje evangélico y eclesial».

«Se destaca así el respeto por cada cultura y, al mismo tiempo, su capacidad de ser transformada y purificada para llegar a ser una forma entrañable en que cualquier persona o grupo puede encontrarse con el único Dios, plena y definitivamente revelado en Cristo», añadió.

«Precisamente esta convergencia fundamental en una misma fe servirá de fermento para que las diversas lenguas y sensibilidades encuentren fórmulas de expresión religiosa y litúrgica que destaquen la íntima comunión con la Iglesia universal», aclaró.

Pidió así evitar «cuidadosamente que, en las comunidades cristianas, haya «extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios»», como dice san Pablo en su carta a los Efesios.

Según el pontífice, tratar «exclusivamente de mantener intactos todos los componentes tradicionales de un grupo humano» conlleva dos serios peligros.

El primero es el de comprometer «el anuncio auténtico de la Buena Nueva del Evangelio, que es también fermento en las diversas culturas y promotora de nuevas civilizaciones».

El segundo es el de favorecer el aislamiento de estos grupos «respecto a otras comunidades y, sobre todo, respecto a la gran familia del Pueblo de Dios extendido por todo el orbe».

La visión de fondo que quiso destacar que «cualquier plan pastoral ha de tener como meta última e irrenunciable la santidad de todo cristiano, el cual no puede contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial».

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ZENIT Staff

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