Entrevista al embajador de Argentina ante la Santa Sede

Carlos Luis Custer explica la relación entre Argentina y la Iglesia

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 28 julio 2006 (ZENIT.org).- El embajador argentino ante la Santa Sede, Carlos Luis Custer, repasa en esta entrevista las relaciones entre la República Argentina y la Santa Sede y las define, en líneas generales, de «óptimas».

Custer, que al ser nombrado embajador, en febrero de 2004, ya era miembro del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, recibió a Zenit el 26 de julio en la sede romana de la Embajada, antes de la misa que con ocasión del aniversario de Eva Duarte de Perón (Evita) se celebró en la Basílica de Santa Práxedes, organizada también por la Embajada Argentina en Italia.

–Los obispos argentinos acaban de recordar momentos críticos de la historia argentina, concretamente el quiebre democrático que sufrió el país en 1976. ¿Qué lecciones se pueden sacar de ese momento?

–Embajador Custer: El país arrastra aún las heridas de su doloroso pasado reciente, en particular de la terrible dictadura iniciada en marzo de 1976, intentando la difícil tarea de conjugar memoria, reconciliación, justicia y perdón.

Aquí hay una distinción importante, y la propia Iglesia lo ha dicho: la reconciliación exige la verdad, la justicia y el arrepentimiento, y el presidente y nuestro Gobierno están abiertos a esa reconciliación; pero, a su vez, no hay que olvidar el pasado. Y en esto, la posición es muy firme.

Aquellos que son responsables tienen toda la garantía de los tribunales, pero nuestro Gobierno tiene una práctica muy activa a favor de los Derechos Humanos. La tragedia que padeció Argentina y las decenas de miles de muertos y desaparecidos no pueden quedar impunes.

El Gobierno seguirá adelante, con la prudencia del caso, con el espíritu más amplio posible, pero va a continuar con la justicia; por eso, la propia justicia ha anulado las leyes de amnistía, de olvido, de perdón dictadas en su momento.

–En meses pasados hubo ciertas tensiones entre el gobierno y la Iglesia, ¿se están superando?

–Embajador Custer: En términos globales, las relaciones entre el gobierno y la Iglesia son óptimas, aunque a algunos les interese destacar las tensiones. Yo trato de hablar con hechos concretos: ha sido la primera vez que un presidente constitucional argentino viajó para acompañar el comienzo de un pontificado, con una numerosísima delegación. La reunión y las frases de simpatía que se cruzaron entre el Santo Padre y el presidente Kirchner obvia otros comentarios sobre situaciones menores.

Yo mismo pude constatar, cuando tuve la oportunidad de saludar al Santo Padre Benedicto XVI, tras su discurso al Cuerpo Diplomático, su cordial simpatía con el presidente, el Gobierno y el pueblo de Argentina. En el más alto nivel, la relación es, pues, óptima.

En otros aspectos, la Iglesia ha acompañado muchísimo con sus posiciones los puntos más importantes que afectan a la relación internacional con Argentina: sobre el problema de la deuda externa, hubo una declaración del cardenal Renato Martino, presidente del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, en Buenos Aires en los momentos más duros de la negociación; la crítica permanente de la Iglesia al comercio injusto a nivel internacional y al proteccionismo es también una de las grandes reivindicaciones de nuestro Gobierno; la continua prédica de la Iglesia a favor de la paz y del multilateralismo y el reforzamiento de la ONU… es una política crucial de nuestro país. En todo lo que es la política de Derechos Humanos, nuestro presidente es un defensor acérrimo, algo que defiende también la Iglesia.

Así que, en términos de relación, entre la Iglesia católica universal y el Gobierno argentino no hay más que coincidencias, no conozco diferencias. En educación, nunca la Iglesia ha estado tan satisfecha con un Ministro como con el actual conductor del área, Licenciado Daniel Filmus; y cuando la Iglesia ha tenido algún problema serio en el ámbito de la educación privada, el Gobierno ha contribuido a superarlo. En el área de desarrollo social, Cáritas tiene palabras de reconocimiento al Gobierno y al Ministerio de Desarrollo Social.

En el área presupuestaria, Argentina, por una obligación constitucional, tiene un presupuesto de sostenimiento de culto, que va íntegramente a la Iglesia católica, y nunca ha estado tan al día como ahora.

En cuanto a otros temas concretos, que no son menores, como el aborto o los matrimonios homosexuales, no están en la agenda, no son iniciativa de este Gobierno… Así que no veo problemas serios, como en otros países.

En este marco claramente positivo y de mayores coincidencias, sólo se ha presentado un incidente en el caso, quizás excesivamente amplificado por los medios, generado a partir de las desafortunadas declaraciones públicas del obispo castrense, monseñor Baseotto.

Se trata de diferencias de criterio en la interpretación del acuerdo de 1957, complementado por uno de 1992, que elevó el vicariato a obispado castrense. El Papa designa al vicario de las Fuerzas Armadas con acuerdo del Presidente de la República, pero el texto no dice nada de qué pasa cuando se pierde la confianza que motivó tal acuerdo.

El Presidente, que es asimismo Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, decidió retirar su acuerdo a monseñor Baseotto, lo que implica que deja de ser un funcionario castrense, pero nada tiene que ver, claro está, con su condición episcopal. Se trata, evidentemente, de un tema puntual, al que se sigue intentado buscar una salida.

–La Iglesia argentina ha presentado la doctrina social de la Iglesia para «reconstruir» la nación argentina ¿qué falla para que esta nación se recupere?

