En qué consiste la dictadura del relativismo

Habla Andrés Ollero, catedrático de filosofía, quien acaba de publicar un libro sobre el argumento

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MADRID, jueves 30 junio 2005 (ZENIT.org).- «Derecho a la verdad. Valores para una sociedad pluralista» es el título del último libro del profesor Andrés Ollero, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y diputado durante más de 17 años, editado en Pamplona por Eunsa.

–¿Por qué ha titulado «Derecho a la verdad» su libro sobre los valores para una sociedad pluralista?

–Ollero: Resulta llamativo en efecto que, en un momento en que se proponen los más variopintos presuntos derechos, no se hable de un derecho a la verdad. En Nueva York encontraremos una Estatua de la Libertad, convertida en símbolo de la cultura occidental, pero no encontraremos una estatua dedicada a la Verdad; ni siquiera, como en la Grecia precristiana, a la Verdad desconocida. La dictadura del relativismo tiende a presentar la verdad como enemiga de la libertad, aunque luego se muestre incapaz de vivir sin verdades inconfesadas.

–¿Podría indicar algún ejemplo de ello?

–Ollero: Frente al intento de vincular tolerancia y relativismo, acaba resultando imposible hablar de tolerancia sin referirnos repetidamente a elementos éticos objetivos. Para empezar, sólo cabe tolerar aquello que se considera falso o rechazable; lo acertado suscita adhesión y lo bueno entusiasmo, pero en ningún caso tolerancia. Así lo plantean todos los grandes teóricos de la tolerancia, de Locke y Voltaire a Popper y Marcuse. A algunos esto hoy les parece negativo, pero pretendiendo dar a la toleracia un contenido positivo presentan como tal lo que es más bien exigible reconocimiento de derechos; imitan así a los que conceden caritativamente lo que en realidad deben por justicia.

–¿En qué otros aspectos resulta la tolerancia incompatible con el relativismo?

–Ollero: Si para considerar algo falso o rechazable se precisa, concientemente o no, un concepto de lo verdadero y lo bueno, sólo puede invitar a tolerarlo otro elemento ético objetivo: el respeto a la dignidad del otro. Pero habrá un tercer elemento ético objetivo que está presente en todos los teóricos de la tolerancia: la existencia de una frontera de lo intolerable. Locke no tolera a los ateos, porque no le parecen de fiar, ni a los católicos por considerarlos fanáticos; Marcuse considera «represiva» una tolerancia que ignora algo para él tan objetivamente rechazable como la opresión alienante. Sin esa triple referencia objetiva, si nada es verdad ni mentira, la tolerancia se convierte en humo.

–Tras ser parlamentario a lo largo de más de diecisiete años, ¿ha analizado la relación entre política y verdad?

–Ollero: Así como la primera parte del libro está dedicada a «Hacer realidad la verdad del hombre», la segunda se titula «¿Políticos de verdad?». En ella, aprovechando esa experiencia, abordo la relación entre «Convicciones personales y actividad legislativa», aparte de exponer algunas reflexiones sobre las circunstancias prácticas en que se mueve «El parlamentario en el sistema político español», dentro de un marco electoral de listas cerradas y en un obligado diálogo con la opinión pública plasmada en los medios de comunicación.

–¿Qué otros aspectos cobran importancia en su libro?

–Ollero: Por una parte, el problema de la fundamentación de los derechos. El relativismo lleva a un pensamiento único, a la vez un tanto cómico, ya que se habla continuamente de derechos humanos pero se considera académicamente incorrecto sugerir que los derechos fundamentales tienen fundamento ético objetivo. Me ocupo también de la relación entre “Religiones y solidaridad”, cuestionando el planteamiento laicista de las religiones como elementos perturbadores en el ámbito público. Repaso varios tópicos vinculados al siglo XIX que se conservan aún un tanto momificados. Por último, la relación entre «Verdad y consenso democrático» invita a replantear en una sociedad pluralista los temas centrales del clásico derecho natural.

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ZENIT Staff

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