En su discurso no leído en la universidad, el Papa invita a buscar la verdad

No trata «de imponer a los demás de manera autoritaria la fe»

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 16 enero 2008 (ZENIT.org).- En el discurso que Benedicto XVI debería haber leído en su truncada visita a la Universidad «La Sapienza» de Roma, lanza un llamamiento a la cultura occidental a no cerrarse a la verdad de la fe cristiana en nombre de una «presunta pureza» de la razón, pues ésta se resecará.

Si bien el Papa no podrá participar este jueves su previsto encuentro con profesores y universitarios, envió este miércoles al rector de la universidad, Renato Guarini, el texto que había preparado para esa ocasión.

El documento habla del particular vínculo que se da entre fe cristiana y búsqueda de la verdad, como parte integrante de la naturaleza y misión de la universidad desde sus inicios, en la Edad Media.

De hecho, la misma Universidad de «La Sapienza», que en estos momentos tiene el mayor número de alumnos de Europa, fue fundada por el Papa Bonifacio VIII en 1303.

Aclarando que habla como «representante de una comunidad creyente», «que custodia un tesoro de conocimiento y de sabiduría ética, que resulta importante para toda la humanidad», el pontífice se pregunta: «¿Qué hace o puede decir el Papa en la universidad?».

A la pregunta responde explicando que su tarea no consiste en «tratar de imponer a los demás de manera autoritaria la fe, que sólo puede ser trasmitida en libertad», sino en «mantener despierta la sensibilidad por la verdad».

El obispo de Roma quiere «invitar nuevamente a la razón a ponerse en búsqueda de lo verdadero, del bien, de Dios y, siguiendo este camino, alentarla a percibir las luces útiles surgidas a través de la historia de la fe cristiana y a percibir de este modo a Jesucristo como la Luz que ilumina la historia y que ayuda a encontrar el camino hacia el futuro».

En este sentido, el Papa ilustra los presupuestos de «razonabilidad» sobre los que se fundamenta el cristianismo, citando a uno de los filósofos políticos más influyentes del siglo XX, el estadounidense John Rawls (1921-2002).

Este pensador, explica Benedicto XVI, «si bien niega a doctrinas religiosas globales el carácter de razón «pública», ve en su razón «no pública» al menos una razón que, en nombre de una racionalidad secularmente endurecida, no podría ser simplemente negada a quienes la profesan».

El gran filósofo alemán en vida, Jürgen Habermas, nacido en 1929, que en sus últimos escritos ha explorado la relación entre religión y Estado liberal democrático, ha hablado de «la sensibilidad por la verdad como elemento necesario en el proceso de argumentación política, reintroduciendo el concepto de verdad en el debate filosófico y en el político», subraya el pontífice.

En particular, sigue diciendo, Rawls «ve un criterio de esta «razonabilidad», entre otras cosas, en el hecho de que estas doctrinas derivan de una tradición responsable y motivada, en la que en el transcurso de un largo período de tiempo se han desarrollado argumentaciones suficientemente buenas para apoyar la relativa doctrina».

«En esta afirmación me parece importante el reconocimiento de que la experiencia y la demostración a través de generaciones, así como el fondo histórico de la sabiduría humana, son también un signo de su «razonabilidad» y de su significado duradero».

De hecho, los cristianos de los primeros siglos «no acogieron su fe de manera positivista, o como la válvula de escape de deseos reprimidos», sino que, «disipando la niebla de la religión mitológica», buscaron «la verdadera naturaleza y el verdadero sentido del ser humano».

Querían «reconocer como parte de la propia identidad la búsqueda exigente de la razón para alcanzar el conocimiento de la verdad plena», que «tiene como objetivo el conocimiento del bien».

Después, gracias en parte a la contribución de santo Tomás de Aquino, y en contacto con las filosofías judías y árabes, en el ámbito de la universidad medieval, se subrayó «la autonomía de la filosofía y con ella el derecho y la responsabilidad propios de la razón que se interroga basándose en sus fuerzas».

«De este modo, el cristianismo, en un nuevo diálogo con la razón de los que iba encontrando en su camino, tuvo que luchar por la propia razonabilidad», dijo.

Sin embargo, en la época moderna, con la apertura de «nuevas dimensiones del saber», gracias al método experimental, el mundo occidental corre el riesgo de que «el hombre, precisamente en consideración de la grandeza de su saber y poder, se rinda ante la cuestión de la verdad».

«Ahora bien, si la razón, buscando su presunta pureza, hace oídos sordos al gran mensaje que procede de la fe cristiana y de su sabiduría, se resecará como un árbol cuyas raíces dejan de tocar las aguas que dan vida».

Si «pierde la valentía de buscar la verdad», asegura, «no crece, sino que se empequeñece».

Aplicando esta constatación a la cultura europea, el Papa llegó a esta conclusión: «si sólo quiere construirse a sí misma basándose en el círculo de sus propios argumentos, en lo que la convence por el momento, y si pierde el contacto con las raíces de las que vive –preocupada por su laicidad–, entonces deja de ser razonable y pura, por el contrario, se descompone y se fragmenta».

Por Mirko Testa, traducción de Jesús Colina

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ZENIT Staff

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