–Embajador Custer: Coincidimos, y mucho, con la necesidad de recuperar valores de la doctrina social de la Iglesia para reconstruir nuestra patria. Permítame citar al propio Presidente Kirchner, quien recientemente expresó con crudeza el diagnóstico más desafiante: «Argentina es todavía un país notoriamente empobrecido y particularmente injusto».

Afortunadamente, hay muchos y muy buenos católicos empeñados en este Gobierno, y nuestra principal responsabilidad es explicarlo y tener una suerte de solicitud, de solidaridad y comprensión hacia la realidad argentina, pues estamos saliendo de una crisis muy profunda, política, económica, moral…

Por ejemplo, en el ámbito sindical. Argentina tenía una de las tasas de sindicalización más fuertes del mundo, sólo comparable tal vez a los países escandinavos. Esto hacía de los sindicatos organizaciones potentes en lo social, en lo gremial y hasta en lo político, con gran influencia. Esto ha disminuido por dos razones: primero, tuvimos una dictadura atroz, en la que casi el 40% de los desaparecidos y muertos por la dictadura provenía del movimiento sindical, se llevaron generaciones enteras.

Y después, el neoliberalismo que padecimos en los 90 fue terrible también para los trabajadores y para los sindicatos. Eso ha provocado distintas reacciones sindicales: muchos se acomodaron a la nueva situación y otros muchos resistieron la imposición del modelo neoliberal y el alineamiento internacional.

Hay un sindicalismo que no es unitario, como lo fue históricamente, hay diversas expresiones sindicales. De todas maneras, en general, el sindicalismo sigue teniendo en Argentina una fuerte influencia, aunque no un poder decisivo.

De lo que carecemos todavía es de mecanismos que posibiliten consensos, económicos y sociales. Se han abierto mucho las puertas del diálogo, pero no hay aún instituciones como, por ejemplo, un Consejo Económico y Social como el que existe en España y otros países, que amortigua y canaliza el conflicto social, y posibilita el entendimiento y las convergencias necesarias.

El cambio de modelo es fundamental. También podemos verlo en el ámbito de los proyectos de in
tegración en el debate sobre el ALCA (la Asociación de Libre Comercio Americana, impulsada por Estados Unidos) vs. el proceso de integración subregional del MERCOSUR.

El libre comercio trata de facilitar el comercio, sustancialmente a partir del lucro. Los procesos de integración regionales son mucho más sólidos, porque parten de valores, de una concepción política, por supuesto de intereses geopolíticos compartidos y de armonización de las cuestiones industriales y comerciales. La integración, además, supone todo un proceso político, económico, social, cultural.

Hay, pues, una distinción importante: el ALCA es libre comercio y el MERCOSUR, aunque imperfecto y con muchos defectos y dificultades, es un organismo de integración, y nuestro Gobierno tiene una clara prioridad en función de la integración de nuestros países.

La dignificación del trabajo, sus actores y la distribución equitativa de sus frutos son presupuestos fundamentales de nuestro Gobierno, tanto en el campo nacional como en todos los ámbitos de negociación: MERCOSUR, la Comunidad Suramericana de Naciones, el acuerdo pendiente entre MERCOSUR y la Unión Europea… El Gobierno siempre ha sostenido que, además de los aspectos estrictamente económicos y comerciales, existen cuestiones sociales y medioambientales que deben ser tenidas en cuenta.

El comercio aislado es un camino, pero muy inestable, y en esto nuestro Gobierno ha privilegiado mucho los procesos de integración. Por eso, es parte activa en el MERCOSUR y en la nueva Comunidad Suramericana de Naciones.

El ALCA, por su parte, pasa dificultades, ha sufrido una suerte de freno, pero eso tampoco quita la posibilidad de que, en un ámbito hemisférico, se pueda discutir de qué manera disminuir barreras comerciales en la medida que hayan conveniencias recíprocas. La prioridad actual de nuestro Gobierno es, pues, el MERCOSUR, la Comunidad Suramericana de Naciones y los procesos de integración, pero siempre va a dejar abierta una puerta a aquellos procesos que, aunque exclusivamente de índole comercial, resulten beneficiosos para el desarrollo de Argentina.

La economía argentina viene recuperando sus niveles de actividad, empleo, y al mismo tiempo disminuyendo los niveles de pobreza e indigencia. Los buenos índices macroeconómicos se explican por las prudentes políticas aplicadas por el gobierno en pro del superávit comercial y fiscal, apoyadas por factores internacionales propicios como los elevados precios de la «commodities» y las tasas de interés bajas. Somos el primer país exportador de alimentos «per cápita» del mundo, estamos vendiendo tecnología nuclear, y los resultados de la recuperación empiezan ya a verse en términos sociales. Objetivamente, uno lo ve, lo comprueba, estando en Argentina, pero falta mucho todavía.

–¿Por qué persisten las desigualdades sociales en Argentina y dónde ve usted las soluciones?

–Embajador Custer: Superar las desigualdades sociales será siempre el mayor desafío de cualquier gobierno, en particular de una región tan marcada por las desigualdades como siempre lo ha sido América Latina, y lo es también para el actual gobierno argentino.

Los posibles caminos son múltiples y habrán de recorrerse cuándo y en la medida en que la coyuntura lo vaya permitiendo. No podemos dejar de señalar en este sentido como cuestiones fundamentales: la reforma fiscal, una mejor distribución de los ingresos, una gran concertación económico-social y la programación de un «Plan de Desarrollo», con metas realizables a corto, mediano y largo plazo.

Es vital para un país que aspira a construir un futuro la adopción de políticas de estado que señalen el camino y en el que confluyan mayoritariamente las distintas fuerzas políticas y los principales actores sociales.

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ZENIT Staff

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