Episcopado chileno: «Renacer para una esperanza viva»

Mensaje conclusivo de la 85ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal

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PUNTA DE TRALCA, 2 mayo 2003 (ZENIT.org).- Presentamos a continuación el documento difundido por la Conferencia Episcopal chilena al término de la 85ª Asamblea Plenaria, celebrada en Punta de Tralca.

* * *

«Renacer para una esperanza viva» (Cf. 1 Pe 1,3)

1. Al terminar nuestra Asamblea Plenaria, los Obispos de Chile queremos compartir un Mensaje de paz y esperanza con nuestros fieles católicos y con todas las personas de buena voluntad.

Acabamos de celebrar la Resurrección del Señor, su paso de la muerte a la vida, como expresa San Juan: «Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn. 13,1).

El Señor pasó en medio de nosotros «haciendo el bien», dio testimonio del amor del Padre, perdonando nuestros pecados, liberándonos de la opresión del demonio y del temor a la muerte, y nos abrió la entrada al Reino de los cielos.

Cristo es verdaderamente el grano de trigo caído en tierra y muerto, que ha dado mucho fruto (cf. Jn. 12,24). Su mensaje y su ejemplo es siempre actual, y más que nunca en nuestro mundo, con tantos signos de egoísmo y materialismo, como por ejemplo, la pérdida del sentido de la gratuidad.

En cambio, Cristo dio su vida por nosotros; por tanto, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos, amándonos mutuamente como El nos amó (cf. 1 Jn. 3,16).

2. En estos días de estudio e intercambio, los Obispos hemos compartido la alegría de la participación de tantos fieles en los oficios de Semana Santa a lo largo y ancho de Chile. Al mismo tiempo, hemos percibido la admiración general por el testimonio del Santo Padre, especialmente su valiente defensa de la paz y del diálogo como solución de los conflictos. Su enseñanza señala la raíz de los males: «cuando se pierde el sentido de Dios se pierde también el sentido del hombre».

Pero, al mismo tiempo, nos hemos preguntado qué espera el Señor de su Iglesia en su servicio a nuestro pueblo, al constatar varias realidades preocupantes, como por ejemplo, la desesperanza de muchos frente al desempleo y las dificultades económicas; el desconcierto frente a los cambios culturales y valóricos, que han afectado a nuestros medios de comunicación; el temor e inseguridad ante el futuro, puestos en evidencia dramáticamente por la guerra en Irak y los conflictos en otras partes de la tierra; la crisis de confianza en instituciones básicas del país y en sus personeros, incluidos algunos miembros de la Iglesia Católica; la disminución de los matrimonios y el resquebrajamiento de tantas familias; la caída de la natalidad; la persistencia de la pobreza dura, pese a los evidentes avances en su superación; la dificultad para avanzar en la solución de los problemas con los pueblos originarios; la cuestionable orientación de la educación y la brecha educacional que margina a niños y jóvenes talentosos de la capacitación para el trabajo, etc.

Nuestro mundo moderno se asemeja a un mar agitado por la tempestad en la que parece zozobrar nuestra barca pero la fe cristiana nos da la certeza de que el Señor Resucitado se hace presente en la noche de la incertidumbre y del temor, infundiéndonos calma: «Animo, soy yo. No tengáis miedo». (Mc. 6,50).
Esta hora es la de un gran llamado de Dios a fortalecer nuestra fe en Cristo, Dios y hombre verdadero, vivo y presente entre nosotros, a renacer en la esperanza cristiana y en el amor al prójimo, especialmente a los que sufren.

3. En la perspectiva del Bicentenario de la Independencia Nacional, queremos colaborar con todas las iniciativas de bien común en nuestra patria y ofrecer lo más propio que tenemos para ayudar a su refundación moral, a saber: una visión integral del hombre y de la sociedad, una educación para alcanzar la paz, basada en la verdad, la justicia, la solidaridad y la libertad, según la enseñanza de «Pacem in Terris»; y el anuncio de la Persona y del Mensaje de Cristo, Unico Camino, Verdad y Vida para la salvación del mundo.

Reafirmamos una vez más que una Ley de Divorcio es contraria a la Ley de Dios y al bien común de la Nación. Acogemos el insistente llamado del Santo Padre a fortalecer las familias: «es urgente una amplia catequización sobre el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida familiar, que incluya una espiritualidad de la paternidad y la maternidad. Es necesario prestar mayor atención pastoral al papel de los hombres como maridos y padres, así como a la responsabilidad que comparten con sus esposas respecto al matrimonio, la familia y la educación de los hijos» (E. Am., 46).

En especial, queremos mejorar la preparación de los jóvenes para el matrimonio y ayudar a las familias a vivir con plenitud su vocación a ser íntima comunión de vida y amor, escuela de humanización y crecimiento en valores humanos y cristianos, taller de una nueva cultura y sociedad.

Al mismo tiempo, queremos fortalecer la dimensión ética del trabajo y del servicio público, a través de la difusión y puesta en práctica de la Doctrina Social de la Iglesia.

Alentamos los esfuerzos positivos que se hacen por parte de quienes tienen más responsabilidades para ayudar a construir un país más justo y solidario.

4. Entregamos esta declaración cuando estamos aún impactados por la repentina muerte de nuestro hermano, Renato Hasche Sánchez, s.j., Obispo de Arica, ocurrida en la madrugada del Jueves de Pascua, 24 de Abril, cuando participaba junto a los demás Obispos en dicha Asamblea. En su partida, como en la de Mons. Alejandro Durán Moreira, Obispo emérito de Rancagua, acaecida en la madrugada del Sábado Santo, hemos visto cumplida la Palabra del Señor: «Estad preparados, porque a la hora que menos pensáis, vendrá el Hijo del Hombre» (Mt. 24, 44). Con su muerte, el Señor nos ha dado a todos una lección práctica de la fragilidad de nuestra vida humana y su sentido verdadero, cuyo fin es la comunión con Dios, por el poder de Cristo resucitado: «No temas, yo soy el primero y el último; yo soy el que vive. Estuve muerto pero ahora vivo para siempre y tengo en mi poder las llaves de la muerte y del abismo». (Ap. 1,17 b-18).

Finalmente, en este Año Vocacional en Chile, queremos agradecer el testimonio de vida y trabajo generoso de la mayoría de los sacerdotes que calladamente sirven día a día a sus hermanos. Al mismo tiempo, pedimos a todos los fieles orar insistentemente al Dueño de la mies que mande obreros a su mies (Mt. 9,38), para que nos regale muchas y santas vocaciones sacerdotales y de especial consagración.

En este Año del Rosario, imploramos a la Santísima Virgen María que nos enseñe a contemplar el Rostro de Cristo y a seguirlo más de cerca, unidos a la Iglesia, en la fe, la esperanza y la caridad.

Le encomendamos a Ella el presente y futuro de nuestra Patria, pidiéndole por la paz, las familias y los que sufren.

Los Obispos de la Conferencia Episcopal de Chile

Punta de Tralca, 25 de Abril 2003

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ZENIT Staff

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