En memoria de Juan Pablo II

Por Giovanni Maria Vian

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CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 3 de abril de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el recuerdo de los cinco años del fallecimiento de Juan Pablo II que ha compartido Giovanni Maria Vian, director de «L’Osservatore Romano».

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A los cinco años de la muerte de Juan Pablo II, el aniversario cae en los días más sagrados del calendario cristiano, como para subrayar no sólo su asociación a la pasión de Cristo durante la conmovedora decadencia física de sus últimas semanas de vida terrena, y sobre todo su fidelidad en seguir al Señor a lo  largo  de  toda su existencia. Lo recordó Benedicto XVI en la homilía de la misa en sufragio del Papa polaco -«gran polaco» lo definió- eligiendo «para trazar un perfil esencial» dos comparaciones escriturísticas.

La primera es la firmeza del «siervo de Dios» en el libro del profeta Isaías, que Benedicto XVI vio reflejada en la proclamación del derecho por parte del Papa Wojtyla «sobre todo cuando debía afrontar resistencias, hostilidades y rechazos». La segunda comparación es la que evocó el Papa al celebrar el vigésimo quinto aniversario de su elección y meditar sobre la pregunta radical de Jesús a Pedro:  «¿Me amas? ¿Me amas más que estos?». Palabras a las que Juan Pablo II confió que había respondido como el Apóstol -«Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo»- y afirmó que era consciente tanto de su fragilidad humana como de las responsabilidades que Cristo mismo le había encomendado.

Elegido para la sede romana en una edad relativamente joven, el Papa eslavo se impuso pronto como uno de los protagonistas de las dos últimas décadas del siglo xx, asumiendo plenamente la tarea que había vislumbrado el primado polaco Stefan Wyszynski:  la de «introducir a la Iglesia en el tercer milenio». Fue el propio Papa quien lo recordó en su testamento, un texto escrito en varias etapas -pero siempre durante los ejercicios espirituales de Cuaresma- que documenta su visión mística de la historia y su itinerario personal, valiente y dramático. En tiempos que él mismo definió «sumamente difíciles y agitados», entre persecuciones crueles, el atentado contra su vida, el miedo al conflicto nuclear y, después de la caída del comunismo europeo, «nuevos problemas y dificultades».

Numerosísimos hombres y mujeres, en la Iglesia católica y fuera de sus confines visibles, conservan un vivo recuerdo del Papa Wojtyla, sobre todo por su fortaleza y su tenacidad, que conservó hasta los últimos días de su vida terrena, y con las cuales supo hacer presente y visible el mensaje de Cristo en todo el mundo, convirtiéndose en todas partes -como sintetizó felizmente Benedicto XVI- en «compañero de viaje del hombre de hoy». De modo especial a través de los viajes a gran número de países, que por primera vez fueron visitados por un Sucesor de Pedro; siguiendo las huellas de Pablo VI, el Papa que después de la peregrinación a Tierra Santa viajó a los cinco continentes.

En su testamento, Juan Pablo II, además de la importancia que da a la causa de la «salvación de los hombres» y la «salvaguardia de la familia humana», se declara in medio Ecclesiae deudor por el «gran don» del Concilio, convencido de la necesidad de realizarlo, necesidad que define «grandísima causa» a la que sirvió durante su pontificado. En este la custodia de la fe se presenta como una de las características principales:  «Expreso -se lee en el texto- mi más profunda confianza en que, a pesar de toda mi debilidad, el Señor me conceda todas las gracias necesarias para afrontar según su voluntad cualquier tarea, prueba y sufrimiento». Y prosigue:  «Confío también  en  que  no  permita  nunca que, a través de cualquier actitud mía:  palabras, obras u omisiones, traicione  mis  obligaciones  en esta santa Sede de Pedro».

En este servicio prestado sin reservas a la unidad de la Iglesia, el Papa Wojtyla quiso tener a su lado, ya desde sus primeros años, a Joseph Ratzinger, a quien Pablo VI había creado cardenal en su último consistorio y que hoy es su sucesor. En la continuidad que caracteriza -en medio de las diferentes vicisitudes históricas y en la diversidad natural de las personas- la vocación y la historia de la Iglesia de Roma.  

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ZENIT Staff

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